Chapter fourty four: Temple of Love.

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El contrato llegaba a su fin, y ambos lo sabían. Querían continuar, pero temían una respuesta negativa por parte del otro. El último sábado decidieron ir a un bar a tomar unos tragos.

- Aunque estemos en público, recordá tu posición, Molina.

Mierda. Casi se olvida. Bueno, dos Rusos Blancos y media cerveza quizá tenían algo que ver.

- Lo sé. ¿Cómo debo dirigirme a... Usted?

- Como lo has hecho hasta ahora, con sumo respeto, sin pronunciar mi nombre -le vio bajar la mirada al vaso-. Ya no beberás más.

- Pero...

- Pero nada. El alcohol está haciendo efecto y no quiero que te emborraches.

- Sólo un trago más, ¿sí? -preguntó en un puchero.

- No. Y cuidá tu forma de hablarme. Ya vuelvo.

Al no estar en su campo de visión, hizo fondo blanco a lo poco que quedaba de cerveza. Muy mala idea.

Alguien lo estaba viendo desde hace tiempo. Al verlo solo, se acercó. Benjamín frunció el ceño al darse cuenta que no era su Dante, y chasqueó la lengua.

- Hola -dijo con una sonrisa landina.

- Buenas noches -contestó cortante. Quería que se fuera.

- ¿Estás solo?

- Estoy con... alguien, para tu información.

- Oh, vamos. Déjame invitarte a un trago,

- No, gracias. Todavía tengo el mío -¿qué no pensaba largarse?

- Tu vaso está vacío.

- Te dije que no.

- Me gusta cuando se hacen los difíciles -dijo con malicia. Estuvo a punto de tomarlo del brazo cuando fue interrumpido.

- Dejalo en paz, Alejandro -gruñó Dante.

- Oh, Efelios. ¿Nuevo juguete?

- No lo llamés así.

- Veo que seguís sin prestarlos -le acaricia el rostro, asustándolo-. Con lo bien...

Un puñetazo en la mandíbula le arrancó las palabras de raíz. Alejandro intentó devolverle el favor, ignorando por completo el entrenamiento de Dante y recibió otro puñetazo en la boca del estómago, haciéndole caer al piso en busca de aire.

- Volvé a acercarte, y te juro que te destrozo la cara -rugió con furia-. Vámonos, Molina.

Lo tomó de la muñeca, haciendo caso omiso a las miradas ajenas, pagó las bebidas y salieron caminando, casi arrastrando a Benjamín. Al llegar a la Plaza de la Intendencia, se detuvieron en unos bancos.

- ¿Te hizo algo?

- No -susurró-. ¿Quién era? ¿Qué carajos pasó, Dante?

Se llevaría dos azotes por maldecir, y quizá otros cuantos por pronunciar su nombre, pero le importó más bien nada.

- Contestá mi puta pregunta, Molina.

- No, no me hizo nada. Sólo se puso pesado, nada más. ¿Quién era?

- Un imbécil. Como no puede tener sumisos por más de diez minutos, el infeliz trata de llevarse a los sumisos de lo demás. Es un completo estúpido, no respeta las reglas, se cree superior al resto. Quiso tocar lo que era mío y no se lo iba a permitir. No tiene respeto por otros Dominantes, y menos por otros sumisos. Supe que lo echaron de la comunidad, casi nadie lo quiere.

Entre CadenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora