DESOLACIÓN

207 26 1
                                    

El primer haz de luz de la mañana se coló por la ventana iluminando la habitación, la diosa dormía con el rostro transfigurado por la angustia y el ruido de alguien llamando a su puerta no parecía ser suficiente para despertarla, sin embargo el sonido se hizo más frecuente e intenso, finalmente comenzó a sentir aquellos golpeteos, aún en la lejanía, que poco a poco cobraban la fuerza necesaria para perturbar su sueño. Desorientada, sus ojos se abrieron, los golpes no cesaban... ya había salido el sol, se levantó con sobresalto, aún llevaba la ropa de la fiesta. Al notar que los ruidos venían de la puerta se dirigió hacia allí y abrió la puerta, se encontró con algo tan devastador como extraño «¿Qué rayos?», se cuestionó Atenea, frente a ella se hallaba una desconsolada Hera, sus cabellos estaban alborotados y las lágrimas se desbordaban como un torrente.

—Hera...¿qué ha pasado?¿tú estás bien? —Atenea era una de las pocas privilegiadas que podía tratarla con tanta informalidad, si bien Hera era una mujer severa, se habían vuelto muy unidas y aunque ahora Atenea se hallaba en constante conflicto con su hijo, Hera se mostraba igual de afectuosa que el primer día. La reina de los dioses trataba de ordenar sus ideas en palabras pero su voz parecía írsele cada vez que sus labios se abrían —. Vamos, entra y dímelo con calma —dijo mientras le frotaba la espalda, su respiración lentamente comenzó a normalizarse y reunió coraje para hablar.

—Ares, mi hijo... —se cortó de repente. Atenea no sabía qué decirle, no entendía lo que pasaba y con cada segundo de silencio también empezaba a preocuparse.

—¿Qué? ¡¿Qué pasó?! —dijo perdiendo la calma y llamando a su compostura internamente luego de tal desenfreno.

—No está —terminó entre sollozos —. Siempre me informa antes de marcharse... —tomó aire —,  pero no está y ninguno de los ayer presentes lo ha visto —tenía que mantener la calma, era Ares, «¿quién podría hacerle algo?», se dijo a sí misma en un intento inútil de recobrar la serenidad.

—Lo buscaré y te lo traeré, verás que se habrá ido a probar diversiones mortales o estará con Afrodita —Hera tampoco parecía calmarse y negaba con la cabeza, era su madre, sabía que Ares a veces era impredecible pero lo ocurrido no tenía precedente.

—No, Afrodita sigue aquí... y él jamás baja a la Tierra sin decírmelo-enfatizó Hera empecinada.

—No te preocupes, te lo traeré y tendrá que disculparse por hacerte pasar por esto —internamente rogaba no equivocarse de nuevo. Hera asintió aún con una expresión angustiada, encontrarse con su mirada dolida la conmovió —. Te lo prometo, no volveré hasta que no lo haya encontrado —volvió a asentir mientras envolvía las manos de Atenea entre las suyas, Hera estaba tan absorta con lo acontecido que ni siquiera notó que las manos de Atenea estaban magulladas y aún manchadas por el combate con Hefesto.

—Gracias, jamás podré pagarte esto —dijo marchándose desconsolada, entre tanto Atenea trataba de convencerse de que simplemente estaría con los humanos embriagándose o luchando, o tal vez con alguna mortal a falta de su compañera preferida.

Atenea miró con desagrado su vestido e inmediatamente tomó su armadura y comenzó a vestirse para la expedición, estaba decidida a traerlo, no importaba cuánto le costara y una vez que lo encontrara, Ares tendría que pedir clemencia por primera vez por las preocupaciones que había causado.

Una vez que cargó su equipo de batalla se cubrió con una túnica para mantenerse oculta y no llamar la atención de ningún mortal, después de todo no quería que los mortales la demoraran si llegaban a reconocerla. Acarició a Mine a modo de despedida, le apenaba no poder alargar su estancia en el Olimpo un poco más, la noche que había estado en su hogar no le había servido para recuperar la energía que le había quitado la guerra contra los troyanos, la guerra contra Ares, no pudo evitar sonreír —ese maldito, el maldito sabe cómo moverse— dijo a viva voz captando la atención de su mochuelo, sin embargo no e explayó, simplemente sonrió ante el recuerdo y sin perder la esperanza de que solo fuera una de sus escapadas nocturnas.

UNA ETERNIDAD SIN GUERRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora