📖 CAPÍTULO - 34

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Los tres jóvenes quedaron observando a Alison, esperando algún tipo de reacción, ya sea una positiva o una negativa, ¡pero algo!

En cambio, esta se dio media vuelta y salió del dormitorio. Segundos después oyeron perfectamente cuando la lynx gritó a medio pasillo que los esperaría en el comedor.

—Pienso... pienso que lo mejor es que salgamos de esto pronto, independientemente como reaccione tu familia, Connor, sé que si no nos entienden hoy lo harán en algún momento. Luego debemos intentar comunicarnos con Arthur —opinó Aiden mientras se ponía de pie y se colocaba la polera que había descartado al llegar. Recibiendo un simple de acuerdo como respuesta de parte de sus compañeros—. Ahora a tomar una merecida ducha.

Connor caminó hacia su habitación y cuando Leo vio al pelinegro hacer lo mismo, lo sujetó del brazo para darle un rápido beso. Ambos soltaron una risita tímida y cada uno se fue por su lado.

Aiden al entrar al dormitorio y no encontrar a su novio, supuso que este se había adelantado y viendo como una buena opción bañarse juntos —ya que demorarían menos—, se dirigió hacia allá, encontrando a Connor aun con su bata. El agua estaba dada y solo una mano del león estaba bajo la lluvia, parecía estarla templando.

—¿Problemas con el agua otra vez? —preguntó más para llamar su atención que por real interés. Con lo agradable que estaba el día no le molestaba tener que lavarse con agua fría—. Tal parece que la construcción que se está llevando a cabo en la otra cuadra sigue dando problemas a los de este edificio.

—Sí, pero ya no es tanto. Ahora sólo hay que esperar un poco para que se regule la presión y así poder templar el agua, pero ya esta buena. Te estaba esperando —respondió Connor sonriente.

El pelinegro se acercó dónde el mayor y poniéndose de puntillas, deslizó la bata para sacarla de su cuerpo, dejó un suave beso sobre su pecoso hombro y sintió como la cabeza de Connor se apoyaba junto a la suya en un gesto cariñoso.

—Debemos apurarnos, luego tendremos tiempo para mimarnos —susurro el león, para después dar un beso sonoro en su sien y entrar a la ducha.

Soltando un suspiro y dejando caer sus hombros a modo de rendición, Aiden volvió a sacarse la polera e ingresó junto a su novio. Los dos intentando hacer el menor contacto entre sus cuerpos, pues el celo del menor se disparaba bajo cualquier estímulo y de ser así no saldrían jamás de ahí.

Ya nuevamente en el dormitorio, sintieron unos golpecitos en la puerta. Connor abrió y al ver a Leo listo —a excepción de su húmedo cabello que caí hacia un lado—, lo dejó entrar y le indicó que los esperara en un sillón individual que había cerca del ventanal.

Después de unos diez minutos, los tres vestidos con ropa de deporte cómoda y fresca para ese domingo cada vez más caluroso, fueron al comedor dónde se encontraba la familia de cambiaformas felinos.

Leo visualizó a cinco personas: dos chicas de las cuales solo pudo notar —dada la distancia que estaban—, que eran delgadas, de cabello castaño claro, de piel ligeramente más clara que Connor y Alison y si no se equivocaba una era más alta que la otra, aunque no mucho. También un pequeño niño... ¿o era una niña? Considerando la ropa de varón que vestía y el pelo corto, se dijo que era un niño, pese a que sabía a la perfección que las apariencias muchas veces engañaban. El pequeño era rubio y de piel tostada con rasgos muy finos, muy similar a la lynx. Los tres estaban sentados frente al televisor; las dos chicas en el sofá mostrándose cosas en sus celulares, dejando escapar algunas risitas de vez en cuando y el niño veía tranquilo las caricaturas tendido en la alfombra, abrazando al peluche de dinosaurio que había visto antes. Por último, una pareja abrazada cerca de un ventanal ubicado en diagonal a ellos dónde podía ver a ambos de perfil. Pareja que estaba conformada por un hombre mayor que supuso era el padre de Connor ya que este sostenía de la cintura a Alison, quien era la madre del león junto a él. Ambos se encontraban en un ambiente íntimo, donde el hombre susurraba algo como para confortar a la mujer que mostraba un rostro afligido, tan inmiscuidos en su mundo que aún no habían notado la presencia de ellos tres.

Dos lazos para un híbridoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora