Le devolví una sonrisa coqueta a la pelirroja presumida que me devolvía las carantoñas desde el espejo. Ahora, en el mismo lugar donde el inhibidor me había perforado la oreja, brillaba un arete plateado con una pequeña piedra roja. Obviamente no se parecía en nada al grueso pendiente inhibidor, que era más propio de marcar al ganado que de ser usado en una persona; pero no dejaba de encontrar en ello cierto tono de sátira.
Tiré a la papelera las gasas usadas cuando terminé de curármelo y, como cada vez que abría el armario del baño, sonreí como una tonta al ver todos mis utensilios de aseo conquistando poco a poco el espacio vital de Matt.
Todavía había pequeños momentos a lo largo del día en los que el subconsciente me traicionaba y pensaba en «cuando vuelva a casa»; y era doloroso comprender que ya no podría volver allí. Pero recordar mi último día en aquel lugar lograba hacerme sonreír.
Fuimos en el coche de Sophie a la mansión Clearwater. Los dos abogados nos habían esperado pacientemente en el pasillo del tribunal hasta que habíamos salido del baño y, cuando Matt manifestó su intención de ir a recoger mis cosas, ellos se apuntaron sin dudar. De hecho, Honey quiso sumarse también, pero el italiano no perdonaba tan fácilmente como ella y Matt estuvo de acuerdo con él en que no era buena idea que ambos entraran en los terrenos de alguien a quien acababan de meter en prisión.
Sacar mis cosas de allí no fue fácil. Y no porque nadie nos lo tratara de impedir —que, de hecho, nadie se nos acercó en todo el tiempo que estuvimos haciendo la mudanza—; sino por lo duro que fue tener que asumir finalmente que tenía que abandonar el hogar de mi infancia, la única casa que había conocido y que había compartido con mi madre.
Al entrar en mi cuarto de nuevo, tras ver allí por última vez a mi madre como una aparición la noche anterior, rompí a llorar y les conté lo que había sucedido pese a que una parte de mí había querido guardarlo en privado. Tal vez por miedo a que me dijeran que lo había imaginado todo, que el estrés y el agotamiento me habían jugado una mala pasada y me quitaran eso también. Pero ninguno de los dos magos puso en duda mi palabra. En su lugar, ambos examinaron minuciosamente la casa antes de confirmarme que no había nadie más allí aparte de nosotros, que ella se había ido del todo. Dolió escucharlo, pero hizo que marcharme fuera más fácil; y también me brindó cierta paz saber que ella al fin podría descansar.
Me limpié las lágrimas con el puño al volver al presente, disculpando mi debilidad. Tienes derecho a estar triste, me repetí mentalmente, dándome permiso para expresar mi dolor en lugar de culpabilizarme por ello y reprimirlo como hacía siempre.
Tras unos instantes, me sentí fuerte para volver a ponerme las gafas y sonreírle de nuevo a mi reflejo. Había algo especial en aquel espejo, sin duda. Porque incluso con los ojos rojos aún lograba verme bonita.
Cuando salí del baño, Matt seguía en su sillón enfrascado en los apuntes de un caso. Se había tomado unos días libres después del juicio, pero era demasiado responsable para dejar el trabajo pendiente acumularse.
—¿Sabes? Echo de menos trabajar los cuatro juntos —comenté mientras cogía su taza de café de la mesa, donde la acosaban sus aburridos papeles legales.
—Yo también —murmuró sin apartar la vista del trabajo.
—Podría ir a echar una mano en lo que tardáis en encontrar a otra persona.
Robé su último trago aunque ya estuviera frío antes de fregar la taza. Sabía demasiado fuerte para mí, pero no podía resistirme al dulce olor de la canela.
—Sería imprudente. No descarto que Walker o los Lane hayan puesto un detective a seguirte para demostrar que estás vinculada a la fiscalía y así poder reabrir el caso.
ESTÁS LEYENDO
Palabra de Bruja Farsante
Romance«Cuando se está enamorado, comienza uno por engañarse a sí mismo y acaba por engañar a los demás» Oscar Wilde. ~ Palabra de Bruja #2 ~ Nicole odia a los magos. A todos, excepto a uno. Henry Clearwater. Su Henry. El único mago bueno, su vecino, su...