Dante le acunó el rostro con las manos, dándole varios besos, saboreando los restos de frutos rojos sobre los labios contrarios. No negaría sentirse un tanto incómodo, ¿sería una buena idea tener una sesión con él en ese estado? Posiblemente no. Su voz sonaba necesitada, su cuerpo pedía a gritos la salvación. Se lo había pedido, sí. Seguía con los besos, correspondidos cada uno de ellos, pensando si sería correcto hacerlo. Pronto, sintió la lengua de él apenas rozando sus labios, pidiendo permiso para entrar. Se la otorgó, y la mordió ni bien lo hizo. Benjamín soltó una risilla nerviosa, sonriente. El mayor lo atrae, haciéndolo sentar sobre su regazo. Se sentía tan cómodo ahí, sobre sus piernas, rodeando su cuello mientras él abrazaba su cintura, cada tanto bajando sus manos hasta su trasero, propinándole suaves agarres. Uno más fuerte provocó un jadeo resonando en el interior de Dante, quien seguía apretando esa suave y tersa piel escondida debajo de la ropa. Quería sentirla sin tantos obstáculos de por medio. Quería saborear su piel hasta quedarse sin centrímetros, besarla hasta el último rincón. Le ordenó abrazarlo con sus piernas y agarrarse fuerte. Al hacerlo, Benjamín notó que se estaba poniendo de pie. Apretó su agarre, alivianándolo al tener la seguridad de que no iba a soltarlo. Subieron las escaleras así, continuando con los besos, ahora más lascivos. Mordían sus carnes mutuamente, besaban sus cuellos, lamían la piel expuesta. El mayor abrió la puerta de Infierno, depositando al otro en la cama. Tuvieron que, para su desgracia, separarse. Se buscaban con la mirada, desafiándose, invitando al contrario a dar el siguiente paso. Benjamín quería saltarle ensima, rogarle por favor que lo tocara, que lo llevara a ese Paraíso tan pecaminoso como sólo él podía hacerlo. Se sentó a su lado.
- Sabes que no puedo hacerlo así nomás, ¿no? -lo toma de las manos-. Necesito primero que me digas qué es lo que buscas, lo que está permitido y lo que no. Qué puedo hacer y qué no. Necesitamos hablar antes, Molina. Por que puedo hacer algo que no te guste, o inflingirte dolor...
- Quiero que me ates. Quiero que me hagas lo que desees. Puedes tocarme, estimularme, pero no tendremos sexo. Quiero que tengas el total contro sobre mí, hace de mí un simple juguete. Quiero ver a Dante siendo... tan dominante como él desee. Que mi Señor haga y deshaga conmigo lo que le plazca.
No podía creer sus palabras. Pensó que era su ansiedad la que estaba hablando. - ¿Estás seguro, Molina?
- De todos modos quería pedírtelo. De hacerlo algún día.
- Está bien -suspira-. Escucha, vamos a hacer lo siguiente: te ataré, te usaré como yo quiera, podré tocarte, pero vos a mí no, así como tampoco podrás tocarte a vos mismo. Responde: ¿cuál es la palabra de seguridad?
- Saturno.
- ¿Obedecerás cada una de mis órdenes?
- Sí, Señor.
- Eres un buen chico. Estarás en silencio todo el tiempo. Sólo abrirás la boca para chupármela, cuando te pida gemir o te de permiso de hablar. ¿De acuerdo? -asintió-. Perfecto -le da otro beso en la comisura de sus labios, para luego relamérselos. - Esperame en la posición que te corresponde mientras preparo todo. Ah, quiero verte totalmente desnudo, Molina.
El joven sólo asintió. Se puso de pie para sacarse cada prenda, siendo observado por aquellos ojos verdes, tan penetrantes, haciéndolo sentir insignificante. Cuando la remera pasó por sobre sus hombros, el mayor se acercó, lo hizo girar para besar su cuello. Trazó líneas en su espalda, gruñendo en su oído, regresando los dedos a los pezones de él, jugando con ellos. En una última lamida le ordenó seguir, mientras él continuaba viendo cómo el nerviosismo de su compañero aumentaba. Abrió lentamente uno de muebles, sacando el collar, su correspondiente cadena, grilletes para las muñecas y una venda para dejarlo en la ceguera total. Acercose lentamente, arrastrando la cadena para luego dejarla caer a un lado. El sonido del metal recorriendo el suelo le generó un escalofío. ¿Para qué necesitaba una cadena? ¿Qué pensaba hacer con ella? Todos esos pensamientos se esfumaron al sentir un suave material acariciando su cuello, oyendo el cerrar de un candado detrás de él. Quiso tocar la argolla que suspedía entre sus clavículas, pero temía un castigo si lo hacía. Las manos contrarias, tan frías como calientes, guiaron su cuello hacia atras, logrando asi dejar un casto beso. Lo empujó levemente para que volviese a su posición original, colocando así la venda. Benjamín suspiró de alivio al verse sumergido en la oscuridad absoluta, rogando por más. El mayor se arodilló, respirando pesadamente en su nuca, sonriendo satisfactoriamente al escuchar ahogar un jadeo. Lamió su cuello, mordió su lóbulo para luego dejarlo en las penumbras de la expectación. El chico continuaba en su posición, con las manos sobre los muslos, respirando pausadamente. Dante lo miraba desde el diván. Una vista exquisita para cualquiera. Y sólo él podía disfrutarla. Estaba totalmente encantado con tenerlo así. Se relamió los labios. Dio pasos seguros, lentos, hasta llegar a él; sin que lo esperara, lo obligó a ponerse de pie tirando de la cadena.
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Entre Cadenas
Romance- La respuesta correcta es "Sí, señor" Cadenas. Fustas. Placer. Desobedencia. Dominación. Tenían todo eso en común, aunque no lo supiesen, aunque lo negasen. NOTA: historia 100% de mi autoría. Si quieres adaptarla, por favor contáctame antes. Esper...