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Mi corazón fue atravesado por completo en el momento en que salió el nombre del otro tributo. En realidad, yo no lo conocía pero no podía explicar el dolor que sentí. Marteens Sedreek. Un niño de tan solo 12 años, pero tan pequeño para su edad, rubio con rizos tan armados y ojos muy oscuros.
Sube hasta el escenario y se pone a mi lado. Todo el mundo desaparece a mi alrededor, excepto por ese pequeño mirando a su madre, mientras el llanto amenaza con salir de sus ojos. Pero su madre le indica que no, con un gesto rápido de su cabeza. Entonces Marteens se pone serio mientras las lágrimas caen incontroladamente por sus mejillas enrojecidas por el frío.
Instintivamente, agarro su mano, la que se aferra a la mía muy fuerte, y su madre por fin deja escapar sus lagrimas silenciosas.
Y de repente, me encontraba abrazada a mi padre, llorando en el tren que nos lleva al Capitolio. Trato de hablar pero no puedo, mis sollozos me lo impiden y solo sale un grito ahogado y entrecortado. No pensé nunca que iba a tener tanto miedo. Mi madre me mira desde el sillón de enfrente, tan triste, recordándose el miedo que tenía de tener hijos y que sufrieran lo mismo que ella, lo mismo que Peeta.
Haymitch también ha venido, el está muy borracho, como de costumbre. Pero se ha encargado del niño que llora desde que partió el tren. Tan débiles los dos, tan débiles como Haymitch hacia el alcohol. Y yo tan débil como una pequeña de 12 años; entonces decido dejar de llorar, para brindarle apoyo a Mart. Me escapo de los brazos de mi papá y me seco las lágrimas con la manga.
--Yo te cuidaré—Le digo a Marteens, arrodillada frente a él, quedando a la altura de su mirada, mientras le seco una lagrima.
-- Y yo te cuidaré a ti—Me dice, y nos miramos sonriendo. -- ¿Me lo prometes?
--Te lo prometo—Le digo, con toda la sinceridad del mundo, y sin saber qué es lo que nos espera en la Arena.
Camino indiferente por el tren, pensando que hacer. Mart mira todo el lujoso salón con paredes de piel tan ilusionado, como cualquier habitante de la Veta, que no vive en la Aldea de los Vencedores. Mientras veo como el pequeño niño toca todos los muebles, pienso en que él no tiene más nadie en el mundo que a su mamá. Es entonces que agradezco tanto el tener a mis padres, y me siento tan afortunada de que estén acá para acompañarnos.
Comemos todos juntos, Peeta, Katniss, Haymitch, Mart, Plettair y yo. Mi madre, por una vez en todo el día parece feliz, gracias a su comida preferida: Estofado de Cordero y Ciruelas Pasas. Veo como mi padre sonríe al verla comer tan a gusto y me doy cuenta que el la ha pedido especialmente por ella. El siempre sabe como subirle el ánimo, le regala flores y pinturas. Ella es un poco inexpresiva y le cuesta tanto expresar sus sentimientos, pero siempre que me lleva a cazar al bosque, agarra un puñado de agujas de pino, que tanto a mi padre le gusta el aroma, y las ata bien fuerte para llevárselos. Se aman con toda su alma, y lo noto cada vez que se miran a los ojos. Espero que mi práctica con el arco me ayude. Me he vuelto buena, pero nunca tan buena como Katniss Everdeen, la chica en llamas, el Sinsajo.
Luego de ver por la tele, algunos videos sobre Los amantes trágicos en las dos Arenas, me voy a dormir, y me custodian desde la puerta dos Guardias, los nuevos de Coin. Es increíble que Percy haya logrado en unos pocos años, lo que Snow en 25. Tiene nuevos “Agentes de la Paz”, Y todo el circo de Los juegos del hambre a su disposición. Tan poderosa.
Al otro día, me despierta Plettair para el desayuno, ya que estábamos a una media hora de llegar al Capitolio. Vestida con unos pantalones sueltos y una remera lisa, salgo de mi habitación y escucho a mi Madre llorar en su habitación y la voz de Peeta que la calma. Preferí no interrumpirlos, pero es obvia la razón por la que llora.
Me siento al lado de Mart, que me saluda simpáticamente. Y yo le devuelvo el saludo. Desayunamos solos y luego de eso, nos mandan a nuestro cuarto a vestirnos presentables para la llegada al Capitolio. Me visto igual al día de ayer, con la ropa de la cosecha, y aprovecho el tiempo que me queda para pensar. Es que no entiendo cómo puedo estar tan despreocupada con lo grande que está por venir.
Todos gritan, la histeria reina en el Capitolio, todos con sus trajes extravagantes y horrorosos, y sus cabellos y tatuajes tan perturbadores, recibiéndonos con tanta idolatría. Pero ni eso se compara a cuando salen mis padres, todos enloquecen de euforia y ellos se toman de las manos y las levantan, tal como cuando han vuelto de la primera vez que ganaron. Obviamente, era todo para las cámaras, que no dejan de filmar mi cara y la de Marteens.
Rápidamente subimos a un automóvil donde nos llevan a nuestro “departamento” en el Capitolio. No he tenido tiempo ni de respirar, cuando me llevan directamente hacia otro lugar. Nos separan a Marteens y a mí y veo como él me mira con miedo. Yo asiento con la cabeza para darle tranquilidad.
Tres personas me arrancan la ropa de la rapidez, y me acuestan sobre una camilla totalmente desnuda. Sintiendo vergüenza me tapo, pero estos tres monstruos me obligan a destaparme. Tres mujeres, una con el cabello color bronce, y con unos rizos pegados entre sí, con tanto fijador que parece una peluca, y alrededor de sus ojos color verdes brillantes, obviamente no son naturales, tatuajes plateados formando círculos y líneas. Luego está la otra mujer, la de cabello rosado, y lacio, muy normal. Excepto por su cara victima de la cirugía, con labios muy hinchados, y los ojos estirados hacia los costados, delineados con negro. Y la otra mujer, anciana, delgada y con el cabello verde y tatuajes dorados por encima de sus ojos… ¡Venia! Es Venia. La que hacia sufrir a mi madre tanto como a mi mientras arrancaban cada vello de mi cuerpo, pero sin embargo luego se hicieron buenas amigas junto con Octavia y Flavius. Pero parece no reconocerme. Hasta que me dice:
--Estas lista pequeña en llamas—Y me llevan a otra sala, envuelta en una bata muy fina.
Entonces aparece una mujer con el cabello color caoba, y sus ojos verdes. Vestida bastante normal, excepto por una excéntrica bufanda larga hasta los pies color rosa, y sus tatuajes de su cara. Jenny Lerson. Mi estilista.
--Bien Rueouse, espero que te guste mucho tu vestido—Me dice simpática y cómplice, y luego va dando saltitos hasta el armario donde está guardado. Y entonces, no puedo creer su simpleza. Y me decepciono. Nunca conseguiré patrocinadores.
El carro nuestro del desfile este año, está tirado por caballos color grisáceos.
Miro a Marteens, también decepcionado de su vestimenta. En vez de un vestido totalmente liso y negro como el mío, lleva un pantalón y una remera del mismo color. El con sus rizos dorados y yo con una trenza larga hasta la mitad de la espalda. Llevo un mínimo maquillaje con pequeños brillos plateados en los ojos. Y ahí se termina mi vestimenta. Haremos el ridículo, y nadie nos patrocinará.
Mientras espero a que nos toque, (somos los últimos), pasan todos los carros, pero solo le presto atención a tres, el del distrito 1: Una chica de 16 años aproximadamente con el cabello tan lacio y pelirrojo y ojos verdes, que esta vestida con un vestido muy amplio hacia alrededor, como un círculo perfecto que la rodea, llena de perlas blancas, y su compañero de aproximadamente 18 años, morocho y con ojos azules, vestido de un pantalón blanco y una camisa que alrededor del cuello lleva las mismas perlas que ella. La gente grita entusiasmada por esta pareja. Son los profesionales. Y los dos muy atractivos.
Luego, el distrito 2: Una chica de mi edad rubia con muchos rizos y ojos cobre, vestida de colores verde musgo y negro cargada a su alrededor de armas, ya que su distrito es el que las fabrica. Y su compañero de 17 años castaño y con sus ojos muy negros, vestido con pantalones holgados y negros y una camiseta verde musgo apretada a su cuerpo. Profesionales.
Pero el que más me ha llamado la atención, es el distrito 4, no por la joven de 15 años con un vestido turquesa que representa el mar, si no por el chico que la acompaña. De aproximadamente 16 o 17 años supongo, con piel bronceada, cabello de color bronce y unos increíbles ojos de color verde mar. Y no le había prestado atención a los nombres anteriores, excepto al de él, que me hizo paralizarme. Félix Odair. El hijo de Finnick.