Capitulo 17 - Agua y Sal

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Entre el sexto y el séptimo día el paisaje se fue trasformando

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Entre el sexto y el séptimo día el paisaje se fue trasformando. Arboles con flores amarillas, rosadas, purpuras, anaranjadas y rojas comenzaron a mezclarse con el ocre de la tierra y el oliva de los cactos, delgadas enredaderas muriendo de calor en el suelo, pájaros multicolor volando y cantando a toda hora, arboles brillantes y sin hojas cambiando la piel quemada. No me alcanzaban las palabras para describir, para entender lo que mis ojos habían visto los últimos días.

Recordé antiguos documentales sobre la naturaleza que había visto con mamá. Yo vagaba por las sobras de ese mundo y aun así era jodídamente impresionante.

Claro que no todo era hermoso, por todas partes encontrábamos evidencias de destrucción y muerte, además siempre estaba el problema de la radiación, los depredadores, la falta de agua, en fin. Creo que me sentía preocupada la mitad de tiempo y la otra mitad me sentía afortunada.

El calor era otro problema, a medida que las llanuras se transformaban en selva, el ambiente se hacía más húmedo y hacía calor aun por las noches. Evan tenía razón, el paisaje parecía benevolente pero no lo era, se notaba en la carretera: de autopistas despejadas y relativamente bien conservadas pasamos a calles agrietadas, infladas o hundidas, todo estaba más deteriorado en aquella zona: las enredaderas parecían estrangular las pocas construcciones que no habían colapsado ya y explosiones de burbujas de óxido carcomían todos los metales.

Nos movíamos con cuidado, la radiación era poca pero a Evan no le gustaba entrar en contacto con desechos porque no sabía lo que podían contener, así que zigzagueábamos y caminábamos a ratos.

En alguna parte de Veracruz la carretera se tornó intransitable, los árboles derribados y el camino enterrado sugerían que una inundación había tenido lugar allí. Logramos seguir avanzando con dificultad hasta que finalmente llegamos a una bifurcación y Evan dijo que tomaríamos una ruta alterna, aunque no parecía conforme con su decisión.

El otro camino que tomamos estaba más despejado y logramos recorrer una buena distancia, antes del atardecer, pero Evan se tornó hermético. Después de una semana a su lado yo ya comprendía que eso significaba que algo le preocupaba. No dije nada, me limité a seguir sus instrucciones sin cuestionarlo porque así era mejor.

Evan sabía lo que hacía, cada una de sus acciones tenía un propósito y una razón de ser, él era un superviviente experto. Cuando estaba relajado me explicaba pacientemente como hacer las cosas, respondía mis preguntas y hasta me dejaba practicar, pero cuando estaba alerta por algo, no toleraba cuestionamientos ni titubeos, solo quería que yo actuara rápido y como él decía.

En los día anteriores nos habíamos topado con un nido de serpientes y con una manada de coyotes, él se las había arreglado para que saliéramos bien librados, sin siquiera ponerme al tanto del peligro, quizás no me decía nada para que yo no entrara en pánico. Luego de eso comprendí que debía dejarme guiar por él.

Acampamos en las ruinas de un hotel, al frente estaba el estacionamiento y atrás una piscina vacía, tenía un amplio salón en el primer nivel, todos los vidrios estaban rotos y solamente quedaban los grandes arcos de las puertas y ventanas, pero hasta entonces no habíamos conseguido un refugio tan bueno como aquel, con techo y en medio de un área abierta con buena visibilidad.

Ada y EvanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora