Capítulo 44: La confesión

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—Por eso te sentías tan culpable cerca de Honeycutt... Lo tuve delante y no quise verlo.

Un estallido de emociones colapsó mi pecho al oír su voz a mi espalda. Anhelo, tristeza, pánico, arrepentimiento, nostalgia... Cerré los ojos un instante, tratando de recomponer la máscara de indiferencia que debía mostrar ante Matt. Sobria no era ni de lejos tan fácil. No cuando me moría por arrastrarme detrás de él para suplicarle perdón.

Tiré la mitad del sándwich que aún me quedaba a la papelera a mi lado antes de girarme hacia él. Mi apetito se había vuelto a esfumar.

—Si esperas una disculpa, estás perdiendo el tiempo —le solté con hostilidad, cruzándome de brazos.

Toda mi vida había bebido por diversión, como la mayoría de la gente. Pero en ese instante, teniendo que mirarle a los ojos de nuevo tras toda la crueldad que había derramado en él la noche anterior, deseé desesperadamente volver a meterme al fondo de una botella para anestesiar aquel dolor tan inhumano. Joder, estaba segura de que, pese a haberme duchado, mi piel aún olía a la suya. Todo había ocurrido demasiado rápido para poder asimilarlo, para al menos poder fingir con algo más de éxito.

—Hay algo que quiero que veas —contestó ignorando mi bravuconada.

Era un error. Seguro que los Clearwater me estaban vigilando. O sino podrían verlo en mi mente después, no era una buena idea. Quizás incluso era una trampa. Pero supongo que a estas alturas ya sabes que no soy famosa por mis buenas decisiones.

—Que sea rápido. Por la tarde me toca testificar a mí.

Cuando el juicio acabara, no volvería a verle. Y eso pesaba demasiado como para renunciar a cinco minutos más a su lado, pese a lo mucho que me dolía tener que fingir que no me importaba lo más mínimo, que no me estaba destrozando la situación.

Matt no dijo nada. Echó a andar y yo le seguí por los pasillos. Debía de quedar aún cerca de una hora del receso para comer, así que no teníamos excesiva prisa. Sin embargo, cuando llegamos a una puerta alejada y la abrió para mí, le miré con desconfianza. No pensaría encerrarme para evitar que fuera a testificar, ¿no?

—Entra.

Tú ya no das las órdenes.

Las palabras estaban ahí. Quizás acompañadas de una mirada despectiva o poniendo los ojos en blanco y voz aburrida. Cualquiera habría estado bien, pero no fui capaz.

La demanda en su voz y su cercanía en aquel pasillo casi desierto me hizo sentir pequeña, frágil. Invocaba una parte de mí que no era capaz de faltarle el respeto ni de desobedecer.

Maldiciendo mi propia debilidad, entré en silencio, apartándole la cara unos segundos mientras sacudía de mi interior el impulso de confesar. Debía acabar con aquello rápido y volver junto a los Clearwater.

La habitación estaba en penumbra y su modesta equipación consistía tan solo en una mesa alargada y algunas sillas, pero lo llamativo de la estancia era que tenía una sola ventana enorme en un lateral que comunicaba con otra habitación similar. Aquella estaba iluminada y podíamos ver claramente a Honeycutt sentada de espaldas, sola.

—No te preocupes, no pueden verte ni oírte.

—¿«Pueden»? ¿Quién más...?

En ese momento la puerta se abrió y un par de guardias trajeron a Henry. Se me escapó una exhalación por la sorpresa. No hacía ni una semana que él y yo habíamos estado charlando en una sala similar a esa mientras yo le daba ánimos para el juicio. Pero la nuestra no había tenido un cristal gigante a la espalda por donde nos pudieran espiar.

Palabra de Bruja FarsanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora