Capítulo 31: La efigie (I)

684 127 9
                                    

Ojalá hubiera tenido una amiga íntima como las de las películas, de esas que se lo cuentan todo. Tal vez me habría sentido mejor si hubiera podido contarle a alguien todo lo que había pasado las últimas semanas. O no... quizás habría sido humillante. Contártelo a ti ya me parece bastante duro; a saber como me habría sentido en aquel entonces contándolo cara a cara.

Tal vez si tuviera una hermana con la que pelearme por el baño, pero escuchara mis problemas... Al menos habría otra persona en el mundo capaz de entender cómo me sentía y que compartiría mi carga. Alguien con quien llorar en silencio porque no harían falta las palabras. Ella habría sido mi amiga.

Pero estaba sola.

Sola y rodeada de gente. Con la agenda llena de chicos que contestarían a los pocos minutos a una foto sugerente, pero que jamás me abrazarían mientras lloraba. Amigos que irían de compras o de fiesta, pero que no tendrían la madurez de charlar tomando un café. Sin familia. Nada.

Henry estaba en la cárcel, apenas podía verle y mis problemas no eran una prioridad. Y Sophie y Joss... les adoraba, pero no podía llamarles «amigos». Éramos compañeros de trabajo, nada más.

Y encima estaba Dave. Puf... Había vuelto a darle largas porque no tenía fuerzas para afrontar ese problema, aunque al menos fui sincera en la parte de que necesitaba espacio y dejar de salir y beber porque no me ayudaba en absoluto a sentirme mejor.

Y es que ahora tenía otro problema más que sumar a la lista: ahora era yo la que huía de Matt. Al ver la placa brillar, se puso en pie de un salto y empezó a hacerme preguntas extrañas; y yo me empecé a agobiar muchísimo y salí corriendo de allí sin pensar en lo que hacía. No sabía por qué había hecho eso, pero verle a él ponerse tan tenso cuando claramente la placa debía estar estropeada, me terminó de hacer estallar los nervios.

Los dos días siguientes el ambiente había estado enrarecido en la oficina. Sophie debía de seguir molesta por lo del refresco porque ella y Joss también estaban extrañamente huraños. Y Matt siguió evitándome, así que nadie mostró interés por hablar con nadie.

La cuestión es que había acabado en un parque, sola, mirando a los niños jugar y tratando de recordar el sentimiento de una época más sencilla y feliz. Intentando no pensar en que en unas horas empezaría una ceremonia en Hyde Park donde puede que perdiera a Matt para siempre. Y no podía estar en casa encerrada dándole vueltas, no tenía a dónde ir ni con quién hablar de lo que me afligía, así que... estaba allí. Sentada en un banco con la mirada perdida en los niños.

Tardé un buen rato en darme cuenta de que estábamos en un enclave, así que los niños que venían a jugar eran hijos de magos. Pero los niños eran solo eso, niños. Y jugaban a lo mismo que todos los niños.

Sin embargo, aunque parecido, era diferente de una forma sutil. En un banco cercano, una madre soplaba pompas de jabón que surgían de su propia mano para hacer reír a su bebé en el carricoche, que trataba de cogerlas y reía al estallarlas entre sus pequeñas manos. A un lado, unos niños jugaban con un avión de papel que alguno de ellos hacía levitar. Y, en el otro extremo, algunos pequeños pegaban saltos y gritos junto a una adolescente que debía de estar al cargo y no pararon hasta que ella accedió a ponerle un mechón de colores a cada uno de ellos con una sonrisa resignada.

Un llanto irrumpió la tierna tranquilidad desde la zona de columpios. Una niña de apenas unos tres años lloraba sujetando su rodilla raspada como si jamás fuera a poder caminar de nuevo. Antes de poder reaccionar, un adolescente ya corría a su lado a consolarla. Puso la mano sobre su rodilla con gesto concentrado; pero, cuando la apartó unos segundos después, la herida seguía ahí y la niña no dejaba de llorar.

Palabra de Bruja FarsanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora