Atenea se dirigió al centro de la ciudad, allí aún había un poco de movimiento y siempre lo habría, mientras Afrodita persistiera en el Olimpo los dioses se moverían por las noches en dirección a su encuentro, sin embargo y a pesar de su tránsito por las calles, probablemente ni siquiera le prestaran atención, es más, quizá incluso Hefesto estaría distraído en esa hazaña, aunque lo dudaba mucho. Afrodita siempre que podía rehuía de él, por lo que a menos de que hiciera una excepción solo sería un vago pensamiento de la diosa de la sabiduría, más motivado por el deseo que por la razón.
La diosa vislumbró la forja, la misma estaba silente por lo que al menos supo que no era una de las noches en las que Hefesto se desvelaba en ella. Atenea se paró frente a sus inmensas puertas y empujó con fuerza. Siempre le había sorprendido que en el Olimpo no tomaran ciertos recaudos, más aún teniendo en cuenta los múltiples antecedentes de traición y engaños. Hefesto guardaba muchos objetos valiosos y estaban al alcance de todos, cuando había llegado a la ciudad divina eso era lo que más le había impactado, el castillo de Zeus estaba siempre libre para el acceso y aún ahora la sorprendía con la misma fuerza que en aquel momento. Cuidadosamente cerró la puerta tras su entrada, conocía ese lugar como la palma de su mano por lo que se movía con seguridad incluso con su visión reducida por la oscuridad.
Por alguna razón su corazón latía mucho más enérgicamente que habitualmente y su piel se cubría de un sudor frío mientras que sus manos temblorosas buscaban entre los objetos, sintiéndose torpe revisó en su bolsa y sacó de ella un artefacto parecido a un cristal con un tenue brillo y lo usó para ver mejor lo que buscaba.
«¿Cómo es posible que no las vea? Esas cadenas son por lejos diferentes de cualquier otro metal...», se dijo la diosa con frustración. Quizá Hefesto ya no las tenía allí, a esas alturas no le sorprendería que Zeus le hubiera advertido, sin embargo la diosa, que no estaba dispuesta a volver sobre sus pasos, no aún, decidió continuar con la búsqueda, pero se distrajo en otro objeto, uno que hacia tanto no veía que la desestabilizó. Las cizallas que robaban toda su atención yacían relucientes sobre el resto de los artefactos, Atenea estaba sumamente tentada a tomarlas, sin embargo era evidente que Hefesto las echaría en falta, no podía tomarse tal atrevimiento.
Hacía años que el titán Prometeo estaba encadenado a una roca, tantos años que ya no era capaz de contarlos, esas cizallas eran las únicas capaces de cortar sus cadenas, así también eran las que usaba Hefesto durante su trabajo, tenían un gran valor, sin embargo no sabía si estaba dispuesta a arriesgarlo todo, quizá no fuera el momento, Atenea podía ponerse en riesgo a sí misma para ayudar a Prometeo, pero no podía arriesgar su misión, simplemente no se lo perdonaría jamás.
—No encontrarás ahí lo que estás buscando —la diosa repentinamente dejó de tocar las herramientas y retrocedió, de cualquier forma ya no servía de nada pretender falsas intenciones, Hefesto ya sabía cuáles eran sus verdaderos objetivos.
—Asumo que las tienes tú —la diosa caminó hasta aproximarse a él—. Dámelas —le exigió.
—Tengo miles de motivos para no hacerlo, créeme, no es personal —le respondió el dios de la forja sin perder la calma.
—¿Tampoco fue personal lo que intentaste hacerme la última vez que nos vimos? —los ojos del dios se abrieron a más no poder— Hefesto, estoy cansada de reprimir las ganas que tengo de golpearte, si no quieres darme las cadenas, está bien, no lo hagas, pero las tomaré y no podrás hacer nada para evitarlo —ante el pasmo de Hefesto que no se atrevía a proferir palabra continuó- ¿Qué? ¿Te ha comido la lengua un ratón? ¿O es qué creías que iba a olvidarme de lo que hiciste?
—No están aquí, tampoco están conmigo...- musitó evadiendo la mirada de Atenea.
—¿Pretendes seguir ocultándome su paradero?, si ese es el caso te sonsacaré las palabras a como dé lugar —le advirtió cambiando lo poco que le quedaba de paciencia por ímpetu.
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UNA ETERNIDAD SIN GUERRA
FantasyLa repentina desaparición de un dios, mueve a Atenea, la diosa de la sabiduría, hasta los confines más profundos del universo en su búsqueda. En su viaje recorrerá mundos fantásticos y entre dragones, cíclopes y espadas, se descubrirá a sí misma.