Capítulo 45: La despedida

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Se oyeron algunas exclamaciones ahogadas ante mi declaración. Leves susurros llenaron la sala, pero el juez los acalló rápidamente golpeando con su mazo.

—Señorita Beckett, ¿era su relación de dominio público? —prosiguió el abogado cuando el silencio se lo permitió.

—No, señor. Manteníamos nuestra relación en secreto porque temíamos la reacción de los señores Clearwater cuando les explicáramos que yo no era una bruja. Henry creía que no lo aprobarían y preferimos mantenerlo en secreto hasta que llegara el momento adecuado para hacerlo público.

Era tan fácil... Ni siquiera tenía que pensar. Las mentiras salían una tras otra, encajando a la perfección como piezas de un juego de construcción. Había fantaseado con ello demasiadas veces, tantas que la nostalgia en mi voz era auténtica.

—Él me llamaba casi todas las noches, se escapaba de su habitación aprovechando que era prefecto. Era un novio atento y se saltaba esa regla por mí, para hacer más fácil la separación todos esos meses que no podíamos vernos. Estuvimos hablando durante horas esa noche, yo le estaba presionando para que habláramos con sus padres de una vez. Faltaba poco para Navidad y... Yo le pedí que ese fuera mi regalo. Por eso él no pudo hacerlo, estuvo al teléfono conmigo hasta bien entrada la madrugada.

Tuve incluso la delicadeza de parecer avergonzada al admitir que le había hecho un supuesto chantaje emocional. Los pequeños detalles son los que hacen creíble una mentira.

—Protesto —dijo Matt aunque había esperado a que terminara de hablar—. Señoría, las llamadas entrantes y salientes a la academia Wrightswood no dejan constancia de ningún tipo en las facturas ni registros como forma de protección de la localización de la misma. Por tanto, la existencia de dichas llamadas no puede ser probada.

—Excepto en los registros de la propia compañía telefónica —matizó el abogado defensor agitando un dossier en el aire—. Aquí presentamos los registros como prueba, junto con el registro de visitas del acusado Henry Clearwater en la cárcel. Como puede ver, la señorita Beckett ha estado yendo a verle asiduamente desde su encarcelamiento. Prácticamente desde el primer día que se aceptaron visitas, como podría esperarse de una devota novia.

La realidad fue un golpe en el estómago. El aire salió de mis pulmones y, por un agónico momento, sentía que no volvería a entrar. Yo no había hecho esas llamadas, habían falsificado pruebas. Pero claro, ¿por qué debería extrañarme después de que me obligaran a cometer perjurio?

Sin embargo, lo de las visitas... Nunca se me ocurrió que eso sería usado en mi contra.

—Eso es todo, señoría —informó el abogado volviendo a su asiento con su prepotente sonrisa de hiena.

—Señor Dawlish, proceda.

Matt se puso en pie a la orden del juez. Me miró durante un par de segundos en los que intenté desesperadamente suplicarle que no lo hiciera. No soportaba tener que mentir más. No a él. Pero si me obligaba a hablar, no tendría más remedio.

—No tenemos preguntas para la testigo, señoría.

—Bien. Entonces daremos por concluida la sesión de hoy. Continuaremos mañana —concluyó. Y firmó su veredicto con un sonoro golpe de maza.

Solté por fin el aire que estaba conteniendo en un tembloroso suspiro. Con paso inseguro, bajé del estrado buscando a Sophie con la mirada. Quizás podría...

—Nicole.

Una mano se cerró en mi brazo con excesiva fuerza. Miré con aprensión al señor Clearwater, pero su expresión era torturada mientras me regalaba una sonrisa triste. Me empujó hacia sus brazos y yo, por inercia, le devolví el gesto sorprendida por su inesperada gratitud.

Palabra de Bruja FarsanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora