Capítulo 20.

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Niego retorciéndome las manos nerviosa y doy un paso hacia delante, intimidada por la presencia del hombre, que vigila todos mis gestos con suma atención y descaro. Comienza a escribir en su pergamino, que se extiende hasta el suelo de lo largo que es, y murmura cosas sin sentido para él solo, ignorando nuestra presencia. Después, se vuelve hacia mi esperando una respuesta por mi parte.

—Vengo porque quiero comprar una cuadra de caballos que hay a las afueras del reino. Hablé con el dueño y... —.

—¿Qué te hace pensar que una mujer recién divorciada, puede permitirse el lujo de obtener un local? —me cuestiona con aires de superioridad —. ¿Tienes el dinero para eso?

Asiento con tímidez y sonrojada, saco la bolsa con todos mis ahorros. El hombre se queda mirándome con el ceño fruncido, después vuelve a escribir algo en su pergamino y se vuelve hacia un soldado, este acude a su llamada y hablan entre susurros, mirándome de reojo y con malas caras. El juez niega y el soldado insiste con cabezonería.

—Muy bien, ¿Cuál es el precio del local? —pregunta chasqueando la lengua con disgusto.

—Treinta mil monedas de oro, según el dueño —informo con la voz temblorosa.

—Serán ochenta mil por la corona y date por satisfecha. Ya bastante vergüenza estás haciendo pasar a la corona, así que ese será el precio de tu castigo por tu mal matrimonio —anuncia airoso e incorporándose con orgullo.

—No ha sido sólo culpa suya, el matrimonio es cosa de dos y si no funciona, también es cosa de dos —interviene Louis, que lleva toda la mañana al margen de esto.

Lo miro con dulzura y le dedico una sonrisa tierna. Él sin embargo sigue centrado en el juez, mirándolo con repugnancia y sin un ápice de temor. Louis es valiente, ojalá yo lo fuera tanto como él para poder enfrentarme a estas cosas. Pero sé los problemas que ya tengo, encararme al supremo lo único que haría sería agravar más la situación.

—Señor, es una mujer. Sólo ellas tienen la culpa de que algún matrimonio vaya mal. Sólo se le pide prepararse para el matrimonio en su día, si no se le ha inculcado lo que debía hacer, no es nuestro problema —espeta este frunciendo el ceño malhumorado.

—Con todo mi respeto, las mujeres no sólo están para casarse. Tienen sueños, metas... y más cosas que usted seguramente —contrataca Louis mirándolo asqueado.

—¡Silencio! ¡No me contradiga más o será echado de aquí! —alza la voz, dando martillazos en su mesa como advertencia.

Louis se va sin añadir nada más, apartando al soldado con brusquedad y dando un portazo tras él, que hace que todos nos sobresaltemos. Incómoda, espero a que el juez siga con el caso sin dejar de pensar en Louis. Siempre tan atento y amable, le quiero. Ojalá pueda amarlo algún día igual que hago con Barnaby ¿Por qué sabiéndolo él sigue arriesgándose a conquistarme? Zarandeo la cabeza frustrada y hago un gran esfuerzo, por concentrarme en acabar esto cuanto antes.

—Mañana, será acompañada desde su hogar hasta el local por tres soldados de la corona, para saber cuál local quiere y verificar la compra —informa con detalle y sin miramientos.

Asiento y me voy junto con Amelie. Cuando salimos a la calle una brisa inusual y gélida, hace que se me congele el cuerpo. Tirito de frío y busco a Louis con el corazón encogido. Está junto a nuestro carro y me observa con admiración. Este hombre es realmente maravilloso. Siempre me apoya, me da consejos, me hace crecer y aplaude mis logros, me hace ver alguien importante a su lado.

Avanzo hacia él cuando entonces todo se torna oscuro y aparece una sombra solitaria, enseñándome sus colmillos afilados. Gruñe y chilla provocando un escalofrío que inmoviliza mi cuerpo. Me giro para averiguar dónde está Louis, pero desapareció igual que Amelie. Estoy sola, no hay nadie en la calle... Es como si el tiempo se hubiése detenido.

MENTIRAS EN LA REALEZA (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora