Atenea estaba harta del ir y venir por el mundo de los mortales, pero lamentablemente habían pocos lugares en la tierra que pudieran conducirla al inframundo, uno de ellos estaba en las afueras de Atenas, cerca de un templo dedicado a la alabanza de la mismísima Atenea, al ver el largo trecho recorrido supo que las palabras no habían sido suficientes para agradecerle a Aracne, de hecho había sido estúpido no haberse procurado un transporte con anterioridad, este era siempre un interrogante que la acosaba, «¿Por qué la suerte siempre acompaña a los idiotas?». La diosa creía que si hubiera un título adecuado para ella sería diosa de la distracción, ya ni siquiera le sorprendía estar entrando al templo para contemplarlo un poco antes de descender al Hades, Ares siempre se reía de eso, recordaba lo mucho que le había ayudado el dios de la guerra a concentrarse en el campo de batalla, a hacer foco, era algo que le debía, los pensamientos de Atenea fueron interrumpidos por el llanto de una mujer, «¿Qué debo hacer?» , se preguntó a sabiendas de que perdería aún más tiempo, sin embargo tampoco tenía idea del paradero de Ares y si se iba ahora no podría estar tranquila, además la mujer estaba llorando en su templo, quizá le estuviera pidiendo ayuda, pero el hecho de que la diosa no estuviera en el Olimpo le había hecho imposible usar sus dones divinos para oír cada oración hecha en su nombre. Al sentir sus pasos acercándose la mujer, asustada, retrocedió repentinamente y con cara de horror, Atenea pudo notar que estaba despeinada y con las vestiduras rasgadas y mojadas.
—Tranquila —dijo la diosa bajando su capucha, pero al verla el rostro de la mujer se llenó de ira.
—¡¿Y ahora te dignas a aparecer?! Yo... dediqué toda mi vida a rendirte culto, una sola vez, solo una vez te necesité y no estuviste —dijo entre lágrimas haciendo que a la diosa le pesara su mirada.
—Déjame explicarte, por favor —Atenea tomó el silencio de la doncella como respuesta afirmativa y continuo —. No sé por lo que has pasado y no pretenderé consolarte diciendo que te entiendo, verdaderamente lamento no haber oído tus llamado... pero hay un motivo, no estuve en el Olimpo y estoy buscando a un ser muy preciado para mí, lo sé, es reprochable haber dejado de lado mis tareas para con la humanidad, pero créeme, si no lo busco jamás podré perdonarme... no quiero que pienses que es un pretexto porque no es mi intención excusarme con la situación, pero ahora estoy aquí, te escucho y puedo intentar compensarte.
—Ya es tarde, ya está hecho —espetó cargada de decepción. Atenea se inclinó para ponerse a la altura de la mujer que seguía derrumbada y deshecha por la angustia.
-Cuéntame, no hay nada que no tenga solución —dijo limpiando sus lágrimas, la mujer rio amargamente y le dirigió un gesto de desdén. La diosa la observó cuidadosamente, de no saber de antemano que era una mortal, podría haber pensado que era otra deidad, era bellísima, sin embargo le angustiaba ver su piel agrisada y llena de magulladuras y sus ojos hinchados de tanto llorar.
—¿Es todo lo que tienes? Si no puedes volver el tiempo lamento decirte que no puedes ayudarme —terminó la mujer con expresión de desagrado.
—No sé lo que te pasó y no, no puedo volver el tiempo... sin embargo, nadie puede y puedes seguir adelante o estancarte y marchitarte hasta ser sólo un cascarón vacío, si me dejas ayudarte, te aseguro que si alguien te lastimó ya no lo volverá hacer —la mujer la observaba, más ya no con ira, ahora parecía consumida por la angustia, le dirigió una mirada incrédula y luego apartó la vista.
—Mátame, por favor... si de verdad quieres ayudarme, acaba con mi sufrimiento ahora —le dijo implorante. La diosa permaneció unos minutos en silencio analizando el pedido, a continuación le dirigió una mirada al ovillo de miedo que hallaba frente a ella y le pareció una decisión muy prematura, sin embargo debía comprobarlo... la diosa suspiró y desenfundó la espada, la mujer se cubrió la cara y profirió un grito ahogado, entonces lo supo, aquella doncella arrastraba un peso que a nadie se lo deseaba, pero aún con todo quería y necesitaba otra alternativa y aunque no pudiera verla, tal vez juntas podrían encontrarla.
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UNA ETERNIDAD SIN GUERRA
FantasyLa repentina desaparición de un dios, mueve a Atenea, la diosa de la sabiduría, hasta los confines más profundos del universo en su búsqueda. En su viaje recorrerá mundos fantásticos y entre dragones, cíclopes y espadas, se descubrirá a sí misma.