Capítulo 2 - Uptown Girl

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Ya en la base, fui a desinfectarme cuidadosamente. No era la primera vez que me quitaba el casco en el exterior y no pasaba nada, pero en el fondo aun me preocupaba romper las reglas.

Puertas plateadas, paredes blancas, pisos blancos, yo me fundía con la decoración de los vestidores, mi piel blanca, mi cabello platinado y mis ojos grises eran casi como un camuflaje.

Puertas plateadas, paredes blancas, pisos blancos, yo me fundía con la decoración de los vestidores, mi piel blanca, mi cabello platinado y mis ojos grises eran casi como un camuflaje

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Las otras chicas se paseaban con sus cuerpos llenos de implantes, la piel y el cabello teñidos formando un arcoíris humano de silicón y pigmentos artificiales. Yo era invisible.

A los 17 me había tatuado los labios de rojo y me había delineado de manera permanente los ojos. Quizá muchos consideraban eso como cambios básicos solamente, pero a mí el cambio me había parecido tan drástico, que luego empecé a dudar si me agradaría hacerme algo más grande.

Tengo que admitir que cuando vi a la nueva novia de Peter casi me decido a ponerme un buen par de tetas, pero a esas alturas ya no tenía sentido. Decidí dejar mi cuerpo intacto, mi metro sesenta y cinco de estatura, mis ciento treinta tantas libras y mis curvas discretas. Creo con el tiempo me acostumbré a ser solo un fantasma.

Terminé de vestirme y salí al pasillo tratando de no pensar, pero la fecha en el calendario luminoso de la entrada me recordó que ahora Peter tenía la misma edad que yo; acababa de cumplir 25 años y seguro había elegido como novia a la «señorita perfección» porque pensaba postularse como Vicepresidente de La Catedral.

Que ingenuos habíamos sido al imaginar que estaríamos juntos cuando ese momento llegara.

Caminaba con la vista al suelo cuando me topé con Ciro, un ex compañero de la Torre Sur.

―¿Qué cuentas uptown girl? ―bromeó el infeliz.

―¡No me digas así! Vivo en el sótano 18 Norte igual que tu primo.

―¡Uy! Pero todavía eres delicadita como niña de las alturas.

Forcé una sonrisa, no tenía sentido molestarse, era obvio que el idiota no se daba cuenta de lo mucho que me afectaba su estúpido apodo.

― Por cierto ― agregó Ciro ―, tu scooter está descargado otra vez, creo la batería ya no funciona. Deberías comprar una bicicleta, ahora están en oferta.

― Gracias por avisar ― respondí sin poder ocultar mi decepción.

Odiaba usar los trenes y los ascensores públicos, especialmente a esa hora, pero no tenía otra opción. "Comprar una bicicleta" no gracias, estaba quebrada pero no iba a caer tan bajo, preferiría seguir ahorrando para comprar otro scooter.

Tomé la salida que daba al piso cero y caminé hasta la estación del circuito de trenes. En el centro de la plaza, luces doradas iluminaban la estatua de Adolph Bahüer, el creador del Sistema De Clasificación Ciudadana.

Ada y EvanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora