Los días pasaban y este niño, empezaba a crecer no simplemente a su físico, sino que su vida, allí en Londres había dado un giro importante.
En clase, había dado con un profesor buenísimo el cual le acompañó durante tercero y cuarto de primaria. Victor era un señor de unos 40 años, poco pelo, una mirada sonriente y un humor que invitaba a todo niño a acudir con la mejor sonrisa a sus clases. El alegre profesor siempre dibujaba en su pizarra un pajarito con tres pelos muy gracioso, hacía poner el dedo pulgar de ambas manos sobre sus respectivas axilas y los cuatro restantes dirigidos hacia el pecho como si de un pollito como el que había dibujado se tratase y juntos repetían:
- ¿Sabéis por qué somos los mejores? -Preguntaba Víctor al resto de los alumnos mientras estaban en sus pupitres.
Ellos ya sabían qué responder con la posición de 'pollito' en sus manos:
- ¡Porque somos de tercero A! - Gritaban golpeando los dedos frontales sobre su pecho y, por supuesto, de pie y con emoción.
Este acto les divertía, les subía el ánimo y se veía con diferencia que a este hombre le encantaban los niños y disfrutaba realmente dando clase.
Derek, exceptuando su compañía, se sentía muy bien con su nuevo profesor y Frida estaba contenta de ver la unión que crearon él y su hijo y en casa repetía constantemente y con orgullo:
- Me gusta mucho este profesor, se nota que le gusta enseñar. Se porta muy bien contigo, ojalá todos fuesen así y realmente les gustasen tanto los niños. - Decía a Deckie que, en efecto, compartía totalmente su opinión.
Ambos cursos fueron transcurriendo muy bien. Por fin un profesor reforzaba el cuidado del más débil sin potenciar la maldad en los niños, así que el tiempo que el joven pasó en aquel país le dio para tener buenos recuerdos a todos y tener otro punto de vista en la enseñanza infantil pero, el curso terminaría en breve y Derek tendría que volver a España, sus padres habían preparado un viaje bastante largo y consideraban que su hijo todavía no estaba preparado para algo tan extenso. Querían llevarlo de viaje pero no sería en esta ocasión con tan solo 9 años así que Dory sería la encargada de quedarse con él algunos días.
Tres horas y media fueron las que se cumplieron hasta hacer la vuelta a casa al completo.
Aquella noche, como la mayoría de noches que pasaron en España, Derek volvería a cenar en casa de Dory, salir a tomar el aire con hamacas en medio de la calle con las amigas de su abuela o jugar a las cartas y al dominó con sus abuelos como hacían cada verano pero este año habría una diferencia: Irían todos juntos a pescar al puerto y además aprenderían a hacer una cuenta de seis números atrás.
Llegó el esperado viaje de Franc y Frida. Este año visitarían Santo Domingo y Punta Cana.
Seis horas de diferencia horaria y eran estas las que contarían para saber cuándo llamar a los padres y que el pequeño pudiese hablar un poco con ellos.
La semana que el matrimonio pasó en la República Dominicana no se hizo demasiado extensa para Derek, pues sus abuelos le llevaban al puerto, lugar donde finalmente descubrieron que se relajaba y comía mucho mejor ya que siempre le había costado ese tema. El sonido del mar y la brisa. Sentirse al aire libre y ejerciendo alguna actividad hacían que este niño hiperactivo, sin duda, descubriese su sitio de paz.
Jugar con sus abuelos también era algo que le mantenía entretenido, pues había ganado durante estos años bastantes habilidades y ya no perdía siempre aunque de vez en cuando había que vigilar los dotes que tenía Dory para colar alguna trampa en el juego.
El amigo imaginario que su abuelo creó, el cual bautizó como Genaro y le creaba su propio diálogo para entretener al chico, le hacía parecer gracioso y estar atento a las palabras de su abuelo Mike. Su abuelo describía a aquel personaje como un ser diminuto que podía pasar a través del agujero de cualquier cerradura como si de un duendecillo se tratase y cada noche aparecía para contar una nueva historia pero, concretamente robaba bancos sin que nadie se enterase. ¡Ejemplar! Sin duda, un entretenimiento más descabellado para Deck.Algo que también le encantaba y le relajaba hacer al pequeño era sentarse con sus respectivas hamacas a comer sandía en el balcón de su abuela repleto de plantas mientras hablaban, miraban la calle y les daba la brisa veraniega. Tras un rato allí, siempre barrerían y lo recogerían todo antes de irse a dormir. Deckie sentía entre aquel silencio y limpieza una paz enorme.
Alguna vez, cuando su abuela bajaba a la panadería que quedaba portal frente portal, compraba un bocadillo pequeño para su nieto que rellenaba con mucha crema de cacao y éste se lo comía despacio y saboreando cada bocado, le gustaba presionar un poco el pan antes de morder para ver alguna burbujita de chocolate salir. Cuando se trataba de dulce, el paladar de Derek no tenía límites.
ESTÁS LEYENDO
DESDE OTRO PUNTO (YA EN Amazon Kindle)
Non-FictionA veces nos toca vivir situaciones complicadas. Otras, creemos estar arriba pero realmente nos hemos olvidado los recursos abajo. Y bajamos. Quizá tardemos años en aprender a subir nuevamente, pero esta vez, de verdad. Hay tantos obstáculos hasta ll...