IGNORANCIA

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En medio de la multitud la diosa de la sabiduría se hallaba inmersa en sus pensamientos, recordando la mirada de aquel dios que ahora solo inspiraba temor, el brillo que tenía al verla llegar, aquel día tenía una mezcla de asombro y fascinación que inútilmente trataba de ocultar. Para ella era nuevo, de donde venía nunca nadie le había prestado atención, simplemente la alimentaban y aseguraban la puerta al salir, y aunque fuera extraño, hoy agradecía su falta de atención, de lo contrario no habría llegado al Olimpo. 

Ahora todos la miraban con respeto y admiración, dioses y mortales... pero él, que otrora había sido su alma gemela, su otra mitad en la batalla, ni siquiera podía sostenerle la mirada. En un abrir y cerrar de ojos había dejado de verlo, cada uno había seguido un camino tan alejado como distinto. Era innegable que en su pecho despertaba la añoranza con solo pronunciar su nombre, pero también era una verdad que su presencia le resultaba asfixiante, como si de repente flotara y su vida se consumiera dolorosamente.

—Atenea —una voz la sacó de su ensoñación, la aludida no tenía ni la menor idea de quién le estaba hablando, simplemente sonrió, había hecho eso tantas veces que ya estaba cansada —. Su batalla fue magnífica... —y otra vez lo mismo, esa frase fue suficiente para que dejara de escuchar, se limitó a asentir cordialmente y se retiró, no quería parecer desconsidera o irreverente, pero estaba hastiada, no pretendía recibir halagos vacíos, tampoco estaba a gusto con esa fiesta y lo último que deseaba era enfrentarlo «¿Qué ha pasado con mi vida?», se dijo. 

La diosa no podía concebir el motivo por el cual sus espadas siempre terminaban chocando, no entendía lo que había ocurrido y es que a pesar de ser la diosa de la sabiduría empezaba a creer que no sabía nada.

A  veces se sentía derrumbándose poco a poco, pero no podía darse ese lujo, no después de todo lo que había transitado, como por inercia empezó buscarlo con la mirada, no importaba que su corazón se rompiera nuevamente al verlo rehuir, de igual forma, su presencia era lo único que podía traerla a la vida, darle fuerza para rearmarse y accionar.

«¡Te tengo!», pensó una vez que sus ojos se detuvieron en un rincón alejado de la multitud. Sus pies comenzaron a moverse antes de que pudiera percatarse de la situación y su boca no esperó su consentimiento.

—Ares —los ojos del dios se abrieron ante el llamado de Atenea, habían pasado alrededor de unos centenares desde que no se dirigían la palabra, inmediatamente recobró la compostura y mostró una sonrisa socarrona.

—¿Qué desea la patrona de la justicia y la estrategia de su humilde servidor?

—¿Qué te pasa? —para su propia sorpresa, la diosa de la sabiduría se encontraba profundamente molesta, sin embargo no se arrepentía, aunque ser siempre su adversaria era agotador, era la única forma de obtener una respuesta de Ares.

—¿Por qué lo dice? ¿No he sido muy respetuoso con la representación de la virtud? ¿O está usted molesta por qué apoyé a los troyanos?

—¿Escuchas lo que dices? —Atenea estaba cada vez más segura de que era él el que ponía esa distancia—. Pues a mí me parece que tú eres el que está enojado por lo que pasó hoy —contraatacó, pero Ares permaneció inmutable—. De cualquier forma —comentó suspirosa— me dirijo a ti porque le prometiste a tu madre que no tomarías partido... y lo hiciste, ¿qué esperabas? De no haber intercedido habría sido una injusticia... no tengo la culpa de eso y lo siento si eso hiere tu orgullo...—el rostro del dios se transfiguró, en sus ojos y de forma breve se manifestó una mezcla de ira con... ¿decepción?

—¿Mi orgullo? ¡¿Qué orgullo?! ¿Sabes lo que dice el Panteón de mí?, dice que soy un dios caótico, impredecible... en quién no se puede confiar —terminó como si le hubieran arrancado las palabras de un tirón.

UNA ETERNIDAD SIN GUERRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora