Capitulo 1 - Prisionera

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Estaba sentada dentro mi patrulla contemplando el desierto y pensaba «En el exilio mis demonios no pueden alcanzarme, pero igual se ríen de mí»

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Estaba sentada dentro mi patrulla contemplando el desierto y pensaba «En el exilio mis demonios no pueden alcanzarme, pero igual se ríen de mí».

Bueno, quizá «exilio» era una palabra que le quedaba demasiado grande a aquel trabajo de porquería.

Desafortunadamente, en mi termitero uno era prisionero de los mismos lugares y de las mismas personas durante toda la vida. Lo único que se me ocurrió, fue convertirme en guardiana de perímetro.

Así, de diez a dieciocho treinta horas, recorría el área exterior de La Catedral y vigilaba el horizonte mientras todos dormían. Luego volvía a casa y dormía mientras todos seguían con su vida.

Me habría encantado que el mundo aun fuera como en las enciclopedias de historia de mi madre, que uno pudiera simplemente coger las maletas, empacar el alma rota y buscar otro lugar para sanar, para olvidar, para reinventarse. Pero en mi mundo no existía tal posibilidad.

El exterior era peligroso, mi padre siempre lo decía. Y luego de dos años trabajando en afuera de la colonia yo también lo creía así.

Había visto tormentas eléctricas, inundaciones, tornados, huracanes, tormentas de arena, heladas, plagas... Muchas veces temí que la burbuja en la que viajaba no pudiera protegerme lo suficiente.

En más de una ocasión, tuve que refugiarme en los bunkers de emergencia y estando allí, olvidada con otros pobres diablos como yo, a veces admiraba a los que eran lo suficientemente responsables para tomar la píldora negra y dejar de ser una carga para la comunidad.

Yo siempre escogí sobrevivir, no sé bien por qué. Tal vez porque al salir, aún con mis pies hundidos entre escombros, mi corazón ardía al ver La Catedral. Yo estaba en ruinas, el mundo estaba en ruinas, pero dentro de aquellos edificios todavía quedaban algunas personas a quienes yo amaba: Ángela, mi hermana, Douglas, su esposo y Peter (aunque presentía que él ya no sentía lo mismo por mi).

Recuerdo que cuando mis padres murieron pensé en largarme a la presa de Los Grandes Lagos o a alguna de las canteras que aún no habían sido clausuradas. No tuve el valor, me conforme con ser vigilante y poder salir de La Catedral al menos unas horas al día. 

Recuerdo que  el sol comenzó a tornarse naranja. Era una tarde tranquila de marzo. Me dirigí a la zona de observación para esperar el último escaneo. Mi remplazo aun no llegaba, pero según el protocolo yo debía proceder a la revisión de la zona puntualmente.

El vigía de la torre me indicó que iba a iniciar y unos segundos después vi el progreso del escaneo por el windshield de mi patrulla: los sensores y las cámaras del perímetro cuatro no habían captado actividad anormal en las últimas horas, por lo que las minas del perímetro tres permanecían desactivadas; el alambrado de perímetro dos estaba en buen estado y el muro del perímetro uno, igual; el reporte climatológico indicaba que las condiciones serían estables en las próximas horas y que el riesgo de daños materiales era mínimo; después de eso apareció una última y única pregunta dirigida a mí: «¿Tiene el agente M-once alguna observación que agregar?». Presioné la casilla de «No» y automáticamente se descartó la exploración del perímetro cinco.

Básicamente, ese era mi trabajo: conducir una y otra vez a lo largo de la zona asignada para poder responder «si» o «no» al final de los escaneos que el controlador de la torre hacia cada dos horas.

Terminé y me dirigí al portón para ingresar de vuelta a la colonia, pero mi compañero seguía sin aparecer. Recuerdo que esperé de mala gana porque no podía dejar mi puesto hasta que él llegara.

La espera y el cansancio me tornaron ansiosa y como el sol ya había descendido casi por completo, decidí que era seguro quitarme la molesta máscara de protección solar. Cuando me saqué el casco, escuché un leve sonido, como de motores que provenía del Este.

Era un sonido poco habitual, no se parecía a ninguno de nuestros vehículos. Además, los de mantenimiento, comenzaban con sus tareas hasta después de las siete de la noche, en ese momento apenas eran las seis treinta y dos.

No me correspondía verificarlo, ya estaba fuera de mi horario, pero para evitar llamadas de atención, decidí revisar.

No captaba nada a través de mis instrumentos, de hecho, probablemente ni siquiera habría detectado aquel sonido de no haberme quitado el casco.

Conduje unos cuatro kilómetros en aquella dirección, pero el sonido parecía haber desaparecido.

Entonces, decidí salir de la burbuja hermética que protegía mi motocicleta.

Sabía que iba en contra del protocolo, pero igual me quité el casco para poder escuchar mejor: nada, el desierto y sus sonidos habituales solamente.

Para entonces estaba bastante oscuro y mi visión se sentía mucho más cómoda. Recorrí el horizonte con la mirada y entonces con el rabo del ojo percibí un pequeño destello proveniente de una colina lejana. Me quedé observando aquel punto y de nuevo pude ver la débil luz. Inmediatamente presioné mi guante para capturar la imagen sin darme cuenta que aún no había vuelto a ponerme el casco. ¡Qué idiota!

Me lo coloqué, centré el lugar de donde provenía la luz con la cámara del casco, pero esta vez, no vi nada.

Probé hacer un escaneo térmico, pero tal como lo imaginaba, no arrojó ningún resultado. Parecía que aquella luz había venido de un lugar distante, fuera del área de alcance de mis instrumentos.

Esperé unos minutos para tratar de confirmar y documentar lo que había visto, pero poco a poco comenzó a parecerme solo un desvarío.

La patrulla de mi remplazo estacionó bruscamente detrás de mí. El otro vigilante bajó, arma en mano preguntándome qué ocurría.

Yo no estaba de humor para explicaciones, estreché su mano y las coordenadas del lugar sospechoso fueron trasmitidas a su guante mientras yo le indicaba:

―Son unas coordenadas, me pareció ver unos destellos de luz. Vigila ese punto con la cámara de largo alcance de la patrulla, si encuentras algo, grábalo, vas a necesitar evidencia porque esa montaña debe estar a más de cuatro kilómetros o sea en el perímetro cinco, hay enviar el drone para hacer reconocimiento pero el centro de mando no lo autoriza a menos que la justificación esté debidamente documentada.

Probablemente él tenía algunas dudas, era nuevo, pero ya me había retrasado demasiado por su culpa así que simplemente me fui sin despedirme.

Ada y EvanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora