Capítulo 11. El Cura.

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Entré en la iglesia y me senté en uno de los bancos del fondo. Saqué mi rosario y me puse a hacer que rezaba.

Alrededor, no había demasiada gente. Un par de ancianas que rezaban y otro par de señoras que les estaban encendiendo velas a las estatuas de los santos que había repartidas por la iglesia.

Me santigué y me puse de rodillas. Dentro de poco la iglesia se quedaría más o menos vacía, y así podría acabarlo todo rápidamente.

El cura salió de la sacristía y se dirigió al altar, colocó el libro que tenía encima del altar y lo abrió. Levantó la cabeza y me miró. Yo agaché la cabeza y seguí haciendo el paripé.

La iglesia se fue vaciando poco a poco, el cura iba y venía de un lado para otro pero siempre que salía se paraba a mirarme. Cuando la iglesia estuvo vacía se acercó.

- Siempre es agradable encontrar gente tan joven y tan devota. - me sonrió.

Yo levanté la vista y le devolví la sonrisa.

- La pena es que ya seamos pocos los jóvenes que venimos.

-Si, hija mía . Pero más vale uno que valga por cien , que cien que no valgan ni por uno.

Me tendió la mano para que me levantase del suelo, yo se la agarré y me puse de pie.

- ­Gracias. - Le volví a sonreir.

­-Nada hija mia.

-Si me disculpa padre... Podría hacerme el favor de confesarme. Llevo un tiempo sin poder hacerlo. Siento como si estuviera sucia por dentro.

El hombre abrió los ojos de par en par y se echó a reír.

-Claro, no hay problema hija mía, pero no veo como una criatura como tú podría estar sucia por dentro.

-Ya sabe padre, todos somos pecadores desde el día en que venimos al mundo.

- Es verdad hija mía, tienes razón. Unos más que otros.

Me hizo un gesto todavía sonriendo para que le siguiera. Le sonreí y lo seguí.

Entró en el confesionario y yo entré por el otro lado.

Respiré hondo.

-Ave maría purísima.

-Sin pecado concebida.

-Perdoname padre porque he pecado... - comencé a llorar

- Hija mía, el padre de todos perdona cualquier tipo de pecado, solo con el acto de arrepentimiento.

-Gracias. - me sequé las lágrimas de los ojos con los dedos.

-Bien hija mía, continua, ¿qué pecados tienes?

- Bueno, padre... esto es un poco embarazoso

- Hija mia, aquí estas con Dios, tu padre, no tienes nada de qué avergonzarte.

- Tengo deseos... que me llevan a cometer actos... sucios.

-... sucios?

- Si, cada vez que le veo no puedo evitar el sentir ansiedad... no, no es ansiedad, es esa necesidad...

- ¿Qué necesidad? - dijo él perplejo.

- Me quema el cuerpo por dentro...

- ¿por dentro...?

- Si, por dentro... - agarre la rejilla que nos separaba y comencé a llorar otra vez - no puedo evitar el querer tocarlo...- suspiré- y el que usted me toque.

El cura me miró directamente a través de la rejilla, con los ojos abiertos de par en par.

-Cuando antes me dió la mano, me hizo tan feliz por un momento. Tan solo con que nuestras miradas se encuentren yo ya sufro en deseo por estar con usted...

Él levantó la mano y la acercó lentamente a donde yo la tenía. Yo solté la rejilla antes de que nuestras manos se encontrasen y miré hacía el lado.

-Por eso padre, me siento tan sucia, soy tan despreciable. No puedo evitar el quererlo aún sabiendo que usted jamás podrá corresponderme. Queriéndole hacer todas esas cosas, aún sabiendo que usted es...lo que es.

-...

- Y lo siento tanto... - seguí sollozando.

-... Hija mía.

De pronto el cura se levantó, abrió la puerta del confesionario salió, abrió la otra puerta y tiró de mi hasta ponerme de pie. Entonces me abrazó fuertemente entre sus brazos. Yo le devolví el abrazo.

-Lo siento tanto.

-Shhhh ya está hija mía.

Me separé de él y lo miré a los ojos. Por un instante todo se paró.

-Debería marcharme.

Me giré, entré otra vez dentro del confesionario y cogí mi bolso.

- No debería haber venido, lo siento.

Pasé por el lado del cura mientras me cerraba el abrigo.

Él me agarró del brazo y tiró de mi de nuevo dentro del confesionario. Cerró la puerta detrás de nosotros y me empujó contra la pared del fondo del confesionario, dejándome atrapada entre la pared y sus brazos. Nos quedamos ahí los dos mirándonos a escasos centímetros el uno del otro.

Puso suavemente su mano sobre mi mejilla, yo le agarré la mano y le besé la palma.

-Esto no está bien - dijo él.

-No, no lo está.

Le agarré del cuello y tiré de él para besarlo. Se acercó cada vez más hasta que quedé atrapada entre su cuerpo, sus brazos y la pared. Todo lo que podía sentir era a él por todas partes. Nos deshicimos en besos, caricias y suspiros. Ambos sabíamos que estaba mal pero habíamos perdido la sensación de la realidad.

Giramos y le hice sentarse en el pequeño asiento del confesionario. Me quite el abrigo y lo tiré al suelo. Me senté a horcajadas encima de él. De un sólo tirón abrí los botones de mi camisa. El abrió los ojos como platos.

-No debería...

-No deberías. - Le agarré las manos y le puse una sobre mi pecho, la otra la subí hasta mi cara y le volví a besar la mano. - Está mal... - le besé otra vez la mano y le empecé a chupar los dedos. Eché la cabeza hacia atrás y suspiré.

Él comenzó a besarme otra vez, más duramente, el deseo le invadía. Bajé la mano hasta su pantalón y apoyé mi mano sobre su pene. Él me agarró la mano.

-Espera. - susurró.

Le besé otra vez.

-No puedo esperar más.

Le besé el cuello, le agarré la mano que sostenía mi mano y se la aparté suavemente. Volví a bajar mi mano y le desabroché el pantalón. Metí mi mano dentro y empecé a tocarle. Él gimió.

Me subí la falda y me la metí entre las piernas.

Heaven tearsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora