Capítulo 6 - Compañera Inesperada

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Me tragué casi sin masticar unos carterpilar nuggets que compramos en el autoservicio y luego Angie me dejó en el cuartel. Solo llevaba el tiempo justo para vestirme, así que fui directo a vestidores y luego a la puerta exterior.

Tocaba remplazar los kits de 72 horas del búnker de la torre sur. Ya los habían dejado listos en mi patrulla. Me reporté con mi compañero y luego conduje a la torre.

Era un día caluroso, el calor se elevaba del suelo distorcionando el horizonte con su vapor tembloroso. Yo no lograba distinguir nada a mí alrededor, era como si las lágrimas que intentaba retener me hubieran causado una especie astigmatismo temporal.

Mientras conducía noté que el brazalete de Bii seguía en mi muñeca, lo cual era una violación al reglamento, pero dado que nadie se había dado cuenta, disimulé para no delatarme.

Me había distraído al vestirme y eso me ponía nerviosa. Verifiqué mentalmente si llevaba puestos todos los elementos de mi uniforme: la ropa interior reglamentaria, la camiseta de manga larga, los pantalones, el chaleco, la chaqueta, el cinturón de herramientas, las calcetas, las botas, las fundas, las armas, los guantes, todo se sentía normal hasta que me concentré en la máscara y el caso; había algo allí. Metí la mano para revisar y  descubrí  que Bii seguía enredada en la maraña de mi cabello.

Tenía que encontrar la manera de guardar a mi inesperada compañera lo antes posible. Lo malo era que mi vehículo estaba lleno de cámaras interiores y exteriores. Mi única oportunidad era hacerlo en el búnker.

Cada torre constaba de tres niveles: la cabina de vigilancia desde la que se hacían los escaneos (a quince metros de altura); el nivel uno, al ras del suelo donde se estacionaban las patrullas y debajo, el sótano o búnker.

Básicamente; si había una inundación, tormenta o lo que fuera, el termitero se cerraba herméticamente y los que no lograban volver a la colonia a tiempo, debían refugiarse en las torres.

El sótano era un espacio de aproximadamente 20 metros cuadrados, ubicado seis metros bajo tierra, por eso le decíamos  «la tumba». Era claustrofóbico y sombrío. Paredes gruesas, techos bajos, luces tenues, ventilación pobre. Tres camas, un baño, una mesa y algunos estantes.

Contaba con provisiones para sostener hasta tres personas durante 72 horas, tenía agua embotellada, comida, botiquines, armas y uniformes extras. Se suponía que aquello era un refugio diseñado para mantener a salvo los valerosos héroes que protegían La Catedral.

La realidad era que la mayoría de «héroes» eran personas clase «C» que no le importaban a nadie y algunos inadaptados clase «B» como yo

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La realidad era que la mayoría de «héroes» eran personas clase «C» que no le importaban a nadie y algunos inadaptados clase «B» como yo.

Entonces cuando llegaba el momento de cerrar la Catedral, los superiores no dudaban en dejar fuera a aquellos que se hubieran demorado y el resultado era bunkers llenos más de allá de su capacidad. Soldados y obreros encerrados peleando por provisiones, personas llenas de angustia y de terror que muchas veces optaban por la muerte voluntaria por miedo a morir de hambre o asfixiados,  «las tumbas» le hacían honor a su sobrenombre.

Ada y EvanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora