C9: Tormenta en el placard

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Convencer a mi padres de dejarme salir al día siguiente de regresar a la casa con un ojo morado y un labio partido no había sido fácil. Increíblemente, esta vez fue mi madre quien puso trabas y mi padre quien intercedió para que al final me dieran permiso. Raro, pero comprensible considerando la explicación que les di: "Me asaltaron, querían robarme el celular, pero logré escaparme antes de que pudieran". Era de esperarse que Polita se pusiera en modo "mamá gallina", incluso me reclamó por haber puesto resistencia y no simplemente haber dejado que los ladrones ficticios se llevaran el celular: "¡Pudieron haberte matado! Tú vales mucho más que ese pequeño aparato, ¿entendiste?".

No, mamá, no entiendo. Un celular, incluso el que yo tengo, es mucho más útil que yo, quise decir. Pero solo asentí, porque me miraba con ojos cristalizados y no era bueno contradecirla cuando estaba en ese estado.

Audifaz solo me dio una palmada en el hombro y soltó un "me alegra que no te pasara nada". Disimulé mi mueca de dolor con una sonrisa cuando lo hizo. Puede que no sea el mejor mostrando sentimientos, pero eso fue suficiente para saber que sí le preocupé al menos un poco en ese momento, y, en su defensa, mi madre ya se había preocupado suficiente por los dos.

Ahora de nuevo estaba aquí, frente a esta formación rocosa natural esperando a ser escalada para poder reunirme con mi amigo del mar como todos los sábados, pero no era capaz de mover un músculo. Tenía miedo, tanto miedo, pero era un miedo muy distinto al que sentí cuando descubrí recién que era un hombre mitad pez o cuando tuve por primera vez esos sueños indecorosos con él. Nuestra situación, si es que le podía llamar así, ya no era la misma porque a diferencia de veces anteriores, esto no era un sueño, no podía escapar de estos sentimientos despertando. No quería enfrentarme a él después de lo que sucedió, pero al mismo tiempo necesitaba respuestas a las preguntas que retumbaban en mi cabeza. Teníamos que hablar del beso. Especialmente del beso.

Con este último pensamiento, por fin me armé de excesivo valor y me encaminé a las pocitas, a nuestra pocita.

Cuando por fin lo divisé, tragué saliva y volví a congelarme en mi lugar. Él estaba sentado de espaldas a mí en su forma híbrida sobre su roca preferida. A pesar del tiempo que llevábamos conociéndonos, eran contadas las veces que lo había visto con su cola de pez. Su aleta hacía ondas suaves en el agua, pero, curiosamente, lo que terminó de robarme el aliento fue el reflejo de la luz de la luna en su espalda.

Una imagen mística y arrebatadora, y aún así me dio una mala espina: ¿desde cuando Neptuno me recibía dándome la espalda cuando siempre lo ha hecho de frente? Percibí que había notado mi presencia y de todas formas no volteaba a verme.

Un sacudón en el pecho me soldó al suelo a la vez que me empujaba a dar el primer paso.

—Hola... —por fin me atreví a decir, tímidamente, sin saber si acercarme más o no.

Neptuno apenas y se giró, y casi me sentía entrar en pánico cuando no vi en su rostro la sonrisa ladina de siempre, sino una expresión indiferente y fría.

—Ah, eres tú —dijo de manera seca—. Limítate a solo darme la ofrenda hoy. No tengo tiempo para clases.

Sentí algo dentro de mí romperse. ¿Por qué...? ¿Por qué se comportaba así conmigo ahora? No entendía, de la misma manera que no entendía la razón de que eso me hiciera sentir tan triste de pronto.

—Está bien... —dije tratando de disimular que todo estaba en orden, que todo seguía igual. No podía saltar a conclusiones apresuradas, podía ser que realmente no tuviera tiempo para clases hoy. Respiré hondo.

Saqué mi guitarra de su estuche y la afiné con dedos temblorosos. Tal vez no era capaz de explicar hablando cómo me he estado sintiendo estos últimos días, pero la música siempre ha sabido hablar mejor por mí.

𝓜𝓲 𝓼𝓲𝓻𝓮𝓷𝓪 - ᴀʀɪꜱᴛᴇᴍᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora