—No voy a deberle la vida a una máquina -gritaba mi abuela, negándose a ser atendida por su enfermera robot.
Máquinas y humanos convivían ahora de forma tan normal que incluso eran legales las uniones matrimoniales entre ellos.
Mi abuela desconoció a su hija, mi madre, cuando después de la muerte de mi padre ella escogió vivir con un robot.
—No, no, me niego -seguía diciendo mientras se aferraba tan fuerte a mi brazo que yo sentía que me lo iba a arrancar.
—Vamos abuela, solo será un cambio de aceite y quedarás como una jovencita -le dije con cariño.