PRELUDIO DE UNA TEMPESTAD

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El ascenso al Olimpo estaba por llegar a su fin. Todo había sido tan efímero, los dioses reían como si hubieran descubierto algo maravilloso, y el tiempo y el espacio, que se había interpuesto entre ellos, eran solo un recuerdo insignificante y lejano que se les hacía ajeno, incluso Ares parecía haber olvidado su estadía en el Tártaro y ahora hablaba sin parar como cuando era un niño, Atenea tampoco podía frenar su lengua.

—Cuando los mortales hablaban de tu solemne presencia, yo no lo podía creer, pensaba, no, la Atenea que yo conozco no tiene momentos de silencio, no hay minuto que no esté riendo estrepitosamente.

—No me conocieron en mi mejor momento —le respondió y para su propia sorpresa sin un atisbo de tristeza, había sido una época sin mucho sentido en su vida y hasta hacía poco le angustiaba pensarlo—. ¡Ah! Casi lo olvido, tengo algo que podría interesarte.

—¿De qué se trata?

—¿Recuerdas cuando nos enfrentamos a un dragón?—soltó sin poder contener la emoción.

—Las marcas persisten en uno de mis glúteos, claro que lo recuerdo —la diosa dejó escapar una risa ruidosa, pero rápidamente recobró la calma para no perder el hilo.

—Deja de distraerme con tus tonterías que me olvidaré lo que quiero proponerte —respondió en un falso tono de reproche y luego continuó—. Tengo el colmillo de dragón, si te interesa estoy abierta a negociaciones.

—¿No vas a obsequiármelo sin más? Al parecer además de solemne eres tacaña, me siento muy decepcionado...

—No, por supuesto que no voy a regalarte nada —comento blanqueando los ojos—, ya he hecho suficiente por ti, se me ocurren un par de cosas en las que podrías serme de gran utilidad, además te servirá para ponerte en forma.

—Soy todo oídos y haré de cuenta que no oí la última parte, ambos sabemos quien necesita ponerse en forma —para el dios de la guerra las aventuras no habían sido lo mismo a falta de compañera, al principio había pensado que tal vez ya había pasado su momento, pero ahora se lo cuestionaba fuertemente.

—En otro momento hablaremos de algunos asuntos, cuando dispongamos de más tiempo —comentó la diosa observando el Olimpo cada vez más cerca.

—Cuenta conmigo para esos asuntos, espero que sea una buena entrada en calor .

Marte aterrizó en la ciudad divina, el sol apenas había salido por lo que no había mucho movimiento, sin embargo los pocos olímpicos que deambulaban por los senderos de la polis los miraban con el rostro desfigurado por el estupor, como si hubieran visto una quimera.

—Por el rayo de Zeus —dijo en tono serio dirigiéndose a sus espectadores que poco a poco comenzaron a dispersarse , pero aun sin poder quitarles la vista de encima—. Te acompañare con Hera —la diosa no lo quería decir, pero temía que su padre intentara alguna última locura—, y por favor no olvides presentarte ante Afrodita, parecía muy preocupada la última vez.

—¿Afrodita te contó? Me refiero a lo que ocurrió con tu pare y... conmigo —Ares no había pensado involucrar a Atenea, pero dadas las circunstancias era una obviedad que estaba al tanto de la situación. En realidad no le importaba saber quién le había contado, simplemente quería saber cómo le afectaba la situación, mas no se atrevía a preguntárselo, las pocas veces que la había visto decaída habían sido por causa de Zeus por lo que no le extrañaría precipitar en ella un torbellino de malos recuerdos.

—Sí, Afrodita me contó una parte, sin embargo también tuve otras fuentes que me ayudaron a seguir el hilo de los acontecimientos, incluso tuve una extraña revelación...de hecho debo disculparme, no quiero que me guardes rencor, pero todo lo que ha ocurrido ha sido por mi culpa.

UNA ETERNIDAD SIN GUERRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora