Capítulo 11 - Amigo o Enemigo

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Debí matarlo cuando tuve oportunidad, pero no lo hice y entonces acabé acostaba boca arriba con su pesada bota sobre mi pecho y una arma apuntada hacia mi cabeza. Las rocas afiladas me lastimaban la espalda, el sol de la mañana me cegaba y cada vez que respiraba me sabía a polvo y a sangre.

¿Qué estaba pensando? Él era solo un asqueroso mono salvaje y allí afuera no había más que dolor y muerte.

SIETE HORAS ANTES:

El gorila caminaba dejándose guiar por las estrellas, la luz de su linterna alumbraba apenas unos metros adelante, pero era suficiente para que caminara sin tropezase. Sus pasos eran rápidos, fuertes, decididos, todo lo contrario que los míos, él me llevaba mucha ventaja, tanta que ni siquiera me notó

No sé cómo logré seguirle el paso por cerca de tres horas, yo estaba física, mental y emocionalmente exhausta, pero ya no podía regresar, no conocía el camino y tampoco me atrevía a detenerme en medio del inhóspito desierto.

Me temblaban las piernas y también la mano en la que sostenida mi arma, pero había tantas cosas moviéndose a mi alrededor que no quise guardarla. Además no sabía que esperar del salvaje.

Seguí hasta que no tuve fuerzas ni de pensar y luego seguí otro tanto, pero llegó el momento en que verdaderamente me estaba quebrando y entonces, él paró.

El sonido de un montón de palos cayendo al suelo me sacaron del trance, el primate los había recogido por el camino. Me detuve y observé: él escogió un terreno ligeramente elevado, con una roca más o menos de su tamaño sobresaliendo en la punta. Luego de soltar su pequeña carga de leña, dejo caer también la mochila, se sentó en el suelo y en cuestión de minutos estaba instalado con fogata y todo.

¿Y ahora qué? Pensé, yo estaba muy atrás pero si seguía avanzando él no tardaría en detectarme. No se me ocurría nada así que me senté en el suelo y bebí algo de agua. ¿Amigo o enemigo? me preguntaba.

Mientras yo aún cavilaba, él se acomodó en su improvisado campamento y luego de un rato se quedó completamente quieto. Estaba sentado en el suelo con la espalda contra la roca, una mano sobre el fusil que descansaba en su regazo, la mochila a un costado con uno de los tirantes enrollado en su antebrazo y la fogata ardiendo delante de él. Sabía que no podía simplemente acercarme, él reaccionaba rápido y con precisión, de eso no me quedaba duda.

Bii era mi única opción, la envié en modo sigiloso rogando al cielo que no acabara detrozada como los drones.

Ella se acercó y pude constatar que el mono estaba dormido. Era ahora o nunca; preparé un holograma con mi imagen en un vestido blanco y con el cabello suelto, deseaba parecer lo más inofensiva posible. Llevé a Bii hasta los pies del simio y comencé la simulación y la transmisión de voz.

―Evan, despierta, Evan ―dije.

Él despertó sobresaltado e inmediatamente apuntó el arma hacia mi holograma.

―¡Qué putas! ¿Quién sos vos? ―dijo aturdido.

―Soy Ada, tranquilo.

Él supo que lo que tenía delante no era una persona de carne y hueso y sólo para estar seguro acercó la punta de su rifle a la luz. Luego volvió a recostarse en la roca relajando su cuerpo.

―Estoy soñando ―dijo con una sonrisa,

―No, no lo estas, yo soy real y estoy aquí, bueno más o menos.

―Entonces ¿sos un hada o sos un fantasma? ―sonrió adormitado.

―Me llamo Ada, fui yo quien les advirtió que debían alejarse de la colonia.

Ada y EvanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora