Cada mañana, cuando _____ llegaba al colegio, repetía mentalmente: "Hoy todo irá bien, todo irá bien, nadie se meterá conmigo, hoy me dejarán en paz".
Aquel día, Bárbara y el caminaron juntos hasta el patio central; ese era el punto en el que se separaban y cada una iba a su salón.
—¿Estarás bien, ____?
—Sí, no te preocupes.
—Si me necesitas, me buscas.
—¡Claro que sí!
_____ caminó mirando al piso, contó los pasos, setenta y siete, "todo irá bien", setenta y ocho, "ya falta poco", setenta y nueve.
Entonces escuchó una voz a cierta distancia:
—Hola, _____, acuérdate de lo que te pedí, ¿sí? Te he mandado algunos mensajes y no me has contestado.
Era Kim; no necesitó mirarlo, el timbre ácido de su voz le sacudió los tímpanos. ______ levantó la mano rápidamente para responder el saludo y así evitar un problema, aceleró el paso y avanzó hasta el salón de clases. Claro que había recibido sus mensajes ofensivos, claro que los había leído, pero no encontraba fuerzas ni palabras para responderle cuánto lo odiaba.
Al llegar dejó la mochila en el piso, se sentó y continuó con el ritual habitual de cada mañana: tocarse la espalda por si alguien le había colocado un mensaje sin que el se hubiera dado cuenta; observar las paredes, la pizarra y el techo; revisar su mesa.
Ahí encontró un dibujo hecho con tinta azul. Era uno de esos dibujos como los que llenan las puertas y las paredes de los baños públicos. Vulgar y sin gracia. ______ pasó la mano por la fórmica y fue borrándolo poco a poco sin llamar la atención.
Cuando creyó haber acabado con él, vio que tenía toda la mano manchada de azul. Una compañera que pasaba por ahí se rio al verla y le dijo:
—Esa mancha no se quita. Al menos no tan fácilmente.
Y _____ sólo pudo responder:
—Ya lo sé...
Escondió la mano y sintió entonces que jamás podría librarse de esa mancha. Que por más esfuerzos que hiciera por olvidar siempre habría alguien dispuesto a recordarle lo ocurrido. Se miró a sí mismo y se vio todo manchado, como si un bote de pintura hubiera caído sobre su cabeza.
Angustiado, comenzó a sacudirse, a intentar limpiarse, sacó una bufanda que llevaba en la mochila y con ella se restregó los brazos y la cara; en eso escuchó unas risitas que venían del fondo del salón, donde un grupo de compañeros estaban reunidos. Sintió que lo miraban y se reían de el.
_____ se avergonzó y luego los miró con rabia. No pudo disimular. Se levantó, tomó fuerzas y gritó:
—¡Ya basta!
Hubo silencio en el salón, aún faltaban diez minutos para que iniciara la primera hora de clases.
Los del grupo miraron a _____, y alguien tomó la palabra:
—¿Y a ti qué mosca te picó?
—¡Estoy cansado de sus risas y de sus comentarios!
Todos se miraron extrañados y una de sus compañeras le dijo:
—Yo creí que a ti sólo se te caía la ropa... pero ahora veo que también se te ha caído un tornillo de la cabeza. ¡Estás loco, ______ ______, lo-co!
Kook, que también estaba en el grupo, dio un paso adelante y añadió:—Y si tú estás cansado de nuestras risas, ¿has pensado que también nosotros estamos cansados de que por tu culpa el resto del colegio piense que somos igual a ti?