En la comodidad de su casa se había tomado las pastillas que le provocarían su tercer aborto, pero esta vez fue diferente.
El sangrado no paraba y las cosas se complicaron.Despertó dos días después en aquel lúgubre y viejo hospital.
La enfermera le informó lo sucedido, aquello la dejó desolada. Acostada en la camilla, vestida con un blanco camisón, trataba de asimilar lo que había escuchado.
Su fuente de vida se había secado.Y lloró.
Lloró por los niños que no vendrían.
lloró aún más por aquellos que había matado.¡Ay mis hijos! -exclamo antes de quitarse la vida.