Chapter seven: Jealousy

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Dante salió del gimnasio envuelto en celos. Levantó el labio superior en señal de furia. Otra vez. Quería golpear algo, lo que sea. ¿Por qué se sentía así? El enojo consumía cada célula de su cuerpo, estaba a punto de explotar y sabía que no era conveniente hacerlo en público. Las personas casi huían de su lado al ver tal expresión en su rostro. Él les dirigía miradas asesinas. Le importaba un carajo lo que la gente pensara, lo único que quería era descargar toda la furia que en su interior crecía exponencialmente. Llegó a su casa, lanzó el bolso contra la pared y un grito desgarrador retumbó en las paredes. Se vendó de nuevo las manos, se puso los guantes y fue hacia el patio a golpear la bolsa de arena. Cuatro jabs más tarde, sintió que no le quedaban fuerzas, en cualquier momento se quebraría. No era la primera vez que le gusta alguien que no correspondería a sus sentimientos, no sería la primera vez que alguien se incrustaría como espinas en su ser. Pero ésta vez es... diferente. Nadie le hizo sentir tanta inquietud, definitivamente Benjamín tenía la dosis justa para volverlo loco. Se estaba volviendo adicto a su presencia y aroma. Y no podía soportar no poder saciar su sed junto a él. En sus ojos las lágrimas empezaron a asomarse, y no las contuvo, simplemente dejó que marcaran su rostro. El pecho le dolía horrores. No entendía por qué cada vez que veía a alguien acercase tanto a Benjamín estallaba. Tardó en admitir que envidiaba la cercanía que Carolina tenía con él, pero... ¿Sofía? La odió sin conocerla. Truenos resonaron con violencia en el cielo ennegrecido y unas cuantas gotas le humedecieron el cabello. Suspiró al sentir que la lluvia se hacía más profunda. Se quedó ahí varios minutos, con la esperanza de que el agua se llevase con ella todo el malestar. Sus piernas temblaron y cayó al piso. Hundió la cabeza entre las rodillas. El agua chocaba contra su espalda. Suspiró. Cuando su mente y cuerpo se relajaron un poco, entro dejando las zapatillas y los guantes colgando de un perchero cerca de la puerta y fue a darse una ducha: el vapor rodeando su desnudez, el cabello que se le pegaba a la espalda, la espuma del jabón recorriendo sus piernas lo tranquilizó.

Salió del baño con una toalla que a duras penas se sostenía gracias a sus caderas... y a algo más. A su mente vino la imagen de Benjamín siendo acorralado por él, con el torso desnudo, cubierto de sudor. ¡Cómo deseó tocar su piel, de tomarlo por el cuello y hacerlo rogar más! Deambuló por la sala de estar, clavando la mirada en el estante donde guardaba su enorme colección de películas porno. Había visto unas cuantas, pero no lograrían saciar sus ganas. Imaginó al otro, el sabor de sus labios, el presionarlo contra las paredes de su casa, de encerrarlo en su habitación. Dios, pudo sentir el tacto de la piel del menor, en el suave aroma de su perfume, las gotas de sudor viajando por su espalda y su rostro enrojecido en cuanto lo pensó. Otra vez la erección. Dolorosa. Maldijo en voz alta. Lo maldijo a él por provocarle las erecciones más incontrolables de su vida. Maldijo el día en el que lo conoció. Todo esto mientras acariciaba su miembro. Gruñó al sentir el orgasmo estremeciendo su cuerpo. Gruñó su nombre. Y se odió. Se odió mucho. Odió el echo de tener que admitir que le gustaba. Odió saber que no tendría oportunidad, de no poder conquistarlo, y sobre todo, odió a la mujer que podría saborearlo de pies a cabeza. La puta madre, mañana sería un largo día.

Esa noche durmió un poco más de cinco horas. El tenerlo tan cerca más la fecha de entrega del proyecto a la vuelta de la esquina aumentaban su ansiedad. No era precisamente la persona más amigable del mundo cuando no duerme lo suficientemente. Casi tira el despertador al suelo al sonar. Su humor era de mil infiernos. El desayuno, bastante simple, no lo sosegó en su totalidad. Bebería otra taza de café en el trabajo, además de un ligero almuerzo para la hora del descanso. Creyó que lo mejor sería evitar e ignorar a su compañero, para no tener que morir de ganas por abrazarlo y algo más. Empezaría mal si tiene que pasar por él a su casa. Mierda. Gruñó. Terminó de preparar sus cosas y partió. Mandó un mensaje para avisar que lo esperaba abajo. No pudo evitar pensar en lo bien que lucía en ese traje negro y en su maldita sonrisa encantadora.

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