XXIV: El sentir de una divinidad.

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Los sueños que siempre involucraban a esa enorme figura vestida de blanco, solían ser en lugares desolados, en el que resonaban palabras crueles de personas diferentes; ese sueño era inusual, un ambiente reconfortante, «un campo» concluyó, el aire no era frío, tampoco caliente, hacía sentir que su cuerpo sintiera una reconfortante frescura. Se puso de pie y extendió los brazos a la refrescante brisa, algunos mechones de cabello se colaban en su rostro, en cambio, no le molestaba.

El campo estaba repleto de flores, entre el pasto se visualizaban liebres que asomaban su cabeza y agitaban su juguetona nariz. La figura blanca se encontraba frente a él, era tan alta que llegaba apenas a su pecho, no se asustó, porque su presencia transmitía paz.

Una sonrisa cálida surcó por sus labios pálidos y brillantes. Esa figura blanca le abrazó con dos de sus brazos, los otros dos se posaban en su cabeza; su túnica holgada y blanca era muy pulcra, poseía pestañas largas.

Su extraña fisionomía de cuatro brazos no le parecía extraña en ese momento, es más, lo hacía ver como algo celestial.

—Castiel —dijo con un tono suave que le hizo sentirse muy cálido — ¿Qué te parece este lugar?

—Es hermoso —contestó mientras inhalaba ese aire puro. Lo que decía a veces era de forma inconsciente. Se sentía protegido en esa frazada — ¿Qué es este lugar?

—Es mi hogar, todo esto es mío y de mis hijos, también es tuyo.

— ¿Mío?

La alta figura asintió, esos ojos parecían echos del más brillante zafiro, su color era muy similar al suyo.

—Eres parte de mi familia — Se apartó de él y se posicionó a su lado — Ven, quiero que veas algo — Sostuvo con su enorme mano la suya, el agarre no era fuerte como se lo imaginaba, era muy suave como la seda y el algodón. Se acercaron a una manada de caballos salvajes, ante sus presencias, comenzaron a correr por todo el prado, relinchando de felicidad. Castiel no pudo evitar sonreír al verlos — Ellos son hijos míos.

— ¿Tus hijos? —dijo con un poco de incredulidad — ¿Los caballos?

—No sólo los caballos, todas las especies animales que existen son hijos míos, todos dicen que soy su madre — Castiel parpadeó varias veces y cayó en cuenta de algo.

— ¡Qué coincidencia! Las serpientes de un compañero tienen ese hábito de llamarme de esa manera — Miró atentamente al ser que sostenía su mano con delicadeza y calidez — ¿Eres algún ser celestial o algo así?

El desconocido tuvo un espasmo por un momento.

— ¿Por qué piensas eso?

—No pareces humano, y ahora que te veo con más frecuencia, tienes unos rasgos hermosos — La escena que vio Castiel era digna de guardarlo en su mente para siempre, el rostro tan blanco como la cal había adquirido un todo rosado hasta el punto en que el sonrojo llegó hasta sus hombros, esa expresión le pareció muy linda para un ser tan grande; era como ver a esos cachorros, tenía tantas ganas de abrazarlo por tanta ternura.

—Es cierto en que no soy un humano, pero hace mucho tiempo dejé de ser un ser celestial — El sonrojo había desaparecido ante esas palabras.

— ¿Es por eso que te sientes tan triste?

—No lo estoy — Le sonrió, pero Castiel sabía en que estaba mintiendo. El ser se inclinó he hizo que las manos humanas tocaran sus mejillas — Estoy muy bien, me alegra hablar contigo en este lugar.

—No sé mucho sobre ti, ya que solo te veo en algunos sueños, pero sé que no te sientes bien. Esos pensamientos que parecían míos, en donde hubo un deseo de desaparecer para siempre, eran tus pensamientos, ¿no es así?

Kuroshitsuji: Rencor Divino (BL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora