Bendito charco.
Cuando aquella tarde, de regreso del entrenamiento, Taehyung resbaló en su patineta y cayó en medio del charco de agua y lodo, maldijo su suerte. La patineta se deslizó varios metros por la avenida, justo en el preciso momento en que el camión de la basura avanzaba lentamente, y Taehyung la vio confundirse entre las ruedas del mastodonte. El milagro no se dio (o eso fue lo que él pensó).
Triste, furioso y mojado vio su patineta convertida en pedazos irreconocibles en medio de la vía, y sintió que sin ella a su vida le faltarían las alas.
"Sí hoy sortearan un millón de cucarachas, yo me las ganaría todas", se dijo a sí mismo convencido de que atravesaba su época de mala racha.
En el bolsillo del pantalón encontró las monedas suficientes para regresar a casa en autobús. Eran más de las cinco y en la parada había demasiada gente, todos apiñados debajo de la sombrilla para esquivar la llovizna.
Taehyung se sacudió el lodo, se abotonó la chaqueta estirándola al máximo para que le cubriera las manchas del pantalón y se colocó la capucha. Subió al autobús y se dio cuenta de que a esa hora estaba repleto de gente cansada y malhumorada. De hecho la única persona con energía era el cantante de reguetón que sonaba en la radio elegida por el conductor: "Se siente, se siente, se siente, en la disco se siente caliente...".
Taehyung buscó espacio en el tubo para colocar su mano y sujetarse. Pero a esa hora, diez centímetros de tubo libre era una utopía.
El autobús abarrotado le pareció, de pronto, una réplica del mundo en versión reducida: demasiada gente, demasiada indiferencia, demasiada soledad. Todos sacudidos por los movimientos de una nave extraña que no pueden controlar, acelerando y frenando a raya, con la sensación de falta de aire, y a ratos con ganas de gritarle al conductor: "¡Detenga ésta cosa que me bajo!".
Su cabeza pensaba atropelladamente en la patineta, en la basura que era min, en los doce días que no veía a su madre por la pantalla, en la tarea de Química que no entendía, en el pantalón mojado y manchado, en el chico del colegio que ya era pasado, y otra vez en la patineta.
Parecía que todos sus sentidos estaban anestesiados y entregados a la tromba de sus pensamientos, pero por suerte sus ojos se rebelaron y se encontraron con los de el.
Vio en su mejilla un surco húmedo que marcaba el camino de una lágrima.
Taehyung lo miró sin que el reparara en su curiosidad.
Vio la manga de su blusa que le cubría hasta la mitad de la mano y que servía para secar su tristeza. O su rabia. O su decepción. Las lágrimas tienen tantas razones...
Y en ese momento Taehyung bendijo el charco, el tropiezo y la patineta en pedazos.
Clavó sus ojos en el y pensó que no era el tubo el que lo sujetaba aquella tarde, sino su mirada.
El tenía en sus manos un libro, a ratos se quedaba mirando por la ventana a la calle y luego volvía a la página y leía.
La magia no está en un conejo dentro de un sombrero o en un pañuelo que se convierte en ramillete de flores. La magia está a veces en un camión que te rompe la patineta y te obliga a subir en un autobús donde el corazón sentirá que le salen alas.
Al cabo de ocho o diez minutos el se levantó presuroso, se dirigió entre personas apretujadas hacia la puerta y descendió.
Taehyung hizo lo mismo, aunque esa no era su parada. De hecho hacia siete cuadras que debía haberse bajado.
El camino sin eludir el charco y sin dejar de llorar.
Fueron precisamente esas lágrimas las que hicieron que taehyung se decidiera a seguirlo. Por algún motivo —instinto tal vez— quiso sentir la certeza de que el llegara a algún lugar en el que estuviera a salvo. "¿A salvo de qué?", se preguntó a sí mismo, y le bastó con responderse: "A salvo del mundo".
A veces los seres solitarios se identifican con el silencio entre sí. Basta un gesto. Los ojos de quienes están extraviados, como tantas veces se encontró Taehyung lejos de su madre, se reconocen a gritos.
"No fue un flechazo —se repetiría Taehyung varias veces a lo largo de su vida—, fue algo mucho más grande". Fue la certeza de haber descubierto que lo que mueve la vida a veces no tiene explicaciones.
Caminó a cierta distancia para que el no se sintiera perturbado. Pero no logró pasar inadvertido.
El volteó y descubrió que la seguía. Apretó el paso, y él hizo lo mismo para tratar de alcanzarlo. Hubiera querido decirle que no tuviera miedo, que no quería hacerle daño, que sólo pretendía acompañarlo hasta que llegara a su destino... pero el arrancó a correr.
Corrió detrás de el y, cuando finalmente llegaron a la que quizás era su casa, todo tomó un aire extraño, el estaba asustado y le gritó que se alejara. Entró y luego dio un portazo. Él desapareció rápidamente.
Camino a casa, Taehyung pasó junto a un escaparate y se miró en el ventanal: "Claro... con esta pinta cualquiera saldría corriendo", se dijo en voz bajita. Estaba lleno de lodo, tenía una chaqueta impermeable que le cubría media cara y que lo hacía verse más grueso, y además llevaba una capucha. Su apariencia resultaba intimidante.
"Soy todo un príncipe azul...", se dijo a sí mismo con ironía.
Cuando llegó a casa la historia no mejoró... la tía Beatriz les comunicó que quería cocinar su horrendo pollo teriyaki, y Min decidió que durante la cena les contaría un cuento de una mujer migrante, un cuento demasiado crudo y amargo... como el pollo teriyaki.
Esa noche antes de acostarse a dormir, Jin se sentó en la cama de su primo Taehyung y, tratando de disipar el mal momento que habían pasado en la cena, le preguntó:
—Bueno, aparte del fallecimiento de tu patineta, del pollo delicioso de mi mamá y de la simpatía literaria de mi papá, ¿qué tal estuvo tu día?
Taehyung sonrió, sacudió el pelo de su primo Jin y respondió:
—Bien, todo bien.
—¿Algun chico se fijó en tus orejas?
Ambos rieron. Taehyung respiró y dijo:
—No, Jin, nadie se ha enamorado de mis orejas... pero he descubierto unos ojos.