Capítulo 39: El castigo (II)

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—Bájate los tirantes.

Abrí la boca para decir algo, pero las palabras murieron en mi garganta. Me había pedido que me levantara de la mesa y creí que simplemente me obligaría a quedarme de pie mientras ellos conversaban cómodamente sentados. Aquello fue... inesperado.

No llevaba sujetador. Y por el tipo de escote cruzado de mi top, si bajaba los tirantes la tela bajaría con ellos, quedando arremolinada en mi cintura y dejando mi pecho completamente al descubierto en aquel lugar.

—Parece un poco tímida —comentó Bob.

No había desafío ni burla en su voz, sonaba tan paternalista como la primera vez que nos vimos. A pesar de eso, me irritó sentir su indulgencia. No la necesitaba, no quería ser tratada como una novata. ¿Tímida yo? Qué poco me conocía.

Alcé el mentón mirándole con suficiencia y bajé los tirantes reprimiendo el impulso de bajar la vista, de comprobar lo que estaba enseñando. Lo sabía perfectamente y no haría ni un solo gesto que me delatara como insegura, inexperta o cualquier otra cosa que me hiciera menos digna de ser la pareja de Matt. No les daría a ninguno de ellos una sola razón para ponerme en duda.

Con los brazos en jarras y, sin intención alguna de taparme, le mantuve la mirada. El dominante, en cambio, no se privó de bajar la vista por mi piel desnuda, sonriendo con aprobación. Una aprobación que me era indiferente.

Giré la cara hacia Matt. Su opinión era la única que me importaba. Su mirada, negra y penetrante, estaba fija en mí con evidente satisfacción. No niego que mirara mi cuerpo, pero su atención estaba principalmente en mi rostro. Sin perder detalle de cada gesto, disfrutando aquel momento de una forma que escapaba a mi comprensión. Pero el orgullo que sentía hacia mí lograba debilitarme mucho más que las miradas ajenas.

Bob se puso en pie y, al adivinar sus intenciones de acercarse a mí, retrocedí instintivamente. Mi cuerpo chocó contra el duro pecho de Matt cuando di un segundo paso lejos de su alcance. Sus manos me sujetaron los brazos con firmeza, manteniéndome en el lugar.

Su amigo se detuvo apenas a unos centímetros de mí. Me habían acorralado entre los dos.

Lancé una mirada furtiva al resto de la sala. Algunas miradas curiosas venían en nuestra dirección, pero nadie se escandalizaba por lo que veía. No era nada que no vieran a diario, parece ser.

Alzó una mano hacia mí y la aparté de un manotazo. ¡Obviamente! ¿Había alguna otra reacción lógica en ese momento?

Debía ser que sí porque Matt pasó de sujetar mis brazos a coger mis muñecas a la altura de mis hombros.

No entender lo que estaba pasando era lo que me hizo sentir intimidada. No era la reacción típica de un novio cuando uno de sus amigos intenta pasarse de listo contigo. Aunque tampoco un novio normal te pide que te desnudes para sus amigos...

—Es francamente preciosa.

Algo en su tono me hizo tragar saliva. No perdió su dulzura ni sonó baboso, pero sin duda algo había cambiado. Algo oscuro que delataba que ya no me hablaba como a la pareja de un amigo.

—Soy un hombre afortunado.

Mi corazón se estremeció ante esa afirmación tan dulce. La miel se extendió por mis venas hasta deshacerse por completo de la aprensión. Era un juego. Y de pronto sentí con claridad que yo no era el juguete. En todo caso, lo era Bob para nosotros dos.

El dominante volvió a alzar una mano en mi dirección. Esta vez no hice ademán de apartarle, aunque igualmente Matt me siguió sujetando. Sin cuerdas, ni correas. Esta vez, las restricciones fueron sus propias manos.

Palabra de Bruja FarsanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora