Día 29: mi laird

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El ruido del entrechocar de las espadas y los escudos fue lo que despertó a la señora del castillo de Uzu aquella mañana. Los rayos del sol ya se colaban por las estrechas ventanas, y las pieles que normalmente ella y su doncella ponían para evitar que entrara el frío nocturno apenas lograban contener la luz matutina.

Con un suspiro, se dijo que ya debería haberse levantado hacía horas. Normalmente ya estaría a pie, pululando por el castillo, dando órdenes sobre lo que debía ser hecho allí dentro mientras Konohamaru, el soldado al que su marido había dejado a cargo de las defensas de su casa, se ocupaba de los hombres.

Pero ese día en particular no encontraba fuerzas para levantarse y hacerse cargo de sus deberes. Se levantó con dificultad y se sentó en la cama, con un suspiro. Se sentía pesada, hinchada y... triste. ¿Cuánto tiempo hacía ya que no tenían noticias? ¿Cuatro semanas? ¿Seis? ¿Ocho?

El pequeño ser que llevaba en su vientre se removió y ella se llevó la mano al lugar, tratando de apaciguarlo. Estaba a punto de levantarse y vestirse para empezar el día―no podía quedarse encerrada en su alcoba lamentándose―cuando escuchó unos apresurados pasos acercándose por el pasillo, seguidos de unos enérgicos golpes en la puerta de la habitación.

―Adelante―dijo, con voz suave pero firme, denotando así el rango que ostentaba en aquella casa.

―¡Mi señora, ya está despierta!―El ama de llaves del castillo, Natsu―que había venido con ella en calidad de doncella cuando se casó y tuvo que mudarse al hogar de su marido, ahora el suyo―, hizo su aparición en el cuarto de su ama―. Me tenía preocupada, pero todos coincidimos en que debía descansar. El laird fue muy claro en su última visita. ―Hinata sonrió a la mujer, que ya se movía por la habitación, quitando las pieles de las ventanas para airear la estancia, buscando un vestido adecuado para su señora en el baúl y guardando la que traía en las manos―. ¿Quiere que le pida un baño, milady?―Estuvo tentada a decir que sí, pero no quería ni podía retrasar más el tener que ocuparse de sus deberes.

―No, Natsu, gracias. Solo... ayúdame a vestirme. Estoy que reviento. ―Natsu sonrió mientras asistía a la joven, ayudándola a quitarse el ligero camisón de dormir.

―Es normal, señora, en esta etapa del embarazo. La comadrona dijo que está a punto de dar a luz. Recuerdo que su madre también refunfuñaba todo el rato cuando estaba embarazada de usted y de lady Hanabi, especialmente los últimos días. ―La mención de su madre trajo un velo de tristeza y melancolía a la señora del castillo.

―Me pregunto cómo lo llevaba ella... ―Natsu terminó de pasarle un vestido limpio por la cabeza y luego le acercó unas delicadas zapatillas de seda acolchadas. El señor las había mandado hacer especialmente para su esposa cuando se percató de que se le dificultaba andar a causa de la hinchazón de los pies, producto del embarazo. Un embarazo que ambos habían recibido con harto regocijo, puesto que llevaban tiempo buscando engendrar un hijo.

No solo por el tema de tener un heredero que asegurara la continuidad de la sangre, sino porque los dos deseaban afianzar aún más su relación y ella siempre había querido ser madre. Además, por todos era sabido que el laird era incapaz de negarle nada a su esposa.

―Su madre tuvo dos embarazos bien distintos: con usted fue todo tranquilidad y armonía; sin embargo, con lady Hanabi lo pasó realmente mal. Tenía muchas náuseas y se cansaba enseguida.

―Lo mismo que yo con este pequeño... ―Natsu sonrió ligeramente mientras hacía a su ama sentarse junto a la ventana y empezar a peinarle y trenzarle el precioso cabello negro azulado.

―¿Sigue pensando que será un varón?―Ella asintió.

―Así lo siento en mi corazón, Natsu. ¿Crees que estoy loca?―Natsu terminó de hacerle la trenza y negó con la cabeza.

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