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No noté que era mi turno de salir, ya que estaba desconcentrada, pensando en Finnick. Ese muchacho tan atractivo que veía solo en fotos de nuestro libro de plantas. Ese mismo que revivió a mi padre, y se sacrificó por mi madre… Y ese bebé que se encontraba casi al final de libro, era su hijo; tampoco era casualidad su participación en los Juegos.
Cuando el carro arrancó, volví a la realidad de un tropezón y Marteens me agarró de la mano para sostenerme. Estaba tan ida de mi cuerpo, y tan aturdida que tenía miedo de vomitar el almuerzo en la parte en que el carro daba una vuelta victoriosa.
La gente no estaba entusiasmada, debido a nuestros trajes negros e insulsos. Y mis nauseas no provocaban una buena expresión en mi… lo que no ayudaba mucho.
Cuando el carro dio el giro, la histeria invadió el estadio. Los gritos fueron aumentando y la gente saltaba de la euforia. Me paralicé cuando vi como la ropa de Marteens se quemaba desde abajo hacia arriba, tapando cada parte de su traje negro, y el fuego pasaba por nuestras manos traspasándose a mi vestido, el que se empezó a deshilachar por completo y se transformó en un impresionante vestido en hebras color grisáceo… y blanco… y entonces, Marteens era una llama flameante y yo un Sinsajo.
No nos quemaba el fuego, pero Marteens y yo estábamos muy sorprendidos, hasta un poco asustados entonces lo miré, y sentí que debía hacer algo para que no pareciéramos débiles ante los demás tributos. Entonces, hice lo mismo que mi padre. Tomé con fuerza la mano de Marteens y la elevé en el aire, mostrando el triunfo de nuestros trajes.
Félix me había reconocido, eso creo yo. Porque no me quitó la mirada de encima durante toda la noche. Y a mí me incomodaba demasiado. De vez en cuando cruzábamos miradas y nos quedábamos unos segundos antes que yo la despegara de la suya.
A Coin no le hicieron mucha gracia nuestros trajes, se le notaba en el rostro sombrío idéntico al de su madre, que no le había gustado en lo absoluto esta mínima revelación hacia ella. Pero yo solo sentía el latido de mi corazón, y nada más.
Luego de la presentación de los juegos del hambre, me llevaron a mi nuevo hospedaje en el Capitolio. Ahí fue cuando me encontré con mi madre y mi padre, quienes me abrazaron mucho.
--Vieron que ese chico… Félix…-- Les trataba de explicar pero me tropezaba con mis propias palabras, me sentía tan cansada.
--Es el hijo de Finnick—Me interrumpió mi madre, con una mirada tan triste, esa misma mirada que reconocía yo, cada vez que ella y Peeta se miraban a los ojos y de repente se les cruzaba un recuerdo compartido de la Arena, y se abrazaban.
Mi padre volvió su mirada hacia un costado, donde estaba Marteens.
--¡Fuiste un espectáculo! Toda la gente te aplaudía Marteens, estuviste increíble. —Y le tendió la mano para darse un saludo, conocía demasiado a Peeta como para saber que él lo único que estaba haciendo es darle ánimos al pequeño niño. Todos en la sala, incluidos los sirvientes de Coin, sabían que él o yo, o quizás los dos, moriríamos.
No tuve hambre, ni ánimos. El hecho de pensar que dentro de muy poco estaría en la Arena me debilitaba. Debería pasar lo contrario pero me sentía realmente mal. Me fui directo a mi habitación, donde me lave la cara para sacarme el maquillaje, y me desaté la trenza que me habían hecho. Me puse una remera suelta y un par de pantalones y me acosté a dormir.
Reconocía ese lugar de videos y repeticiones, de la televisión. Era la segunda de las Arenas en las que se encontraban mis padres. Me encontraba acostada en la orilla del mar, y no podía moverme, solo podía girar mi cabeza, y era porque sobre mi se encontraba una red, como la que había atrapado a Rue, y sosteniéndola estaba el asesino de ella, amenazando con atravesarme con una lanza. A lo lejos veía a mi madre y mi padre que no podían llegar a mí por un campo de fuerzas que se lo impedían, y gritaban desesperados. Finnick venía nadando hacia mí muy rápido, pero del mar saltó Cato de las profundidades tomándolo y llevándoselo con él al fondo del mar.
Me senté de golpe en la cama, y con la frente mojada. Me saqué todas las mantas desesperadamente de encima, y me agarre las piernas haciéndome un pequeño ovillo. Y así me quede hasta que a la mañana siguiente vino Plettair a decirme que era hora de ir a entrenar. Y seguido me dejó un traje entero negro elástico. Me lo puse rápidamente, y me hice una trenza desprolija. Quería salir de la habitación lo antes posible. Me senté en la mesa, para desayunar con todos. Solo faltaba Haymitch, que como era de esperarse debía estar borracho en su habitación. Además él nunca duerme de noche.
Me comí un plato gigante de cereales y frutos secos, y después un cuenco de estofado de cerdo, y me tome dos vasos de jugo de naranja. Tenía tanta hambre.
--Muéstrense indiferentes—Nos dijo mi padre antes de que el ascensor nos llevara a Marteens y a mí. —No muestren todas sus habilidades, eso les puede jugar en contra—
Y ahí estaban Katniss y Peeta, los amantes trágicos mirándonos, como nos íbamos en sus lugares, como vivíamos lo mismo que ellos. Nos sonrieron, pero con tristeza.
En la sala de entrenamientos, éramos los últimos en llegar. Pero no porque era tarde, si no porque los demás llegaron temprano.
Estaba boquiabierta y Marteens tenía sus ojos tan abiertos como una pequeña lechuza.
El chico del distrito 1 manejaba hachas cortando muñecos de prueba, como si fuese un trozo de carne, así como cuando yo era pequeña, que veía a Sae la Grasienta cortar las presas que habíamos cazado con mi madre. Tenían todos los mismos trajes que nosotros. Este chico del distrito 1 se llamaba Lean, y su compañera Julhia, quien tenía alrededor de su cintura cuchillos de cada tamaño existente y le amoldaba el cuerpo a otro muñeco con cada uno de sus afiladas hojas a tan velocidad que parecía mentira.
Después los del distrito 2, Kenya y Geneus, peleaban cuerpo a cuerpo con lanzas muy afiladas, pero sin lastimarse.
Eran los distritos que mas me preocupaban. Los demás se encontraban haciendo trampas y esas cosas mucho más tranquilas. Estaba la compañera de Felix, Crensie, aprendiendo a hacer fuego. También ubiqué al muchacho del distrito 8 que aprendía a hacer trampas, Kendall de 16 años. Y su compañerita, de la edad de Marteens, llamada Penil. Pero nada de rastros de Félix Odair.
Le dije a Marteens que vaya a practicar con trampas, así charlaba con la pequeña Penil. No nos vendrían mal algunos aliados. El me hizo caso como si fuese su propia madre. Y entonces sentí tanto dolor al pensar que su madre estaba sola viendo todo desde la Veta. Marteens tiene que ganar estos Juegos del Hambre.
Estaba parada pensativa, cuando reaccioné y me di la vuelta rápidamente dirigiéndome a la sección de aprender a hacer fuego, pero solo me choqué con esos ojos verde mar.
--Así que Sinsajo, pero el pichón de Sinsajo—Me dijo, esbozando una sonrisa amplia.
--Eso creo… no sé. Yo no sabía..—Tartamudeaba yo, como una niñita asustada. Félix me miraba tratando de descifrar mis palabras.
--Tranquila, debes estar nerviosa por esto, es nuevo para ti, y para mí. Pero no lo sería para nuestros padres ¿no?—Me preguntó, curioso de saber si yo lo había reconocido también.
--No. Te vi en una foto, cuando eras un bebé. Bueno tengo una foto guardada en un libro…-- Le dije yo, no entiendo la razón por la cual este chico me daba tantos nervios. Soltó una risa interesada.
--¿Ah sí? Qué casualidad, que nos encontráramos acá. Nos vemos más tarde Sinsajo. —Y me apretó el hombro con suavidad.
[Foto de Rueouse Mellark.] >