Día 23: sí, amo

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Se recostó contra el mullido y cómodo sillón que había en la habitación. Se relamió los labios y posteriormente bebió de una copa de vino, paladeando con deleite el agridulce sabor del vino. Sus ojos azules se recrearon con la hermosa vista que tenía ante sí, justo sobre la enorme cama de dos plazas.

Estaba gratamente sorprendido―y excitado―de que ella estuviese aguantando y cumpliendo sus órdenes a la perfección, solo por el simple deseo de complacerlo. Aunque no se engañaba: porque sabía que ella también lo disfrutaba. A fin de cuentas, así había empezado todo aquello, con un acuerdo mutuo en el que ambos se beneficiaban de la compañía y el tacto del otro. De los besos compartidos y las caricias propinadas entre gemidos, quejidos y suspiros.

Aunque, claro, de eso hacía ya varios años...

Dejó la copa de vino sobre una mesita cercana y se levantó. Sus pies descalzos apenas hicieron ruido sobre la gruesa alfombra que cubría el suelo. Ella no se movió ni un ápice, a pesar de estar seguro de que había percibido su movimiento. Rodeó la cama a pasos lentos, mientras evaluaba con una mirada apreciativa la preciosa imagen que tenía ante él.

Se acercó al borde de la cama y agarró parte del sedoso cabello negro azulado en un puño, haciendo una fuerte presión hacia abajo, para indicarle así lo que deseaba, lo que necesitaba desesperadamente.

―Baja la cabeza. ―Ella lo hizo, siempre obediente. Contempló con marcada satisfacción la coronilla inclinada, el excitante pedazo de tentadora piel blanca en la elegante nuca que el cabello había dejado ante su vista al caer hacia delante por culpa de la bendita gravedad. Se llevó las manos a la cinturilla de los pantalones ya desabrochados y se los bajó. Tomó su miembro hinchado con una mano, acariciándoselo un par de veces. Luego lo acercó a esa sensual y carnosa boca que lo volvía loco. La punta rozó los rosados labios y estos se separaron, anhelantes, mostrando lo que sus ojos vendados no eran capaces de reflejar―. Abre la boca. ―Obedeció y él no tardó en hacer que lo rodeara por completo. Su lengua lo acarició a todo lo largo y él gruñó. Hizo presión con la mano sobre el pelo que todavía mantenía entre sus dedos. Ella quedó completamente quieta y él disfrutó de ese poder que ejercía sobre la fémina. Curvó los labios en una sonrisa de placer al ver que su presa no se movía, ni siquiera trataba de aliviar la incomodidad de estar maniatada de pies y manos, con las cuerdas apretando su piel, dejando seguro un tentador tono rojizo en la blanca piel que le hacía la boca agua solo de imaginárselo―. Chúpala. ―La cabeza bajo él empezó a moverse, adelante y atrás, una y otra vez, a un ritmo lento y regular, poniéndolo a mil como solo ella sabía excitarlo.

Gruñidos salían de la garganta masculina. La joven ajustaba la cadencia de sus movimientos a cada segundo, adivinando lo que él quería. Lo conocía tan bien...

Detuvo su rítmico cabeceo y fue él esta vez el que empezó a empujar con fuerza, con dureza, obligándola a aceptar toda su longitud en el cálido y dulce interior de su boca.

Se separó de ella cuando sintió que llegaba al punto de quiebre. Tiró de su barbilla al tiempo que bajaba la cabeza; le dio un beso arrollador, destinado a desarmarla. Luego la tumbó sobre la cama, boca abajo, pero con la cabeza en la almohada y su redondo y tentador trasero hacia él. Acarició sus nalgas con una mano mientras la otra recorría sus muslos.

Finalmente, azotó la sensible zona, dejando un hermoso tono rojo adornando la lechosa piel. La golpeó de nuevo mientras rozaba su entrada. Ella no protestó, se limitó a aceptar todo lo que él le daba, lo que le hacía sentir, sin dejar escapar un sonido ni un quejido.

Acercó entonces su excitación al punto más caliente del cuerpo femenino y se hundió en este, sin contemplaciones ni miramientos. Empezó a embestir fuerte y duro, disfrutando al máximo del apretado interior que lo acogía una y otra vez, dándole la bienvenida dulcemente en cada envite.

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