Capítulo 4: Los bandos

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Me prometí a mí misma que sería fuerte.

Me prometí que lo haría por él. Que solo le llevaría sonrisas, palabras de ánimo, anécdotas que le hicieran reír y olvidar el lío en el que le habían metido. Pero, por si no te ha quedado claro aún, soy un completo desastre.

Aquel sitio daba miedo. Crees que como has visto muchas películas no será para tanto; solo barrotes, policías y gente grande con cara de pocos amigos. Pero no es verdad. Es un lugar deprimente, inquietante... Y la idea de entrar y no poder salir te llena de angustia aunque sepas racionalmente que ese miedo no tiene sentido porque tú estás de visita. Pero es que nadie te trata como si fueras una visita... No es agradable cuando te registran para poder entrar, cuando te hacen quitarte los pendientes o el cinturón con ese trato desagradable como si fueras un delincuente más en aquel lugar.

Y el ambiente...

Se supone que yo no podía sentirlo. Soy una humana normal y las medidas antimágicas no deberían afectarme. Esa era la forma cómoda de no tener cárceles separadas. Sé perfectamente que tenía que ser mi imaginación, que no era posible que yo sintiera nada extraño en aquel lugar y debía de ser la sugestión de estar en ese horrible lugar. Pero me sentía como si el aire vibrara a mi alrededor, embotándome la cabeza. Me imaginaba dentro de un microondas gigante a plena potencia y la sensación de claustrofobia era aún mayor, aderezada por la horrible sensación de que alguien podría matarme en cualquier momento con pulsar un botón.

—¿Estás bien?

Qué pregunta más estúpida. Si yo no estaba bien y acababa de pasar el umbral de la puerta, ¿cómo esperaba que estuviera él?

Henry sonrió y se encogió de hombros. Parecía tan cansado...

—Es... como un mal resfriado—. Necesitó carraspear para poder seguir hablando, como si realmente estuviera enfermo a nivel físico. Tal vez eso era lo que les hacía el inhibidor—. No duermo muy bien, estoy siempre cansado y me va a estallar la cabeza, pero... al menos no estoy con los presos comunes.

No me atreví a preguntar por qué. Seguramente era por ser alguien importante: es la ventaja de tener un apellido reconocido y una cantidad ridícula de ceros en el banco. Y, aunque una parte de mí sabía que no era justo, me alegré por él. Porque él directamente no merecía estar allí, así que al menos se merecía que aquel trago fuera lo menos amargo posible. La idea de que él sufriera cualquiera de las cosas que había visto en las películas que les pasaban a los presos me ponía la piel de gallina.

—¿Por qué tienes que llevar ese chisme? Aquí ya hay medidas antimagia, ¿no?

Henry suspiró, visiblemente alicaído.

—Por seguridad. Y seguramente como medida disuasoria... Así nadie intenta quitarse el inhibidor, porque saben que en cuanto uno deje de dar señal se activará algo mucho peor para todos. Y aquí la gente no lleva bien que le castiguen por culpa de otro...

Mi estómago se retorció aún más. Mi imaginación a mil por hora montándose películas de serie B de apuñalamientos en las duchas, peleas en el patio de la cárcel y todo tipo de abusos para dejar claro quién mandaba allí. Y mi pobre Henry era un chico de libros, no de gimnasio.

Quería cambiar de tema. Decir algo ingenioso, divertido... Podría contarle que tenía un trabajo nuevo. O hablarle del nuevo capítulo de esa serie que había empezado a ver porque sabía que él la estaba siguiendo y buscaba desesperadamente una excusa para hablar con él cuando nos cruzábamos en el jardín de la mansión o a través del móvil. Podría haber dicho cualquier cosa y solo dije la peor posible:

—Henry... Lo siento tanto...

Me prometí que sería fuerte, pero al verle allí, verle con aquel uniforme, el aspecto demacrado y el inhibidor en su oreja... fue demasiado para mí. Se me humedecieron los ojos aunque traté de evitarlo. Me porté como una idiota histérica, como si ya le hubieran condenado. Le obligué a ser el fuerte cuando era mi trabajo consolarle yo a él. Hasta en eso era una inútil.

Palabra de Bruja FarsanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora