No es la típica historia de una chica buena que cura a un chico roto. Esta vez, ella es el caos.
El mundo cambió. Las reglas también. Ada creció bajo un sistema que castiga la libertad y no cree en las segundas oportunidades.
Pero un evento inespera...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Me senté de frente al saguaro al que Evan me había atado; medía unos tres o cuatro metros de alto. El cable solo era lo suficientemente largo para que pudiera moverme alrededor del cactus sin pincharme.
Intenté desprender el cable, pero lo había fijado con bridas de punta metálica que no cedían. Probé aflojarlas con los dientes, traté de cortar el cable con rocas, intenté sacar la mano de las esposas... y lo único que conseguí fueron más heridas.
Debían ser entre las diez y las once de la mañana. El calor se volvía cada vez más agobiante, y la sombra de mi cactus se hacía cada vez más pequeña.
Casi sin fuerzas, me arrastré hacia adelante para refugiarme en la poca sombra que quedaba. Ya no podía más. El cansancio, la sed, el calor, el dolor... todo era insoportable. No me quedaba agua, ni fuerzas, ni ganas de luchar. Como pude, me recosté en el suelo y cerré los ojos, deseando que la muerte llegara pronto y acabara con aquella agonía.
El sol brillaba tanto que, incluso con los ojos cerrados, podía ver su luz. De pronto, sombras negras comenzaron a danzar sobre mí. Sabía lo que eran: buitres esperando el banquete.
Nunca me habían gustado los buitres. Recuerdo que la primera vez que los vi de cerca me parecieron aterradores. Sabía que podían destrozar el cadáver de un coyote en menos de un día sin dejar ni siquiera los huesos; los había visto a través del alambrado, y la idea de que hicieran eso conmigo me resultaba atroz. Así que me senté, solo para demostrarles que seguía viva.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Cada vez tenía menos sombra. Me arrastré otro poco hasta quedar a centímetros de las espinas. Entonces me di cuenta de que la lucha por liberarme había dejado marcas en el tronco del saguaro, y se me ocurrió que tal vez podía romper el tallo del joven cactus. Jalé con fuerza para ver qué pasaba, y el espinoso candelero se tambaleó, inclinándose ligeramente hacia mí. No quería que esa cosa me cayera encima, eso era seguro, así que me puse de pie y comencé a patearlo por un costado. Era más duro de lo que esperaba; mi bota arrancó las capas superficiales del tallo, pero por dentro tenía unas varillas bastante resistentes.