EL SEÑOR DE LOS CIELOS Y EL CHICO DE LA SONRISA TÍMIDA

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En el vientre de Metis crecía la diosa a la que las profecías designaban ama y señora del infinito, tal designio era fatídico para el poderoso señor de los cielos, Zeus, si la niña crecía y se formaba en el Olimpo, cuando su espada se volviera una extensión de su cuerpo y sus palabras envolvieran y arrasaran con la fuerza de un tornado, al instante en que la joven diosa conociera y se hiciera una con la guerra, sería capaz de tomar el trono del Olimpo instaurando una nueva era de la que él solo sería una sombra del pasado. El dios del rayo no quería ver esa era, a su entender solo había una forma de evitar o aplacar su llegada y realmente no tenía dudas acerca de cómo obrar. 

Poco después de su victoria sobre los titanes había construido una prisión de la que ningún ser podría escapar, no era como Tártaro, de hecho pocos sabían de su existencia o función, quienes sí lo hacían, la llamaban la cabeza de Zeus, pues era un intrincado laberinto más impenetrable que la propia mente del dios de dioses, quien habiendo decidido lo que haría, espero a que Metis estuviera dormida para llevarla a esa que esperaba fuera su eterna reclusión, allí nacería la niña diosa, no conocería: ni la espada, ni el mundo exterior, ahí no podría hacer daño.

Tal como había designado Zeus, Metis dio a luz a la diosa privada de la libertad, la niña a quien llamó Atenea creció en aquella celda, aislada de la luz del sol y sin contacto con otra más que Metis y los guardias de la prisión, cuando la joven diosa tuvo edad suficiente para entender las cosas, su madre le contó lo sucedido y lo que estaba escrito y arraigado en el velo del destino. Ese fue el descuido de Zeus, Atenea si conocería el mundo, lo haría a través de los sentidos de Metis, la niña no necesitaría una espada para abrirse paso y de hecho, un solo descuido le bastó para escabullirse llevándose a la titánide Metis con ella, la audaz y joven diosa había burlado la reclusión impuesta por su padre en su primer intento.

Atenea, que además de su juventud tenía una experiencia verdaderamente diminuta, estaba aún cargada de inocencia y su único deseo era llegar al Olimpo, en parte esto se debía a que Metis no le había contado todos los detalles. La titánide temía que de hacerlo se desencadenara una nueva y destructiva guerra, lo que no sabía era que lo que hilaban las Moiras no podía ser influido por nadie y que no importara lo que hiciera o dijera, solo podría adelantar o atrasar lo que era inevitable. 

Metis había guiado a su hija por un largo trayecto, sin embargo se negaba a volver el Olimpo, al menos en su forma habitual. Metis, quien era la titánide de la sabiduría, le brindaría mediante un nuevo vínculo todo lo que la diosa necesitaría para llegar al Olimpo y aún más. Así, se fue Metis, pero llegó aquel espíritu acompañante en forma de ave que le infundía la sabiduría y el discernimiento de su propia experiencia, el mochuelo al que la diosa llamó Mine la guiaría hacia la ciudad celestial donde moraban los dioses. 

Durante días de escalar sin cesar, la diosa no mostró cansancio o pesar y al haber ascendido corrió enérgicamente por los pasajes hasta llegar a aquel que era el castillo de cristal más grande, elevado y con su ápice llegando al firmamento, el edificio se levantaba firmemente frente a ella, brillando como si estuviera hecho de hielo y con las puertas abiertas de par en par. La joven Atenea entró emocionada, deambulando en su inmensidad, le parecía casi irreal después de haber pasado toda su vida en una habitación sencilla y pequeña. Entonces el ruido de pasos tras de sí la alarmó, por un momento permaneció estática, pero ante el prolongado silencio se dio la vuelta, al hacerlo se encontró con otro joven dios de mirada inquisitiva y asombrada, Atenea no pudo evitar sonreír, solo había visto la faz de su madre y si bien en su llegada al Olimpo muchos dioses transitaban por allí, ninguno le había dirigido ni una sola mirada, en el rostro del joven también se dibujó una sonrisa fugaz, pero a continuación frunció el ceño ocultándola como si fuera grave mostrarla, ante este extraño comportamiento la sonrisa de la diosa se ensanchó.

UNA ETERNIDAD SIN GUERRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora