Día 3: a la orden, mi capitán

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Se arrebujó en su grueso mantón y suspiró, mientras sus ojos escrutaban la lejanía y la eterna extensión de agua que tenía entre sí y que parecía no acabar nunca. El barco se deslizaba con suavidad sobre las aguas, dejándose mecer por las olas.

Un gruñido de molestia llamó la atención a su lado. Se giró y sonrió al ver a su dama de compañía y elegida para acompañarla en este pesado viaje. La pobre mujer no parecía encontrarse nada a gusto sobre aquel barco, en el que llevaban dos largas semanas y sin visos aún de llegar a su destino.

―Espero que esta tortura pronto acabe. ―Llevó de nuevo la vista al frente y soltó una risita―. ¡Es una auténtica agonía, mi señora! ¡No entiendo cómo puede mantenerse en pie! ¡Y tan fresca!―La joven suspiró y clavó la vista en las suaves olas que mecían la nave en la que viajaban.

―A mí... me gusta el mar―susurró, con una mirada soñadora en sus hermosos ojos perlados. La doncella resopló―. De verdad, Natsu. Es... precioso.

―Si usted lo dice...

―¿Señorita Hyūga? ¿Señorita Natsu?―Ambas damas se volvieron para encontrarse con uno de los marineros que trabajaban en el barco―. El capitán me ha pedido que les diga que, si el tiempo sigue siendo clemente, pronto llegaremos a tierra. ―La inquietud se apoderó de Hinata al escuchar esas palabras.

―¿Cuándo?―no pudo evitar preguntar, disimulando la ansiedad que sentía.

―En tres o cuatro días. Pero solo si el clima nos lo permite. ―Hinata tragó saliva y se volvió nuevamente hacia la lejanía.

―¿Señorita?

―Es todo. Gracias por informarnos. ―El marinero miró para Natsu, repentinamente inseguro y preguntándose si es que había ofendido en algo a aquella dama noble a la que escoltaban.

―Gracias, buen mozo. Agradecemos la consideración de tu capitán por mantenernos informadas. ―El marinero hizo una ligera y torpe reverencia debido a su falta de práctica, dado que casi nunca solían tener a tan regios viajeros a bordo―. No deberías haber sido tan arisca con el chico―la reprendió Natsu en cuanto el joven grumete se alejó para continuar con sus tareas cotidianas―. ¿Tengo que recordarte los buenos modales que se te han inculcado desde tu nacimiento? Tu pobre madre, que en paz descanse, se sentiría sumamente avergonzada por tu comportamiento. ―Hinata se sintió levemente culpable, como siempre que Natsu mencionaba a la fallecida duquesa que la había traído al mundo.

―Lo siento. Es solo que... ojalá no llegáramos nunca. ―Natsu la miró, horrorizada por sus palabras.

―¿Acaso te gustaría morir ahogada en medio de la nada? ¿Eso quieres? ¿Sin que tu cuerpo se encuentre jamás y sin un entierro digno?―Hinata se contuvo de sonreír. Ah, Natsu y su manera de amedrentarla para que recapacitara y se comportara como mandaba el decoro y las buenas formas―. Además, no entiendo por qué estás tan melancólica. Vas camino a casarte, con un príncipe, nada menos, pero casi pareciera que en vez de encaminarte hacia un buen matrimonio vas hacia el cadalso. ―Hinata suspiró.

Nadie la entendía, y no esperaba que Natsu, su querida dama de compañía, otrora niñera y doncella, la comprendiese. Para todo el mundo, el que Hinata hubiese sido comprometida con uno de los príncipes del reino de Tsuki era lo mejor que le podría haber pasado.

―Tus hijos serán príncipes o duques reales, en el peor de los escenarios. Incluso podrías llegar a ser reina, si la fortuna te sonríe. Traerás honor a nuestra casa, Hinata. Espero que estés a la altura. ―Esas habían sido las palabras de despedida de su padre.

Nada de besos y abrazos, de lágrimas y de palabras tranquilizadoras. Para toda la sociedad, especialmente para la nobleza, las mujeres solo eran simples monedas de cambio con las que ganar tierras, riquezas, títulos o, incluso, un posible trono.

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