Chapter fourty seven: Perfect Storm.

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Habían pasado dos semanas desde el encuentro con Dante. Su mente era un caos, se había vuelto totalmente paranoica al respecto. Se convenció a sí misma de que habló y todo el mundo lo sabía menos ella. ¿Realmente lo hizo? No. No era posible, las palabras aún le hacían eco en su interior. No podía negar el sentirse intimidada. Al mismo tiempo, si lo pensaba parecía estar chantajeándola. Para ella, lo segundo era lo más probable. Era lo más lógico según su pensar. Pero, ¿y si todo era mentira? Quizá, sólo quizá, todo era parte de su imaginación. Por que, si lo fuera, todo se iría por la borda. Necesitaba calmarse.

Debía despejar su mente. Aprovechaba cada momento libre para pensar en cualquier cosa, hacía algo de ejercicio o leía algún libro. Así pasaron unos días, pero el sentimiento de culpa incrementó con cada pensamiento, con cada hora arrancada del reloj, sin prisa, no volviendo jamás. No había otra palabra para describir cada día. Ya no lo soportaba. Tenía que sacarse todo el remordimiento.

- Necesito hablar con vos.

- ¿Pasa algo?

- Sentate.

- Camila, me estás asustando.

Suspiró pesado.- Algo me está carcomiendo por dentro desde hace días. Si no lo saco ahora, voy a explotar.

Facundo la tomó de las manos, mirándola fijo a los ojos.- Sabés que podés decirme lo que sea.

Mordiendo sus labios bajó la mirada por un segundo, respiró hondo antes de volver su rostro.

 - Antes que nada, quiero que sepas que no estoy para nada feliz con lo que te voy a decir -pausa-. Pasaron años, pero desde hace un tiempo siento como si hubiese sido ayer.

- Me estás asustando.

Un último suspiro pesado. Cerró con fuerza los ojos y pronunció las primeras palabras de lo que sería su posible sentencia. Facundo la escuchó con atención, notando cómo su voz se quebraba a medida que las palabras salían de sus labios. Fruncía el ceño, inconscientemente, oyendo cada oración. Camila se aferraba a sus manos, rogando internamente comprensión. Había sido una adolescente estúpida e ignorante, sin pensar en las consecuencias de sus actos. Fue un impulso, lleno de rabia y asco, sí, pero un impulso. Fue un acto cruel, podríamos decir que hasta inhumano. Se convirtió en el monstruo de alguien más, sin pensar en cómo sería estar en su lugar, en los problemas a futuro que podía generar con tales palabras, con tales golpes. Sí, los golpes duelen, dejan marcas, pero éstas son temporales. Los golpes más duros eran aquellas palabras, repitiéndose en un constante loop sin poder apagarlas, dejando heridas profundas en el alma que jamás sanarían. Claramente no había pensado en todo eso. No hasta hace nada, cuando los recuerdos le sacudieron como si una tormenta marina se tratase. Revivía cada segundo, escupiendo esa sentencia cruel mientras se alejaba riendo de esa manera burlona junto a las demás verdugos. Pronunció la última palabra. Silencio.

Retiró sus manos sin poder creer lo dicho. Frunció el ceño mirándola fijo, esperando una mueca, lo que sea, que le diga que era mentira. Que no era capaz de hacer algo como eso. Un invento. Una mala historia. Pero nada. El silencio confirmó cada una de las palabras. La sorpresa dejó paso a la ira. Ahora entendía todo. Ahora era capaz de ver el por qué de su actitud. No sólo contra su hermano, si no en varias ocasiones. ¿Cómo no las vio antes? ¿Tan ciego había sido para no notarlo? Se enfureció. Mordió su lengua. Se puso de pie, dándole la espalda. No tenía palabras. Su mente era un desastre. El silencio aún reinaba. Él no pudo decir nada. Ella le miraba desde atrás, esperando una respuesta, aunque sea mínima. Sin embargo él permaneció de pie, dándole la espalda, tratando de acomodar el caos en su interior. No sabía cómo reaccionar. No quería estar ahí. Dio un paso. Salió dando un portazo, haciendo que ella diera un salto en su lugar. Las lágrimas salían de ambos, unas de arrepentimiento, otras de incredulidad.

Entre CadenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora