Capítulo 4: Pruebas de fuego

457 40 5
                                    

El sol entró por el balcón calentando y alumbrando cada rincón de la habilitación. Era un día demasiado caluroso. Aurora no durmió en toda la noche. Después de esa conversación con el príncipe su cabeza daba vueltas calculando sus próximos movimientos. Debía pasar cada una de las pruebas sin importar qué. Él principe y ella tenían una apuesta donde debía demostrarle que estaba realmente capacitada para el puesto y así lo haría.

Se levantó de la cama cuando Sarém y algunas otras sirvientas llegaron para ayudarle a prepararse. Dejaron su uniforme de combate en la cama junto a unas botas. Era un atuendo bastante ligero. Consistía en una túnica corta, pantalones negros y muñequeras de cuero junto a una cinta para el cabello para poder recogérselo.

Mientras se vestía y se aseguraba las muñequeras, notó la mirada de Sarém en ella así que volteó a mirarla.

–¿Si?

–Y-yo lamento no haber regresado la noche de ayer, mi señora. Me dijeron que no podía entrar porque el príncipe así lo había ordenado. Sé que va en contra de las reglas que él ordenara eso así que quería saber si estaba bien– Aurora soltó una sonrisa pequeña.

–Estoy bien, no tienes de que preocuparte.

–¿Sabe usted luchar?– le preguntó consecuentemente– Ninguna de las candidatas había llegado tan lejos hasta ahora. Creo que sólo una, pero ya no recuerdo su nombre. Han sido demasiadas.

–Sé defenderme muy bien, he entrenado desde que era una niña– Aurora habló con seguridad– Te prometo que saldré de allí y te enseñaré todo lo que sé para que puedas defenderte también.

–¿De verdad, mi señora?– Sarém habló con emoción.

–Por supuesto, es una promesa– pactó y ella asintió. Aurora terminó de prepararse y bajó al salón de entrada donde Armand esperaba con impaciencia. Se movía de aquí para allá mordiéndose las uñas. Era un día realmente importante. Todos esperaban lo peor–Maestro– él levantó la mirada y se acercó.

–Princesa, puedo ver que ya está lista– dijo mirando el uniforme.

–Parece más nervioso que yo– bromeó, pero él no se rió. En cambio tomó su mano y la miró fijamente.

–Pase lo que pase, le deseo la mayor de las suertes...Aurora.

–Gracias, maestro– dijo ella dándose cuenta de lo que le esperaba. Podría morir en alguna de esas pruebas, de la manera más fatal y violenta. Pero debía continuar. Dos guardias se aproximaron enseguida para escoltarlos a la arena.

–Ya es hora– comentó Armand con firmeza. Parecía más nervioso que ella, pero era porque todos en el palacio sabían que era un momento decisivo. Habían sólo dos salidas. Que Aurora pasara las pruebas para tener un mejor futuro o que ella muriera en batalla y continuaran las muertes de todas las jovencitas en el reino.

En la arena, los únicos testigos eran soldados, algunos sirvientes y miembros del consejo real. Aurora no los conocía a todos, pero si estaban allí debían ser los miembros más importes. Los que tomaban las decisiones, ellos eran los que dirían si pasaría o no. De repente, vio cómo Mikhail tomaba asiento en el centro junto a todos ellos. Su mirada era oscura como de costumbre, pero había algo en él diferente. Tal vez, la manera en que la miraba de lejos. Su postura era esclarecida. Recostaba el mentón en su dedo pulgar con el anular rozándole el labio inferior. Pensativo...y de gran manera preocupado. Sus cejas fruncidas se lo decían claramente. Aurora lo observó por un segundo con el mentón arriba. Desafiándolo.

Armand abandonó el lado de Aurora cuando los dos guardias la escoltaron hasta el centro. El suelo era de un mármol blanco brillante. Con estatuas de oro gigantescas, de reyes antiguos con espadas como pilares. Era algo casi glorioso. La arena estaba situada en un magestuoso acantilado con el mar de fondo. La brisa hacia danzar algunos mechones sueltos del cabello de Aurora. Cerró los ojos unos segundos dándose la libertad así misma de disfrutar ese pequeño momento de paz.

–Aurora Dobrek, la hija mayor de la familia Dobrek y primera voluntaria de la vista, da un paso al frente– Una mujer joven, justo al lado de Mikhail se levantó y alzó la voz hablando con altanería, debía ser parte del consejo real.

Aurora hizo lo que dijo, sin reproches.

–El desafío es simple– comenzó a explicar. Tenía un muy mal presentimiento sobre esa mujer– 20 hombres intentarán eliminarte en el momento que toquen el tambor de metal. Tú tarea será seguir las banderas azules hasta traer la espada del príncipe a sus pies. Deberás arrodillarte y jurar lealtad a Ferona. Eso concluirá con las tres pruebas. Pero si pierdes, entonces serás inservible...y eliminada como a las demás– sus palabras llenas de repulsión hicieron a Aurora apretar los puños a sus costados. Todos daban por sentado que perdería, sobre todo esa mujer.

Pero no les daría el gusto a ninguno, ya vería la manera de encargarse de ella. Aurora dio un vistazo al recorrido de banderas azules con rapidez para tener un plan de curso. 20 hombres eran demasiado, realmente ridículo. Así que no había otra manera, debía distraer a la mitad y encargarse de ellos de dos en dos. No los mataría aunque tuviera el permiso de hacerlo, no era como ellos. Pero si todos tenían la orden de matarla, entonces debía hacerles daño. No dejaría que nadie se interpusiera en su camino.

–¿Tienes algo que decir?– masculló la mujer y Aurora la volteó a mirar. Quería gritarle que la mataría en cuanto regresara de esas pruebas y que clavaría su cabeza en una estaca para que todos vieran la clase víboras que habitaban en el reino. Pero no lo hizo. No debía ser impulsiva en esos momentos, no era la prioridad. Así que en cambio se limitó a apartar la mirada de nuevo. La mujer sonrió complacida– En ese caso, buena suerte...porque la necesitarás.

Una pila de soldados la rodearon en el momento en que sonó el ensordecedor gong del tambor. No podía perder el tiempo peleando con todos, debía encontrar la espada primero. Nadie le había dado un arma para defenderse así que sólo comenzó a pelear puño a puño con ellos. Eran demasiado fuertes, pero Aurora era ágil y lo más importante es que sabía pelear.

Todos tenían armas. Aurora tomó la vara de madera de uno ellos y les pegó con fuerza haciéndolos caer. Así prosiguió con otros cinco, golpeándolos en distintas partes del cuerpo y cortándolos con algunos cuchillos perdidos en el suelo estratégicamente por distintas partes del cuerpo. Mikhail comenzó a notarlo. Sus destrezas eran impresionantes para tratarse de una chica. Definitivamente la veía como una mujer extraordinaria. Le intrigaba aún más saber que estaba dispuesta a enfrentarlo y sobre todo de una manera tan altanera y voraz. Había pasión e ira en sus ojos. Algo que jamás había tenido la oportunidad de ver en ninguna otra.

–Seguramente no durará ni quince minutos. La matarán como a un cerdo cuando tengan la oportunidad– musitó Odeya, la mujer de antes.

El comentario repentino llamó ligeramente la atención del príncipe. Así que sin voltearle la mirada, contestó.

–¿No le parece absurdo que una mujer de su posición esté tan ciega para no ver lo que evidentemente está sucediendo allá abajo?– los miembros del consejo voltearon a verlo. No todos estaban presentes, pero Odeya era la sobrina más querida del portavoz del consejo real así que no estaba bien visto que el mismísimo príncipe intentara ponerla en su lugar. Sería una total deshonra para su tío y en sí para todo el consejo.

Todos sabían que el príncipe Mikhail era un hombre de pocas palabras o...más bien de ninguna, y ese simple comentario de 23 palabras mostraba claramente el interés hacia la hermosa y rebelde chica de cabello blanco.

–¿Disculpe?– respondió ella con indignación.

–¿Ah usted participado alguna vez de estas pruebas?– preguntó él siguiendo con la mirada a Aurora quien estaba a punto de comenzar a perseguir las banderas.

–No, su alteza.

–Entonces me parece más que absurdo que opine sobre algo que ciertamente jamás llegará a experimentar gracias a las acomodadas oportunidades que le ofrece su puesto como consejera real. Absténgase a mantener sus opiniones para sí misma, no creo deba gastar sus energías en criticar a una mujer que evidentemente tiene más agallas que cualquiera de ustedes– las palabras salieron firmes y precisas. Odeya se quedó callada y no argumentó más en el tema.

Reino de sombra -Libro 1: Reinos Oscuros (COMPLETADO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora