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Niall se fue despertando de forma gradual a la mañana siguiente, con un largo bostezo y una sonrisa de satisfacción en los labios. No había tenido intención de pasar allí la noche, pero fue incapaz de resistirse a la persuasión de Harry.

Dio media vuelta en la cama, abrió los ojos... y descubrió desilusionado que estaba solo.

Alargó el brazo con un suspiro, tocó la almohada que tenía a su lado e inhaló la almizcleña y excitante fragancia del sexo que impregnaba el aire, las sábanas y su piel. Afloraron entonces sentimientos completamente inesperados, demandando su atención, obligándolo a reconocer la verdad que había intentado ignorar durante toda la noche anterior: que Harry lo había marcado de una forma que no tenía únicamente que ver con el sexo.

A pesar de lo mucho que deseaba poder calificar la noche que habían pasado juntos como un encuentro mutuamente gratificante y nada más, no podía negar que habían compartido una intimidad emocional que iba más allá de la satisfacción física del deseo. Cada vez que habían hecho el amor, cada vez que Harry había llenado su cuerpo, se las había arreglado para asomarse a aquella parte del corazón que Niall se había jurado no volver a arriesgar, despertando en él un anhelo que no tenía por qué formar parte de su aventura.

Apretó los ojos con fuerza y se aferró a las sábanas. Se suponía que no debía tener ninguna relación sentimental con Harry cuando en su vida no había ni tiempo ni espacio para ello, y menos con un hombre que pretendía formar una parte tan importante de su vida.

Oyó un sonido sordo, procedente del otro extremo de la casa, y pensó que probablemente Harry se había levantado para preparar el desayuno. El reloj de la mesilla de noche le indicó que eran las nueve y veinte y él tendría que marcharse temprano. Era domingo y le había prometido a Selena ir a verla al Centro durante el fin de semana.

Se arrastró de la cama, se encaminó hacia el baño que había en el mismo dormitorio y se metió en la ducha.

Cuando estuvo de vuelta en el dormitorio, se tomó la libertad de buscar en la cómoda de Harry algo cómodo que ponerse, para no tener que desayunar con el estrecho pantalón de vestir que en aquel momento estaba pulcramente doblado sobre una silla. Harry debía de ser un maniático del orden.

Mientras se abrochaba una holgada camisa, miró a su alrededor buscando el bóxer, pero no lo encontró por ninguna parte. Echó un vistazo a los preservativos que todavía quedaban en la mesilla de noche y se metió uno en el bolsillo de la camisa del pijama... solo por si acaso.

Sonrió mientras caminaba hacia la cocina, preguntándose cuándo habría llegado a convertirse en un fanático del sexo. La respuesta era evidente: Harry era el único culpable de su reciente afición a todos los placeres del sexo.

Entró en una resplandeciente habitación decorada en tonos azul oscuro y blanco y descubrió a Harry sentado a la mesa, tomando un café y absorto en el periódico. Llevaba un par de viejos vaqueros y el cabello empapado y peinado hacia atrás. La intimidad de la situación provocó una punzada de anhelo en el corazón de Niall.

Descartó rápidamente aquel sentimiento y se acercó a la cafetera que había sobre el mostrador. –Buenos días– musitó.

–Hola, dormilón– dobló el periódico y le sonrió –Me alegro de que por fin hayas decidido reunirte conmigo.

–Deduzco por tu buen humor que eres una persona madrugadora.

–Sí. Normalmente me levanto a las seis de la mañana, aunque tengo que admitir que esta mañana me he quedado en la cama un poco más, para verte dormir.

𝑣𝑜𝑐𝑒𝑠 𝑠𝑒𝑑𝑢𝑐𝑡𝑜𝑟𝑎𝑠 ;𝑛𝑠Donde viven las historias. Descúbrelo ahora