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Veinte minutos antes de las cuatro ____ se dispuso a salir.

Después de lo ocurrido, el único lugar al que podía ir solo, era al taller. Esa posibilidad de caminar en soledad era un alivio, pero esto no salvó a ____ del discurso pronunciado por su madre:

—Llámame cuando llegues. Regresa apenas termine la clase. Si a las cinco y media no estás aquí, saldré a buscarte. ¿Entendido?

___ guardó un libro, un cuaderno y los hilos de colores en su bolso, se despidió de su hermana Bárbara y salió de la casa.

El taller no quedaba demasiado lejos, apenas quince minutos en el autobús de la línea 4 y una cuadra a pie. Se colocó los auriculares e introdujo el extremo del cable en su bolsillo sin conectarlo a ningún dispositivo. Así parecía que estaba escuchando música y nadie lo importunaría. Los auriculares tenían eso de bueno, se convertían en una barrera; si alguien quería abordarlo en el autobús con comentarios sobre el clima o esas preguntas trilladas de ligue antiguo: "Disculpa, ¿te conozco?" o "¿Tendrás la hora?", el podría seguir leyendo su libro y hacer como si no hubiera escuchado nada.

Esos dos botones dentro de sus oídos eran una buena manera de decir "no me interrumpas, no te escucho, aléjate".

Llevaba dos semanas asistiendo al taller artesanal, casi el mismo tiempo desde que su vida había cambiado para siempre. Fue la única concesión que hicieron sus padres luego de lo ocurrido. Las salidas con amigos terminaron; las fiestas y reuniones quedaron prohibidas; su vida social, congelada.

Pero ____ no protesto, no le quedaban fuerzas ni ganas ni amigos.

Lejos de lo que opinara su familia, el taller no tenía nada que ver ni con vocación ni con obligación; el taller era su espacio para no pensar, su pretexto para salir de casa y respirar. El colegio exigía la práctica de un deporte o el aprendizaje de un oficio durante las tardes como complemento al plan de estudios, y parecía una buena opción. Sobre todo, considerando que _____ no quería apuntarse a ninguna de las alternativas que su colegio ofrecía.

El día en que se inscribió, la encargada del taller, una señora gorda con pinta de chiflada llena de collares y pulseras sonoras, le preguntó qué curso elegiría. Los había de cerámica, de carpintería decorativa, de pintura de tela...

____ la miró con indiferencia y respondió:

—Me da igual.

La mujer le repitió con entusiasmo las opciones y quiso saber cuáles eran los gustos o intereses de el futuro alumno, pero ____ sólo repitió en voz bajita:

—Me da igual.

La mujer la miró con extrañeza, abrió un cuaderno caótico repleto de papelitos y garabatos, tomó nota de su nombre, dirección y teléfono; y luego la apuntó, por supuesto, en la clase que ella misma dictaba y que, casualmente, era la que no tenía ni un solo alumno: taller de Joyas hippies.

—No creo que mis padres acepten que yo aprenda eso —dijo ____ cuando la vio escribir su nombre en el cuaderno.
La mujer suspiró con picardía y respondió:

—No te preocupes, querido, eso está previsto. El diploma que te entregaremos al final de curso dice: "Diseño de bijouterie y joyería étnica". ¿Verdad que suena importante?

____ sonrió y se sintió extraño. Le pareció que habían pasado siglos desde la última vez que había sonreído.

—Comenzaremos con el módulo de pulseras. ¿Te gustan los nudos? —le preguntó la instructora haciendo ruiditos de clin clan clin clan, mientras se movía.

—¿Perdón?

—¡Por Dios, niño! ¿Sabes lo que es un nudo?

_____ la miró y casi sin pensarlo respondió:

—Claro... mi vida es un nudo.

ʟᴀ ʟʟᴜᴠɪᴀ ꜱᴀʙᴇ ᴩᴏʀqᴜᴇ~[tae x rayito]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora