Otro Cañonazo.

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  • Dedicado a Pablo Emanuel Flores Moriñigo
                                    

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Sus cálidos labios posados sobre los míos, me devolvieron el valor necesario para seguir luchando. La sensación más hermosa se encontraba en mi panza, algo así como cosquillas. Ahora por fin entendía lo de “Mariposas en el estómago”. Mi primer beso. Y con Félix, mi primer amor. Porque… verdaderamente sentía amor, algo que nunca había sentido… no de esa forma.

Entonces se separó de mí, me abrazó y nos quedamos profundamente dormidos. Y yo profundamente feliz y … enamorada.

El primer rayo de luz del día me molestaba en la cara, despertándome. Las aves cantaban y volaban en el cielo, y la frescura de la brisa me movía algunos mechones de pelo, y los hacía bailar. Giré mi cabeza para encontrarme con él. Ya estaba despierto, y me sonreía.

--Sólo te veía dormir…-- Me dijo justificándose. Yo me reí.-- ¿Lista para la búsqueda?—Me preguntó.

-- Lista…-- Le respondí dudosa y asustada. Asustada de encontrarme con un Marteens herido, asustada de encontrarme con un muto y nunca poder llegar a salvarlo, asustada de todo lo que estaba por venir.

Bajamos del árbol de un salto y Félix se puso a preparar la mochila sacando las armas, y ¡OH!.

--¡Un arco!—Le dije a Félix sonriendo, tomando entre mis manos un perfecto arco de plata, y un carcaj de cuero con 8 flechas hermosas. Él se rió.-- ¿De qué te ríes?—Le digo un poco resentida.

-- Nada, solo que parece que tus ojos están felices de ver un arco.—Eso me hizo ruborizar.—Quédatelo, yo tengo una espada.—Me dijo sonriendo.

Iniciamos la búsqueda hacia los alrededores de nuestra “guarida”. Recorrimos cada lugar, cada escondite, cada arbusto. Pero nada, así que decidimos abandonar nuestro lugar e irnos más lejos. El sol del medio día me estaba dando piquetes de dolor en la cabeza, lo que complicaba mucho mas nuestro avance. Pero Félix se paraba sin protestar cada vez que yo lo necesitaba. Nos hidratábamos, comíamos unas galletas saladas, y continuábamos viaje. Pronto se nos acabaría la comida, y el agua. Así que íbamos dejando algunas trampas, de paso también para guiarnos a la vuelta. A medida que caía el atardecer, la angustia se me subía por la garganta. Además, a mediados de la tarde había sonado un cañonazo, y yo rezaba porque no fuera Marteens.

Cuando anocheció, ya no pudimos avanzar más. Así que decidimos descansar. A duras penas traté de tragarme lo que quedaba de liebre para al otro día tener energías, pero estaba muy angustiada.

Había refrescado de golpe, y Félix y yo nos encontrábamos recostados a los piés de un árbol esperando al Himno.

--¿Qué pasa si es él?—Le pregunté a Félix con lágrimas en los ojos. El me acarició el pelo.

--No se…-- Me respondió luego de pensar y pensar una respuesta. La única luz que teníamos esta noche era la media luna en el cielo. De repente, el himno, y a continuación los caídos:

El chico del 5. No recordaba quien era, pero no era Marteens.

--No es Marteens.—Le dije a Félix en un suspiro que lo siguió una carcajada de felicidad.

De repente se empezó a escuchar ruidos en los arbustos detrás de nosotros. Nos paramos de golpe y Félix tomó su espada y yo el arco. Nos pusimos espalda con espalda y de repente algo me agarró el tobillo haciéndome sangrar. Ahogué un grito que hizo que Félix clavara su espada en la criatura que había hecho eso. Era una especie de… de lo que sea que era ese espécimen. Un roedor pero con dientes muy afilados y piel áspera como reptil. ¿Qué clase de muto ha creado el Capitolio? Y al parecer… carnívoro. Entonces se nos empezaron a trepar la ropa, y Félix se desesperó y empezó a sacudirse para todos lados, y yo lo imité. Me ayudo a subir a un árbol y se subió detrás de mí pateando a los roedores que se le enganchaban de las botas y le mordían los tobillos.

Entonces los animales trataron y trataron de trepar detrás de nosotros, pero no lo consiguieron debido a sus robustos cuerpos, hasta que se fueron todos juntos corriendo.  Definitivamente como si uno de los creadores del juego dijera: “Listo, suficiente por ahora”.

--¡Rueouse!—Me dijo Félix entre jadeos, me tomó el tobillo con ambas manos, lo que me hizo gritar de dolor.—¡Perdóname!—Me gritó, teníamos ambos los nervios de punta. Cuando vimos mi herida ambos nos quedamos sorprendidos. Una mordida profunda derramaba sangre en mi tobillo. Y dolía mucho. Sin pensarlo, Félix agarró la cantimplora y me empezó a echar agua, no podía evitar gritar. Aún sabiendo el peligro. Me tapaba la boca mientras las lágrimas se atropellaban por caerse. Luego se arrancó un trozo de su remera, y me vendó la herida apretándolo bien para no perder más sangre. Luego el hizo lo mismo con su mordida, aunque era mucho, mucho menos profunda que la mía.

Luego de horas de llanto, me quedé dormida en su pecho, y me siguió, apoyando su cabeza sobre la mía.

La peor noche de mi vida. El dolor me hacía delirar, y me hacía tener pesadillas en las que debía huir de algo pero el dolor me lo impedía. Así que estuve despierta para el amanecer. Pero este día estaba nublado, ventoso, y fresco. El dolor había cesado un poco, pero sentía puntadas por toda la pierna. Miré a Félix, y aún dormía. Estaba tan agotado que sentía lastima de despertarlo. Así que me acomodé en su pecho y esperé hasta que despertara solo.

No esperé mucho, a los 15 minutos aproximadamente el despertó y me acarició el pelo.

--¿Cómo está tu tobillo?—Me preguntó apenas reaccionó. Yo fingí una sonrisa.

--Mejor..—Le respondí.  Aunque no pareció muy convencido.-- ¿Y el tuyo? – Le pregunté para evadir el tema de mi herida.

--Mejor que la tuya…-- Me respondió sonriendo. Ahí está de nuevo, su sonrisa blanca que tanto me encanta, pero mi debilidad son esos ojos verde mar…

Félix bajó del árbol y luego me atrapó cuando me tiré. No podía apoyar mucho la pierna. Y cada movimiento era un dolor insoportable. Comimos las últimas galletas que quedaban y luego nos limpiamos las heridas. Las “vendas” estaban totalmente manchadas con sangre, pero la hemorragia había cesado.

Félix me tendía su brazo para brindarme apoyo, aunque yo trataba de caminar sola. Había perdido sangre y me mareaba aunque no iba a parar hasta encontrar a Marteens.

Me costaba entender como habíamos llegado a esta situación. Lean, uno de los profesionales apuntándome con una flecha directo al estómago. La sangre latiendo en mis oídos, la visión borrosa y el brillo de los nubarrones blancos encandilándome. Pero la flecha no estaba clavada en mí.

Se encontraba en frente de mis ojos. Se encontraba, pero clavada en un pequeño cuerpo recostado sobre la húmeda hierba verde. Y era Marteens.   

Reaccioné con todo mi corazón y le lancé una flecha a Lean que le dio justo en la cabeza, pero me había ganado la espada de Félix.

Un cañonazo, Lean estaba muerto.

Me dejé caer de rodillas enfrente de Marteens, quien se había sacrificado por mí. No pude evitar que me cayeran las lágrimas. Apoyé su cabeza sobre mis piernas y me miro directo a los ojos.

--Te prometí que te iba a cuidar.—Me dijo con un hilo de voz. Y luego simplemente cerró sus ojos, y parecía un pequeño niño dormido. Un ángel caído.

Otro cañonazo, Marteens había fallecido. 

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Hola amigos, perdón por la demora! Y perdón por el capítulo. No me odien!

Por fin uno mas largo, aunque un poco triste.

Acá les dejo una foto de Marteens. 

Dedicado a Mi amor.

Lu.

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