C6: El nombre de la rosa

687 62 63
                                    

—¡Mierda! —exclamé—. ¿Neptuno, qué hora es?

Neptuno miró al cielo antes de contestar.

—De tarde. 

Ok, definitivamente él no tenía claro el concepto de hora y yo no tenía tiempo de explicárselo ahorita, irónico, por cierto. Ya sería el próximo sábado, si es que no me encerraban o algo peor. 

Me apresuré a ir adonde había dejado mis cosas. Mi estuche estaba siendo resguardado por seis cangrejos y cuatro gaviotas. Se me hizo curioso a la par de adorable.

—¡Fuera! ¡Chu, chuuuu! —los espanté con las manos, en otra ocasión hubiera sido más agradecido y menos grosero con los animalitos, ¡pero no podía retrasarme más, perdón!

Me hicieron caso de inmediato, alejándose sin propinarme algún picotazo o tenazazo que bien pude haber sufrido, fui muy imprudente al acercar mis manos como si ellos fuesen solo humo, pero por suerte no me hicieron nada. Pude ver la hora en mi celular. Tragué fuerte; 10 llamadas perdidas. 

—Tengo que irme ya, ¡mis padres me van a matar!

Neptuno abrió grande los ojos, por un instante pareció incluso tan asustado como yo. 

—Qué métodos de crianza tan extremos.

—¡No! O sea, no literalmente... es solo una expresión  —su semblante se relajó.

—¿Es como el "no mames"? —estaba tan concentrado en recoger mis cosas, que apenas fui consciente de lo cerca que estaba de mí cuando me volteé de nuevo. Por lo menos vestía el traje de baño. 

—Exacto.

Nos estábamos mirando y yo solo podía pensar en que no quisiera irme, por mí estaría gustoso de quedarme y cumplir con mi ofrenda. Y aunque me diera pena incumplirle, deseé que él lo olvidara por hoy. Solo por hoy.

—Entonces te vas.

—Sí, Neptuno. Muchas gracias por las clases, nos vemos el próximo sábado. Te juro que seré pun—

—¿Te irás sin cantarme antes? —tal y como sucedió la última vez que nos vimos y él preguntó por mis golpes, el roce de sus manos fue suave. Neptuno sostenía mi mentón y me miraba con una intensidad que me hizo sentir peor.

—Eh... en serio, lo siento. Prometo recompensarte —el rictus de sus labios desapareció, ahora se mordía el labio inferior. ¿Se estaba conteniendo para no aniquilarme?—. Te prometo que—empezó a negar con la cabeza y a chasquear la lengua en desaprobación. Enmudecí en el acto.

—Aristóteles, Aristóteles, ¿si entiendes que tú no estás en condiciones de prometer nada?  

Volví a tragar grueso. En los ojos de Neptuno a veces podía encontrar cierta complicidad, y al siguiente segundo se tornaban oscuros e inquietantes, como si me quisiera comer. Esa inconsistencia me impedía razonar si ante mí tenía a un amigo o a un enemigo, pero me aferraba como un lunático a la primera opción. Me sentía demasiado confortable a su lado como para juzgarlo.

Tal vez así eran los sirenos.

Tal vez en ellos era natural.

Tal vez también era cosa de la edad.

¿Quién era yo para juzgarle? Toda mi vida he recibido quejas y desprecios por cómo soy, por lo que me gusta y disgusta, por cómo hablo y cómo me visto, y no sería yo quien cuestionara de buenas a primeras a la única persona que me acepta además de Juan Pablo.

𝓜𝓲 𝓼𝓲𝓻𝓮𝓷𝓪 - ᴀʀɪꜱᴛᴇᴍᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora