Chapter four: Sand illusions

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Benjamín seguía en estado de shook. Su mente no dejaba de repetir las palabras de Dante, al igual que la imagen de él con el cabello suelto tocando sus hombros. Salió del cuarto mirando a la nada, sin saber qué hacer ahora. Llamó al ascensor, marcó planta baja, tratando de convencerse que lo que pasó fue una ilusión, un sueño, nada más. Cuando se escuchó un pitido y las puertas metálicas se abrieron, fue en busca de su amiga, quien lo esperaba abrigada hasta el alma y un cigarrillo encendido. Se encontraba de espaldas contra la puerta, podía observar las largas piernas de ella, cubiertas con una calza gris oscuro y unas botas negras de caña alta. Ella se dio vuelta al ver que la abertura de vidrio se abría, notando que su rostro estaba pálido y miraba hacia la nada. Le pasó la mano por el frente, le dijo su nombre un centenar de veces, no obstante, no reaccionaba. Hasta que un golpe en la nuca lo hizo volver a la realidad.

- ¿Qué pasa, Benja? -exclamó con un tono burlesco-. ¿Acaso viste un fantasma?

- Dan... Dante -susurró-

- ¿Qué ocurre con él? -lo miró sorprendida-.

- Me abrazó -siguió-. Fue... muy raro.

- ¿Te abrazó? -rió sorprendida-. ¿Y por qué la cara larga?

Benjamín le explico la situación con tanto detalle que hasta ella se sintió protagonista de la pequeña historia. Más sin embargo, no entendía por qué él sintió rareza en un acto normal. Un abrazo no significaba nada, tampoco era el fin del mundo. Bueno, en parte lo era para él. Su amiga intentaba calmarlo, y al ver el rostro del otro, supo que sería algo complicado, más no imposible. Lo convenció que seguro fue en plan amistoso, un saludo, algo con lo que no hay que preocuparse. Él la miraba dubidativo, como si no creyese las palabras expuestas por ella. En realidad se preguntaba y preocupaba por los sentimientos que la acción provocó en su cuerpo, no por el abrazo en sí. La calidez, el cariño y la dominancia que Dante le ofreció durante unos segundos fueron suficientes para confundirlo. Siguieron su camino hasta la parada de transporte, se subieron cada uno en el suyo para ir de regreso a casa. El resto del día aparentaba ser eterno para Benjamín. Unos 30 minutos más tarde, llegaba a su casa, con cierta pesadez y cansancio. El frío que entró por la ventana del balcón lo hizo encogerse. Se preparó el almuerzo, lo comió como si fuese la primera vez en probar bocado en años. Luego, bebió tanta agua hasta que su ser le pidió respirar de nuevo, exhalando así una bocanada de aire fresco por la bebida de bajas temperaturas. Quiso salir nuevamente al balcón, pero el viento gélido lo obligó a entrar, cerrando la puerta rápidamente. Prendió su computadora, vio unos videos que el staff del gimnasio le mandó en calidad de promoción y nuevas propuestas que pronto se pondrán en marcha. Veía el pasar de las imágenes con desgana, él sólo quería ir a hacer ejercicio, con Kamelot sonando fuertemente en su oídos, sentir el sudor recorriendo su espalda... Dante. Se imaginó a Dante. Estaba ya harto, así que sacudió su cabeza con la esperanza de borrar esa imagen. Se decía una y otra vez que debía olvidarse de lo ocurrido, y nada mejor que una buena sesión de barras para lograrlo.

Afuera la temperatura eran de apenas 3º, aún así Benjamín se encaminó al lugar. Una vez saludó a todos, fue a su espacio para realizar el entrenamiento del día. Concentrado en lo que hacía, concentrado en la música retumbando en sus oídos, concentrado en la barra de metal que subía y bajaba sobre su pecho. 30, 45, 60. Depositó al aparato en su descanso, se secó el sudor bebiendo agua velozmente; sabía que estaba mal, el contraste del frío líquido con el calor de su cuerpo hizo que su garganta sientiese un leve ardor que pronto pasaría. Descansó un minuto más, recorriendo con la mirada a las demás personas, para luego decidir ir a la caminadora a trotar un rato. Se acercó a ella, dejando la toalla y la botella al costado. Comenzó con una caminata lenta, luego aumentaría el paso hasta llegar a trotar. En cuanto la música se detuvo unos segundos antes que se reprojucese la siguiente canción, escuchó una voz proveniente de atrás: se detuvo, quitó sus audífonos y se dio vuenta para ver quién le hablaba; se trataba de una muchacha bastante atractiva, cuya larga melena negra estaba recogida en un rodete. Lucía una musculosa gris, y la calza marcaba los músculos de unas piernas eternas y contorneadas. Él se quedó mudo al verla.

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