Hacía dos años que me había marchado de casa para seguir estudiando. Hoy regresaba con un nuevo título bajo el brazo y con el deseo de comerme el mundo.
Creí que las experiencias vividas en estos últimos años me habían hecho madurar.
Pero apenas cruce el portón que daba al jardín, el aroma de la vieja cocina golpeó mis sentidos y de repente me sentí como un niño.
El olor de los frijolitos volteados, los plátanos fritos y el café caliente, las tortillas tostadas con queso fresco.
Entré en la cocina con lágrimas en los ojos.—¡Mamá, estoy en casa!