-Capítulo 13-

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Despertar en una sala de hospital no era mi idea de pasar un buen fin de semana, me dolía mucho la cabeza y sentía mis labios secos, a mi lado sentado sobre una silla estaba un dormido Adam, apoyaba sus brazos y cabeza en la cama

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Despertar en una sala de hospital no era mi idea de pasar un buen fin de semana, me dolía mucho la cabeza y sentía mis labios secos, a mi lado sentado sobre una silla estaba un dormido Adam, apoyaba sus brazos y cabeza en la cama. Me incorporé ligeramente y serví agua en un vaso, junto a una pequeña pastilla.

¿Qué había sucedido anoche?.

Intentaba recordar pero todo era borroso, lo último que podía recordar claramente era estar tomando agua y buscar a Adam. No había bebido ni una sola gota de alcohol, ¿por qué estaba así?.

El castaño se movió y al verme sentada una sonrisa de alivio cruzó por sus labios, inmeditamente procedió a abrazar mi débil y escuálido cuerpo.

—Yo... Pensé que te perdería- suspiró en mi cuello —Te amo tanto— confesó sincero.

—Yo tambien te quiero— correspondí a su abrazo sintiendo un pequeño calor en mi vientre —¿Qué pasó? ¿Por qué estoy en el hospital?— pregunté cuando se separó de mí.

—Veras...— se pasó la mano por la nuca nerviosamente: —Ayer te drogaron— abrí la boca en sorpresa —Alguien debió poner algo en tu vaso sin que te dieras cuenta, cuando fui a buscarte

—¿Fuiste a buscarme? Lo último que recuerdo es verte besando a una rubia— lo interrumpo.

—Yo fui a buscarte cuando vi que un tipo te arrastraba a las habitaciones de arriba— reclamó enfadado.

—Yo... No recuerdo eso.

—Claro que no, ¡estabas drogada!— exclamó perdiendo la paciencia.

—¡Y yo que iba a saber que mi agua tenia algo dentro!— hablé en su mismo tono.

—Aylín, ya no eres una niña para que tenga que andar cuidandote todo el tiempo— bufó cruzandose de brazos.

—¡Claro que no! Pero te recuerdo que fuiste tú quien insistió ir a esa estúpida fiesta.

—¡Osea que es MI culpa!— pasó desesperadamente su mano por el pelo.

—Sí, digo no, no lo sé— me observó histérico y negó con la cabeza.

—Todo el tiempo estoy tras de ti, cuidandote, preocupandome y a ti solamente te da igual, te amo, te amo tanto que me duele verte con otros tipos, me duele aceptar que no me verás con otros ojos, soy un estúpido por creer que algún día tu y yo... Da igual, todo da igual ahora, me cansé Aylín, ya estoy harto— se puso de pié.

—¿Estas harto de mí?— sentía una gran presión en el pecho, apretaba mis manos para seguir manteniendo mi compostura firme y segura, aunque sabía que cuando atravesara aquella puerta me derrumbaría como siempre lo hago.

—No, claro que no. Estoy harto de tener que verte todos los días y no poder tocarte, besarte...— se abalanzó contra mí, apoyando ambos brazos a cada lado de mi cara —De no poder hacerte mía— sus ojos eran tristes, sonrió falsamente —Pero ya me da igual, ¿sabes?, ya esperé demasiado tiempo por ti— besó mis labios y me quedé estática.

Al separarse sonrió nuevamente y se incorporó para irse.

—En unos minutos llegarán tus abuelos— habló sin mirarme.

—Adam— lo llamé, se detuvo a unos pasos de la puerta —No me dejes— sin poder evitarlo las lágrimas salieron de mis ojos —Por favor... ¡No te vayas!— chasqueó su lengua.

—Ni siquiera fuiste capaz de corresponderme el beso— me miró burlón y siguió su camino.

Lo vi, allí, camino lentamente y lo perdí de mi vista, quería correr tras él pero no podía levantarme, mis piernas estaban cansadas.

—¡Adaaam!— grité desesperada.

Sentí como algo dentro de mi se rompió, me faltaba el aire, todo a mi alrededor daba vueltas, esto no podía estar pasandome, no ahora... Sabía que pasaría pero...

¿Estoy destinada a estar sola?.

En aquella camilla en una blanca habitación de hospital me di cuenta que estaba enamorada de Adam Morrison, pero ya era tarde, él había renunciado a mí, debía dejarlo ir, aunque me negaba era lo mejor para él, no lo merecía, era muy poco para una persona tan valiosa como el castaño.

Muy bien Aylín, rompiste a una gran persona y también terminaste lastimada, su mirada era muy distinta a la de antes, era burlona y desprendía maldad, el chico amable, que todos lo tomaban como ingenuo ya no estaba, en su lugar un ser diabólico y sin corazón había nacido, el verdadero Rey de las fiestas.

Ese día lo comprendí, le había roto el corazón a Adam Morrison hace tiempo, mi actitud egoísta que solo pensaba en mí poco a poco lo transformó en un demonio humano, un ser despreciable, un rey tirano que comenzó a preocuparse solamente por él, su familia (que incluía a sus amigos) y en nadie más.

Los meses volvieron a pasar y solo veía a Adam en los pasillos, siempre me evitaba, dejó de ir a restaurante y me dejaron de invitar a fiestas, otra vez volvía a ser la chica que pasaba desapercibida.

A tan solo semanas de la fiesta de graduación y entrega de diplomas, andaba sin ánimos, no quería saber nada de nadie solamente irme de aquella ciudad, desaparecer y comenzar de nuevo. Que podía decir, era una adolescente de último año con el corazón roto y a tan solo días de su promoción de año.

En esos meses me dediqué arduamente a estudiar todo el material que me habian dado para el examen de ingreso de la universidad y en preparar la fiesta a la cuál ya estaba dudando asistir.

Sin amigos mi vida volvió a ser aburrida, dependiente de la rutina trabajo, estudio, patinar, comer y dormir. Parecía que las cosas no podían empeorar más, pero sí lo hicieron.

Llegué a casa luego de un agotado día de trabajo y escuché voces en la cocina, me pregunté quien podría visitarnos.

—A ella no le agradara verlos— habló preocupada mi abuela.

—¿Por qué volvieron?— reclamó mi abuelo, estaba enojado, nunca lo había escuchado de esa manera, era el ser mas dulce que podía existir.

—Tenemos derecho a verla— habló una voz femenina.

—¡Claro que no!— exclamó mi abuelo y comenzó a toser.

—¿Estas bien?— preguntó mi abuela, entré en la cocina y el anciano se agarraba el pecho, o no... Otro paro cardíaco.

Tomé el celular y llamé a la ambulancia. En la cocina junto a mis abuelos habían dos personas, un hombre y una mujer, al verme se quedaron boquiabiertos, pero los ignoré completamente para atender a mi abuelito.

No sabía quienes eran, tampoco tenía la intención de conocerlos.

—Hija...— suspiró el hombre aún asombrado.

¿Qué? ¿Hija? ¿Quiénes eran estás personas y que querían con mis abuelos?

Ambos llevaban mochilas y valijas de viaje, su ropa era sofisticada, podría decir que valía mas que la casa, el pelo de la mujer era castaño y el del hombre rubio, los ojos de esa mujer eran grises como los de mi tío Ray, mientras que los del hombre eran de un profundo marrón.

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Instagram: atenea_escritora

Amor en ocho ruedas [Pausada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora