En el mundo de los humanos había un silencio de muerte y la diosa, abrigada por el manto de la noche, miraba con anhelo la entrada al inframundo, a pesar de que habían pasado unos pocos días desde su última vez allí, todo parecía sumamente lejano e irreal. La percepción del tiempo era de lo más extraña, breve cuando más se disfrutaba, extenso cuando más dolía y valorado sólo cuando faltaba. Atenea no había notado lo inestimable que eran sus tardes de entrenamiento con el dios de la guerra hasta que estas se habían perdido en sus recuerdos. De un día para el otro verlo había sido eliminado de su rutina, sin previo aviso, sin ninguna preparación y llevándose su sonrisa. El tiempo, que para los dioses era eterno y para los mortales solo un instante, era tirano y doloroso para todos por igual.
—Marte —dijo la diosa volviéndose al ave que inmediatamente se enfocó en su dueña e inclinó la cabeza ligeramente quedando a su altura, Atenea no estaba segura de cómo, pero sabía que era capaz de entenderla, por lo que tomo su rostro y continuó—. Necesito que te escondas, los humanos no pueden verte... aún es de noche y la quietud reina, sin embargo no sé cuando regresaré, mas cuando lo haga, lo sabrás —Marte la contemplaba atentamente—. No te asustes, mi presencia desaparecerá cuando baje al inframundo, cuando vuelvas a sentirme aquí ven a mi encuentro —al soltarlo el grifo levantó vuelo y desapareció de su vista, la diosa se volvió hacia aquel lugar donde la tierra estéril lucía renegrida, una herida en la tierra que reabrió al clavar su espada, al igual que las veces anteriores solo un par de palabras bastaron para ser tragada hacia las abismales profundidades, se sintió hundiéndose en la fría oscuridad que se le hacía cada vez más familiar, y nuevamente estaba flotando en ese vacío donde el tiempo no corría, su esencia parecía querer desprenderse de su cuerpo que poco a poco desfallecía y mientras todo se hacía distante a su alrededor.
Esperaba que su tránsito por el Hades no le robara mucha energía, pero además anhelaba que no fuera tarde, el hecho era que debía llegar al Tártaro de forma pronta y con sus fuerzas intactas, puesto que de seguro era mil veces peor que todo lo que ella conocía.
Haciendo un increíble esfuerzo levantó sus párpados hasta que sus ojos fueron una delgada rendija que apenas le permitía ver a su alrededor, era todo lo que necesitaba, no había mucho que mirar, solo esa tenue luz al final del camino. Arrastrando los pies caminó hacia la luz, a la diosa le incomodaba oír su respiración suspirosa, hacía mucho que no sentía tal debilidad, a fuerza de voluntad comenzó a mover los pies a más velocidad y finalmente, en lo que se le hizo una eternidad, llegó. Esta vez su tío no le había salido al encuentro. Para su mala suerte estaba frente a ella aquel hombre delgado, de piel fina, arrugada y reseca, que reconociendo a la diosa le tendía su mano de dedos largos y huesudos para que subiera a la balsa, Atenea la tomó sin rechistar y el frío toque de su piel fue más que suficiente para robarle el resto de la vitalidad que le quedaba, se sintió desfallecer en la barcaza que se movió un poco ante su caída y sus ojos se cerraron al tiempo que su consciencia se diluía en sueños e imágenes que no sentía propias, su respiración se hizo calma y se fue sumiendo en la oscuridad mientras se hacían más audibles los sonidos a su alrededor.
La diosa no estaba segura si era su imaginación o verdaderamente estaba ocurriendo, pero oía aullidos desgarradores, de cualquier modo jamás había logrado mantenerse totalmente consciente durante su pasaje hacia el Hades por lo que nunca había podido comprobar si habían almas en pena vagando y ahogándose en ese cuerpo de agua, o si solo eran ruidos que en su mente se distorsionaba por la idea que se había hecho de aquel lugar, Atenea intentó volver a focalizar en sus objetivo, las almas mortales del inframundo no eran un asunto de relevancia en aquel momento y probablemente nunca lo serían, no sería la primera vez que su mente le jugaba una mala pasada por lo que decidió no darle más vueltas y aquellos alaridos se convirtieron en tan solo una melodía lejana cantando al compás de sus propias emociones.
ESTÁS LEYENDO
UNA ETERNIDAD SIN GUERRA
FantasyLa repentina desaparición de un dios, mueve a Atenea, la diosa de la sabiduría, hasta los confines más profundos del universo en su búsqueda. En su viaje recorrerá mundos fantásticos y entre dragones, cíclopes y espadas, se descubrirá a sí misma.