DESENGAÑO Y PUNTO DE PARTIDA

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Hermes la había transportado hacia el Olimpo en casi un abrir y cerrar de ojos, quizá en otro momento Atenea hubiera conversado un poco con él, siempre le había parecido alguien divertido y genuino, no todos los olímpicos lo eran, la mayoría siempre tenía algún doblez, muchos la catalogarían de engreída por pensar de ese modo, pero jamás lograba sentirse enteramente cómoda allí. Las cosas nunca habían sido de ese modo con Ares, desde que había llegado, aun sin conocerla, siempre se había mostrado auténtico con la diosa, atreviéndose a mostrarle cualquier sentimiento, incluso cuando se trataba de enojo o tristeza, por otro lado Atenea siempre había podido ser ella misma en su presencia.

«Decir que te extraño no es suficiente», la diosa se sacó esas imágenes de su mente, pues ahora ya solo le traían dolor, volviendo a la realidad comenzó a caminar con premura, sin embargo su marcha fue interrumpida por Afrodita, quien se había situado cortándole el paso.

—Atenea —comentó esta haciendo una larga pausa y sin dirigirle la mirada, Atenea no solía ser impaciente, pero ahora el tiempo era clave y el silencio de Afrodita era una lenta tortura.

—Vamos, cuéntame mientras caminamos, no quiero importunarte, pero no es el momento adecuado —soltó finalmente.

—Al contrario, lo es, lo que voy a decirte no puede esperar —le dijo Afrodita tomándola del brazo y reteniéndola nuevamente.

—Entonces dímelo —terminó con desesperación Atenea temiendo que la otra diosa quisiera reprocharle algo, la última vez que a Afrodita le había urgido algo con su persona había terminado profiriendo algo parecido a un insulto.

—Ven sígueme, necesitamos ir a un lugar más alejado, prometo que seré breve—si terminaba siendo un insulto o algo trivial Atenea no sabía si podría persistir en la calma, Afrodita prácticamente la arrastró hacia un lugar más alejado del movimiento y bastante silencioso—. Lamento eso, pero ya sabes lo que dicen, las paredes escuchan —Atenea asintió y enfocó su atención en Afrodita, pero de repente esta parecía haber perdido el habla.

—¿Entonces?—comentó con énfasis la diosa de la sabiduría esperando obtener una respuesta.

—Todo empezó porque te tengo envidia, desde que llegaste...

—Invoco a la brevedad que me prometiste —la interrumpió alzando una ceja un poco sorprendida por la extraña confesión. Afrodita asintió.

—El día de la fiesta vi que hablabas con Ares, cuando te marchaste esperó algunos minutos, sabes que no le gusta lucir desesperado —Atenea frunció el ceño, hizo una mueca y se limitó a asentir —. Estaba enojada de pensar lo que pudiera pasar —la diosa de la sabiduría la miró incrédula «¿Qué rayos temía Afrodita que pasara? ¿Qué Ares se disculpara?», se dijo a sí misma —. Por eso le dije a Zeus que Ares se dirigía a tu habitación.

—¿Y?

—Maldición, para ser la diosa de la sabiduría eres bastante lenta, dios —dijo exasperada —. Perdón, no es una ofensa... o no pretendía serlo—terminó tratando de justificarse.

—Sí, está bien, supongo que entiendo el punto —comentó instándole a continuar.

—Viendo tu falta de asombro veo que no sabías que Zeus le había prohibido a Ares estar cerca de ti.

«¿Por qué?» 

La situación se le hacía cada vez más confusa y enredada, todos en el Olimpo parecían estar al tanto de situaciones que eran de la incumbencia de Atenea y aun así ella no tenía en su conocimiento, de repente la voz de Afrodita se volvió distante para la diosa que estaba cayendo en la cuenta de que todo había sido una farsa, su padre, ya no le sorprendería oír que ni siquiera lo era, puesto que Zeus, igual que el resto, actuaba a sus espaldas. 

UNA ETERNIDAD SIN GUERRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora