LAS TRES GORGONAS

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Al llegar al bosque la diosa se sintió envuelta por una poderosa fuerza, era como si la mismísima Artemisa se hiciera presente en el bosque, Artemisa era la diosa de la caza y la hermana melliza de Apolo y al igual que la diosa de la sabiduría guardaba celosamente su castidad y sus sentimientos, sin embargo no siempre fue de esa forma, hacia algunos centenares la diosa, aún novicia e inexperta, conoció a un joven cazador, Orión, y olvidándose de lo diferente de sus realidades comenzó a frecuentarlo, al principio solo se reunían para cazar, pero tras años de hacerlo ambos se sentían tan afines que al verse hablaban de todo lo que conformaba sus mundos como si no hubiera un abismo entre ellos. Apolo temiendo que su hermana hubiera perdido el norte y comenzara a comportarse de forma peligrosa decidió acabar con los encuentros de su hermana, no deseaba causar desconsuelo en Artemisa, pero la diosa había descuidado sus deberes para aprovechar el tiempo con Orión y Apolo, que incluso siendo joven era calculador y frío como un témpano, supo que la situación haría que el Panteón interviniera y de ser así las consecuencias terminarían siendo nefastas, por esto le solicitó que desistiera de sus ideas, de lo contrario mandaría a una de sus bestias a perseguir al joven cazador, Artemisa en ese momento lo vio como una promesa vacía y pensó que no sería tan grave ignorar su advertencia, sin embargo Apolo no le había mentido y sin demora envió a un escorpión gigante a perseguirlo, Orión se vio obligado a huir, el cazador corría día y noche, puesto que la monstruosidad, sin mostrar cansancio o debilidad, no le daba cuartel.  Artemisa enfurecida con Apolo pero anteponiendo la seguridad de Orión accedió a no verlo jamás y sin demora volvió a dedicarse a sus obligaciones en el Olimpo, desde ese momento ya nunca más volvería a abrir su corazón y a pesar de la unión y el afecto hacia su hermano Apolo, su relación se enfrió ligeramente y la diosa creó un santuario en un bosque de cipreses al que acudiría cada año con su séquito de doncellas, para pasar horas meditando en un claro donde los árboles no opacaban la visión de la bóveda celestial y la diosa podía contemplar las estrellas, que siempre le recordarían, a través de la constelación de Orión y el escorpión en eterna persecución, el motivo por el cual los dioses no debían implicarse con mortales, así Artemisa se encerró aún más en sí misma convirtiéndose en una diosa solitaria y contemplativa. Atenea la compadecía, puesto que el destino de los dioses era muchas cosas, pero en definitiva no era libre y el alma sensible de la diosa cazadora no había previsto eso y se había embarcado en una aventura que la acobardaría quizá para siempre.

La diosa de la sabiduría se sentía admirada por el misticismo del lugar, la arboleda inmortal, en la que los árboles en cualquier momento del año mantenían su vitalidad, eran altos y frondosos, entre sus hojas dejaban pasar la tenue luz lunar dándole un brillo azul violáceo al ambiente, con la llegada de la diosa todo se llenó de luces, que al caer la noche simulaban ser pequeñas estrellas bailando en el aire y manteniendo todo el lugar en una agradable claridad, allí los animales se movían tranquilos y eran sumamente confiados. La arboleda, además de ser rica en exótica vegetación, estaba poblada por hermosos ciervos que corrían de un lado a otro jugando entre los árboles, era un santuario en el que estaba prohibida la caza, quienes se habían aventurado a contrariar los deseos de Artemisa no habían salido del bosque, la diosa era sumamente reservada, por lo que de sus labios no había salido palabra alguna, pero las leyendas tradicionales contaban que los desdichados habían sido convertidos en ciervos como castigo por el desafío y que aún ahora algunos vagaban por el bosque privados de su anterior vida.

Atenea caminó al corazón del bosque, donde encontró las esperadas aguas, al acercarse el límpido lago se vio reflejada en la calma y brillante superficie, todo en aquel lugar era tranquilizador, hasta podría asegurar que desde el primer momento al amparo del bosque sus energías se habían restaurado por completo como si la ambrosía llenara el aire que entraba a su cuerpo, y la vista de semejante espejo de agua la hizo impacientarse por entrar a ella, si solo caminar por el santuario le había dado tanto consuelo, estaba segura de que sumergirse en esas aguas transparentes le traería verdadera paz, aunque solo fuera temporal. 

UNA ETERNIDAD SIN GUERRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora