Capítulo 18 - De Pezca

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El tramo inicial no fue tan difícil, estaba bastante inclinado pero era firme y gracias a la agilidad que había ganado en los últimos días pronto llegué a la parte arenosa; allí la cosa se puso algo más complicada

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El tramo inicial no fue tan difícil, estaba bastante inclinado pero era firme y gracias a la agilidad que había ganado en los últimos días pronto llegué a la parte arenosa; allí la cosa se puso algo más complicada. A ratos mis pies se hundían en la arena y a ratos chocaban con objetos sólidos ocultos bajo la superficie.

Al fin llegué hasta donde la arena seca se tornaba húmeda. Me senté y sostuve un poco de arena en mi puño cerrado. Una ola me alcanzó y la arena a mi alrededor comenzó a deslizarse debajo de mí, Recordé las visitas a los graneros cuando a escondidas metía las manos en los toneles llenos de arroz, la sensación era parecida: granos chocando entre sí, trasfiriendo su energía y su movimiento a otros, prolongándose en una corriente en la que fluían juntos y a la vez separados. Llevé mi mano al agua y la arena comenzó a deslizarse dejándome la sensación de un millón de diminutas caricias.

Mamá nos compraba tarros de arena cinética, hecha de arena purificada libre de radiación porque a Angela y a mí nos encantaba cualquier cosa que nos diera, siquiera una mala imitación de la sensación que yo experimentaba en ese momento.

Mi gente había fallado miserablemente en imitar la creación; no había luces en la colonia que brillaran como la luna, ni pisos que reflejaran la luz como lo hacía el mar, ni techos lo suficientemente altos para hacernos sentir así de libres. No habíamos transformado nuestra naturaleza, solo habíamos aprendido a negarla y a lo mejor por eso nos resultaba tan difícil ser felices.

No sabía cuánto tiempo llevaba lejos de Evan, una pequeña parte de mí estaba consciente de que me había demorado más de lo esperado y de que el primate estaba intentado protegerme de algo, pero yo estaba tan en paz que literalmente hubiera sido muy feliz muriendo allí mismo, Pensé "qué diablos", encendí la linterna de Bii y la envié sobre el mar abierto.

Hacía años que no había usado la cámara, hacía años que no había nada de lo que quisiera conservar un recuerdo, pero eso definitivamente merecía un lugar en la memoria de mi mascota.

Más allá del torbellino de las olas y su espuma, el mar se tornaba más profundo y sereno. El agua absorbía la luz que Bii enviaba y la convertía en algo tan espectacular que casi parecía un escenario de otro planeta. Yo seguía a Bii por el hológrafo y de pronto un grito y un tirón brusco me sacaron de mi trance.

―¡Bii apagá la linterna y regresá ahorita! ―ordenó Evan mientras me arrastraba.

―¡Déjame en paz mono de mierda! ―Grité soltándome.

Evan se quedó inmóvil con la ira bañando su rostro como las olas bañaban la playa.

―Perdón, no quise decir eso, pero por favor ¡podrías dejarme aquí un puto momento! ―Añadí aún alterada.

―¡Hacé lo que se te gana! Yo me largo.

Se volteó enfadado y comenzó a alejarse dando zancadas en la arena. Me sentí un poco arrepentida y comencé a seguirlo. Llamaba su nombre pero él ni siquiera volteaba a verme.

Ada y EvanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora