Chapter fifty: Absinthe.

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El calendario arrancaba los días, el reloj borraba minuto tras minutos, hora tras hora. Benjamín se estiró en la cama contraria, refregando sus ojos y bostezando. Se dio media vuelta sin quitar el brazo que lo abrazaba por la cintura, viendo a Dante todavía dormir. ¿Cómo era posible que dormido pareciera un cachorrito y al abrir los ojos se convertía en un lobo? Quitó los cabellos que caían sobre su rostro, le acarició la piel tibia y le dio un beso en la frente, despertándolo.

 - Buenos días -dijo susurrante mientras le atraía más a él.

- Buenos días -contestó.

- ¿La pasaste bien ayer?

- Mucho. No mentías cuando me dijiste que tu familia era numerosa.

- No fueron algunos, pero sí.

- ¿Lo hacen todos los años?

- Sí. Es como una tradición, supongo.

- Ya veo. Muero de hambre, ¿desayunamos?

- Sí, pero antes...

Giró para estar sobre él, dándole varios besos, sonriendo entre ellos. Entrelazaron sus manos mirándose fijo a los ojos, diciendo todo a través de ellos.

Dante estaba sumamente nervioso; en los últimos días una idea rondaba su mente. ¿No será demasiado pronto? Puede ser. Se aproximaban semanas complicadas, simulacros de examen, clases de consulta y el reemplazo temporal de una profesora. Tomaría ese tiempo para intentar aclarar, o por lo menos acomodar, los pensamientos en su mente. Y no sólo en su cabeza. Seguían viéndose los fines de semana, cada tanto cenaban en casa de alguno de ellos. Incluso Dante dormía en casa de Benjamín, abrazándolo por la cintura, embriagándose de su aroma, sintiendo la calidez de su piel, de sus manos entrelazadas, de cómo se acercaba a él. En escuchar los suspiros cuando estaba dormido, o cómo lloriqueaba cuando se movía y no lo encontraba, y abrazarlo con fuerza como si tuviera miedo de perderlo, además de lo tierno que se veía al restregar sus ojos al tener sueño o recién se despertaba.

Cada día que pasaba se sentía orgulloso de su pequeño: le tomaba las manos en público, incluso le daba fugaces besos, sin importarle nada. Además, osaba en provocarlo, como ese sábado. Benjamín lo arrastró hacia los baños del centro comercial, lo encerró en uno de cubículos, devorándolo en un ósculo hambriento, guiando una de sus manos hacia el borde de su ropa interior.

- Me vas a traer problemas, pequeño -dijo sobre sus labios, algo molesto-. ¿Qué voy a hacer con vos?

- No sé -contestó lamiéndose los labios-. No podemos hacer ruido, ¿no?

El tono de su voz sonaba entre inocente y sugerente. No se quedó atrás, le devolvió el beso, llevando sus manos a sus caderas, haciendo presión en ellas, sabiendo a la perfección dónde apretar para volverlo loco. El menor no pudo aguantar el jadeo, soltándolo en la piel contraria. Dante sonrió de lado, abrió la puerta y dirigió la mirada a un muchacho que estaba ingresando.

- Disculpa -le dijo-. ¿Podés conseguirme algo de agua? Mi pareja no se siente bien y no quiero dejarlo solo.

Al ver el rostro enrojecido del chico, asintió y salió.

 - Te odio.

- ¿Sí? Ahora me vas a odiar más.

Dicho esto, adentró su mano entre las prendas de ropa, apretando su piel, amagando con tocar su centro. Gimió su nombre, alargando la palabra. El nombrado, escuchando unos pasos acercarse, le abandonó.

- Aquí tiene. ¿Necesitas algo más?

- No, te agradezco muchísimo.

Le pasó el vaso, Benjamín bebió el agua odiándolo por completo. Salieron de los servicios, con un joven todavía algo enrojecido. Dante le dedicó una sonrisa landina, tomándolo de la mano.

Entre CadenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora